Detail of: Birender Kumar Yadav (India), Debris of Fate [Desechos del destino], 2015.

Queridos amigos y amigas,

Saludos desde las oficinas del Instituto Tricontinental de Investigación Social.

A finales de 2022, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) publicó un fascinante informe titulado Tiempo de trabajo y equilibrio entre trabajo y vida privada en todo el mundo, en gran parte alentado por una serie de iniciativas en distintas partes de India para ampliar la jornada laboral. El informe acumulaba datos mundiales sobre el tiempo dedicado al trabajo en 2019, antes del inicio de la pandemia del COVID-19. La OIT constató que “aproximadamente un tercio de la mano de obra mundial (35,4%) trabajaba más de 48 horas semanales” y “una quinta parte del empleo mundial (20,3%) consiste en jornadas de trabajo cortas (o a tiempo parcial) de menos de 35 horas semanales”, como el trabajo esporádico o por horas. Además, el informe señala que el grupo ocupacional con “la media de horas de trabajo más larga es el de los operadores de instalaciones y maquinaria y montadores, que trabajan una media de 48,2 horas semanales”.

En toda India se está debatiendo una revisión de los límites de la duración de la jornada laboral. Un proyecto de ley del estado de Tamil Nadu pretende modificar la Ley de Fábricas de 1948, lo que permitiría a las fábricas alargar la jornada laboral de ocho a doce horas. En la Asamblea del estado de Tamil Nadu, el ministro del gobierno CV Ganesan sostuvo que el estado —que tiene el mayor número de fábricas de India— necesitaba atraer más inversión extranjera, lo que sería más fácil si se permitiera a las fábricas tener “horarios de trabajo flexibles”. Las protestas encabezadas por los sindicatos y la izquierda bloquearon al gobierno del estado, a pesar de la presión contraria del grupo de lobby empresarial (el Vanigar Sangangalin Peramaippu). En febrero se aprobó un proyecto de ley similar en el estado vecino de Karnataka. “India compite con países de todo el mundo por atraer inversiones”, dijo el Dr. CN Ashwath Narayan, ministro de Electrónica, Tecnologías de la Información y Biotecnología; “solo con una legislación laboral flexible se pueden atraer inversiones”.

 

Birender Kumar Yadav (India), Government Work Is God’s Work [El trabajo del gobierno es el trabajo de Dios], 2017.

Desde el Instituto Tricontinental de Investigación Social presentamos nuestra propia intervención en este debate, el dossier de mayo, La condición de la clase trabajadora en India. El dossier se abre con dos acontecimientos de 2020. Primero, al comienzo de la pandemia, cuando el gobierno indio ordenó cruelmente a millones de trabajadorxs que regresaran a sus aldeas; y segundo, cuando el campesinado indio inició una enérgica protesta contra el intento del gobierno de transferir el control de los mandis (‘mercados de productos’) a las grandes corporaciones. Estos acontecimientos demuestran tanto el duro comportamiento del gobierno indio y de la clase empresarial hacia las y los trabajadores, como su continua resistencia junto con el campesinado, a la estructura que los explota y oprime.

En 1991, India aprovechó una crisis de balanza de pagos a corto plazo para desbaratar el tejido institucional del desarrollo nacional y abrir la economía a la inversión extranjera. Esta “liberalización”, como se conoce en la India, supuso que el capital obtuviera una ventaja decisiva sobre el trabajo y que se retiraran las protecciones laborales duramente ganadas por la clase obrera y el campesinado.

Reconociendo esta tendencia, las y los trabajadores indios iniciaron un ciclo de protestas para defender sus derechos contra lo que se conoció como “liberalización del mercado laboral”. La palabra clave “flexibilidad” significaba que los trabajadores tendrían que renunciar a sus preciados derechos para atraer la inversión y proporcionar mayores beneficios a esos inversores. A pesar de las concesiones hechas por los trabajadores —algunas forzadas, otras a través de la negociación—, los empleos producidos por la administración neoliberal eran trabajos para personas desesperadas. Como escribimos en el dossier:

La promesa de inversión industrial a gran escala y la creación de puestos de trabajo industriales de alta calidad no se materializaron de forma significativa y tanto el crecimiento industrial como el económico se han mantenido en niveles bajos, no solo por la falta de inversión, sino también por la demanda reprimida de la población india. Esta demanda fue reducida tanto por los salarios desesperadamente bajos de buena parte de la población, como por las restricciones neoliberales del gasto público, especialmente en el sector agrícola.

 

Birender Kumar Yadav (India), Erased Faces [Caras borradas], 2015.

Lo que encontramos en la India no es distinto de lo que ocurre en otras partes del mundo, con cada vez más trabajadoras y trabajadores sumidos en una precariedad creciente. Mientras que la pandemia aceleró el aumento del empleo informal y no regulado, la OIT ha demostrado a través de una serie de estudios regionales —en Egipto, por ejemplo— que la tendencia hacia el trabajo precario ya estaba creciendo precipitadamente, con una guerra de clases despiadada camuflada en términos técnicos como “flexibilización del mercado laboral”.

