Queridos amigos y amigas,
Saludos desde las oficinas del Instituto Tricontinental de Investigación Social.
Cada día desde el 7 de octubre se ha sentido como un Día Internacional de Solidaridad con el Pueblo Palestino, con cientos de miles de personas reunidas en Estambul, un millón en Yakarta, y luego otro millón en África y América Latina para exigir el fin del brutal ataque que está llevando a cabo Israel (con la colaboración de Estados Unidos). Es imposible seguir el ritmo de la escala y frecuencia de las protestas, que a su vez están presionando a partidos políticos y gobiernos para que aclaren sus posturas sobre el ataque de Israel a Palestina. Estas manifestaciones masivas han generado tres tipos de resultados:
Ninguna guerra de los últimos años —ni siquiera la campaña “conmoción y pavor” utilizada por EE. UU. contra Irak en 2003— ha sido tan despiadada en su uso de la fuerza. Lo más horripilante es la realidad de que las y los civiles, acorralados por la ocupación israelí, no tienen escapatoria de los intensos bombardeos. Casi la mitad (al menos 5.800) de los más de 14.000 civiles asesinados son niños y niñas. Ni toda la propaganda israelí ha sido capaz de convencer a miles de millones de personas en el mundo de que esta violencia es una justa represalia por el ataque del 7 de octubre. Las imágenes de Gaza muestran la naturaleza desproporcionada y asimétrica de la violencia de Israel en los últimos 75 años.
Una nueva actitud ha arraigado entre miles de millones de personas en el Sur Global y se ha visto reflejada por millones en el Norte Global que ya no se toman al pie de la letra las actitudes de los líderes estadounidenses y sus aliados occidentales. Un nuevo estudio del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores muestra que “gran parte del resto del mundo quiere que la guerra en Ucrania termine lo antes posible, incluso si eso significa que Kiev pierda territorio”. Y muy poca gente —incluso en Europa— se pondría de parte de Washington si estallara una guerra entre Estados Unidos y China por Taiwán. El Consejo sugiere que esto se debe a la “pérdida de fe en Occidente para ordenar el mundo”. Más concretamente, la mayor parte del mundo ya no está dispuesta a dejarse intimidar por Occidente (en palabras de la ministra de Asuntos Exteriores de Sudáfrica, Naledi Pandor). Durante los últimos 200 años, la Doctrina Monroe del gobierno estadounidense ha sido fundamental para justificar este tipo de intimidación. Para comprender mejor la importancia de esta política clave en el mantenimiento del dominio estadounidense sobre el orden mundial, a continuación presentamos el boletín nº 11 de Basta de Guerra Fría, “Es hora de enterrar la Doctrina Monroe”.
En 1823, James Monroe, entonces presidente de Estados Unidos, declaró ante el Congreso que su gobierno se opondría a la injerencia europea en las Américas. Lo que Monroe quería decir era que, a partir de entonces, Washington trataría a América Latina y el Caribe como su “patio trasero”, basándose en una política conocida como la Doctrina Monroe.
Durante los últimos 200 años, Estados Unidos ha operado en las Américas siguiendo esta línea, ejemplificada por las más de 100 intervenciones militares contra países de la región. Desde la caída de la Unión Soviética en 1991, EE. UU. y sus aliados del Norte Global han intentado ampliar esta política hasta convertirla en una Doctrina Monroe Global, de forma más destructiva en Asia Occidental.
Dos décadas antes de la proclamación de Monroe, tuvo lugar en Haití la primera revolución anticolonial del mundo. La Revolución Haitiana de 1804 supuso una grave amenaza para las economías de plantación de las Américas, que dependían de la mano de obra esclavizada procedente de África, por lo que Estados Unidos lideró un proceso para sofocarla y evitar que se extendiera. Mediante intervenciones militares estadounidenses en toda América Latina y el Caribe, la Doctrina Monroe impidió el auge de la autodeterminación nacional y defendió la esclavitud de las plantaciones y el poder de las oligarquías.