En 2015, las Naciones Unidas aprobaron una resolución histórica en la que se anunciaban 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible, en los que se establecía claramente la necesidad de “Promover el crecimiento económico sostenido, inclusivo y sostenible, el empleo pleno y productivo y el trabajo decente para todos”. La OIT entiende por “trabajo decente” “el empleo pleno y productivo, los derechos en el trabajo, la protección social y la promoción del diálogo social” o, en un lenguaje más sencillo, el derecho al trabajo productivo, a unas condiciones laborales seguras, a la seguridad social y a la negociación colectiva.

 

Birender Kumar Yadav (India), Donkey Worker [Burro trabajador], 2015.

Hace tiempo que está claro que la mayoría de los países no se toman en serio las normas de la OIT. Los sindicatos y otras organizaciones de la clase trabajadora constituyen la única plataforma con potencial liberador, y la unidad de los sindicatos sectoriales y las confederaciones sindicales desempeña un papel clave para que cualquier esfuerzo de este tipo tenga éxito. Para luchar contra el proyecto de Ley de Relaciones Laborales (1978), cuyas disposiciones habrían debilitado el derecho de huelga, varios sindicatos formaron el Comité Nacional de Campaña de los Sindicatos. En 1982, este comité encabezó una huelga general contra la imposición de la Ley de Mantenimiento de los Servicios Esenciales (1981), otro intento de debilitar la organización sindical. Desde 1991, este comité, junto con la plataforma conjunta de las centrales sindicales, ha celebrado veintidós huelgas generales, cada una de ellas mayor que la anterior.

En marzo de 2022, 200 millones de trabajadores, desde el sector industrial al asistencial, se sumaron a la huelga general para paralizar el país. Estas huelgas han sido masivas porque el movimiento sindical ha asumido las batallas de las y los trabajadores informales no organizados con la misma energía que las batallas de sus propios miembros, como señaló K. Hemlata, presidenta de la Central de Sindicatos Indios, en nuestro dossier nº 18 de julio de 2019.

La lucha de clases está viva y coleando, aunque uno de los puntos débiles de nuestro tiempo es que estas movilizaciones masivas no se han convertido fácilmente en poder político. El poder financiero ha ahogado a la democracia, y el auge de las ideas tóxicas de derechas -incluido el fundamentalismo religioso- ha desempeñado un papel influyente en las comunidades que luchan contra la destrucción gradual de la vida colectiva (un fenómeno que analizamos en el dossier nº. 59, Fundamentalismo e imperialismo en América Latina: acciones y resistencias). No obstante, como escribimos en la frase final de nuestro nuevo dossier, las y los trabajadores «siguen vivos y vivas en la lucha de clases».

 

Birender Kumar Yadav (India), Walking on the Roof of Hell [Caminando en el techo del infierno], 2016.

A principios del verano de 2020, se me encogió el corazón al ver cómo millones de trabajadoras y trabajadores arrastraban sus cansados pies por el recalentado paisaje de la India. Gulzar Saab, uno de los grandes poetas y directores de cine del país, contempló este éxodo de la clase trabajadora y escribió un poema que captaba el estado de ánimo, Marenge To Wahin Jaa Kar Jahan Par Zindagi Hai (‘Irán a morir allí, donde hay vida’). Agradecemos a Saab que nos permita publicar aquí este poema:

La pandemia hizo estragos.
Los obreros y trabajadores huyeron a sus casas.
Todas las máquinas pararon en las ciudades.
Solo se movían sus manos y sus pies.
Habían plantado sus vidas en los pueblos.

Allí se sembraba y se cosechaba:
jowar, trigo, maíz, bajra. Todo.
Aquellas divisiones con los primos y hermanos.
Esas peleas en los canales y cursos de agua.
Los matones, contratados unas veces por su lado y otras por este.
Los pleitos que se remontan a abuelos y tíos abuelos.
Los compromisos, los matrimonios, los campos.
Sequías, inundaciones, el miedo: ¿lloverá o no?
Irán a morir allí, donde hay vida.
¡Aquí solo han traído sus cuerpos y los han enchufado!

Desconectaron los enchufes:
«Ven, vamos a casa”, y partieron.
Irán a morir allí, donde hay vida.

 

Birender Kumar Yadav (India), May Day [Día de las y los trabajadores], 2022.

Las ilustraciones de este boletín, extraídas de nuestro último dossier, son obra de Birender Kumar Yadav, artista multidisciplinar indio de Dhanbad, una ciudad de mineral de hierro y carbón construida sobre los hombros de mineros e indígenas. Gran parte de la obra de Yadav, inspirada en sus primeras experiencias como hijo de un herrero que trabajaba en una mina de carbón, llama la atención sobre las injustas jerarquías de clase y la difícil situación de la clase trabajadora.

Cordialmente,

Vijay