No obstante, el espíritu y la promesa de la Revolución haitiana no pudieron extinguirse, y en 1959 volvieron a encenderse con la Revolución Cubana, que a su vez inspiró luchas revolucionarias en todo el mundo y, sobre todo, en el llamado patio trasero de Estados Unidos. Una vez más, EE. UU. inició un ciclo de violencia para destruir el ejemplo revolucionario de Cuba, impedir que inspirara a otros y derrocar a cualquier gobierno de la región que intentara ejercer su soberanía.
Juntas, las oligarquías estadounidense y latinoamericana lanzaron varias campañas, como la Operación Cóndor, para reprimir violentamente a la izquierda mediante asesinatos, encarcelamientos, torturas y cambios de régimen. Estos esfuerzos culminaron en una serie de golpes de Estado contra las fuerzas de izquierda en la República Dominicana (1965), Chile (1973), Uruguay (1973), Argentina (1976) y El Salvador (1980). Los gobiernos militares que se instalaron posteriormente anularon la agenda soberanista e impusieron en su lugar un proyecto neoliberal. América Latina y el Caribe se convirtieron en terreno fértil para las políticas económicas que beneficiaban a los monopolios transnacionales dirigidos por Estados Unidos. Washington cooptó a amplios sectores de la burguesía de la región, vendiéndoles la ilusión de que el desarrollo nacional vendría de la mano del crecimiento del poder estadounidense.
A pesar de esta represión, oleadas de movimientos populares siguieron conformando la cultura política de la región. Durante las décadas de 1980 y 1990, estos movimientos derrocaron las dictaduras militares instauradas por la Operación Cóndor e inauguraron un ciclo de gobiernos progresistas inspirados en las revoluciones cubana y nicaragüense e impulsados por la victoria electoral de Hugo Chávez en Venezuela en 1998. La respuesta de Estados Unidos a este auge progresista estuvo impulsada una vez más por la Doctrina Monroe, ya que pretendía asegurar los intereses de la propiedad privada por encima de las necesidades de las masas. Esta contrarrevolución ha empleado tres instrumentos principales:
Los intentos de Estados Unidos de desarticular la política progresista en América Latina, respaldados por la Doctrina Monroe, no han tenido éxito del todo. El retorno de gobiernos de izquierda al poder en Bolivia, Brasil y Honduras tras regímenes de derecha apoyados por Estados Unidos ilustra este fracaso. Otra señal es la resistencia de las revoluciones cubana y venezolana. Hasta la fecha, aunque los esfuerzos por expandir la Doctrina Monroe por todo el mundo han causado una inmensa destrucción, no han conseguido instalar regímenes clientelares estables, como vimos con la derrota de los proyectos estadounidenses en Afganistán e Irak. No obstante, Washington sigue adelante y ha trasladado su atención a la región Asia-Pacífico para enfrentarse a China.
Hace doscientos años, las fuerzas de Simón Bolívar derrotaron al Imperio español en la Batalla de Carabobo de 1821 y abrieron un periodo de independencia para América Latina. Dos años más tarde, en 1823, el gobierno estadounidense anunciaba su Doctrina Monroe. La dialéctica entre Carabobo y Monroe sigue dando forma a nuestro mundo, con la memoria de Bolívar impregnada en la esperanza y la lucha por una sociedad más justa.
Hoy, el horror de la guerra contra Gaza satura nuestras conciencias. Em Berry, poeta de Aotearoa, Nueva Zelanda, escribió un hermoso poema sobre el nombre de Gaza y las atrocidades que el apartheid israelí está infligiendo a su pueblo:
Esta mañana aprendí
La palabra inglesa gauze
(tela médica finamente tejida)
proviene de la palabra árabe غزة o Ghazza
porque los gazatíes han sido hábiles tejedores durante siglos.
Entonces me pregunté
cuántas de nuestras heridas
han sido vendadas
gracias a ellos
y cuántas de las suyas
han quedado abiertas
a causa nuestra
Cordialmente,
Vijay