Marcas de balas en los muros de Jallianwalla Bagh, Amritsar, India.

Boletín 16 (2019): Esta es la hora de la locura

Estimados amigos y amigas,

Saludos desde las oficinas del Instituto Tricontinental de Investigación Social.

El 13 de abril de 1919, hace cien años, el oficial británico General Dyer hizo que sus tropas abrieran fuego contra miles de indios desarmados en Jallianwalla Bagh (Amritsar). Esa masacre impulsó al pueblo indio a la lucha por su libertad, que finalmente expulsó a Gran Bretaña del sur de Asia. Cien años más tarde, el gobierno británico aún se niega a reconocer la brutalidad de su actuación y a ser honesto con su historia imperialista. Cuando el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador intentó plantear el cuestionamiento de la colonización española de las Américas, fue rechazado por el gobierno de España y por el Vaticano. Ninguna de las potencias europeas quiere ser honesta sobre su historia de robo y brutalidad. No está en su agenda. Quisieran olvidarla. Nosotros queremos recordarles, hablarles directamente.

Paul Klee, Conquistador, 1930

Vinieron a nosotros hace siglos como comerciantes. Nuestros gobernantes los recibieron. Comerciaron con ustedes de buena fe. Pero eso no fue suficiente para ustedes. Querían dominar nuestras tierras, hacer a nuestra gente trabajar para ustedes en lugar de comerciar con ustedes. ¿Por qué Robert Clive y la Compañía Británica de las Indias Orientales decidieron apoderarse de las tierras de Bengala en 1757? No fue una decisión “humanitaria”, una palabra —humanitaria— que es tergiversada tan menudo hoy en día para justificar las actuales guerras de agresión desde Afganistán hasta Venezuela. Después de que los ingleses conquistaron Bengala, la Compañía Británica de las Indias Orientales comenzó a extraer la riqueza para financiar el comercio de Gran Bretaña con China y para llenar las arcas de la Monarquía Británica y de los oficiales de la Compañía. Las malas cosechas golpearon a Bengala en 1769, con el fracaso de dos cosechas de arroz en diciembre de 1769 y marzo de 1770. La Compañía Británica de las Indias Orientales había establecido una extracción de ingresos no regulada del ya muy afectado campesinado y había descuidado los programas de alivio a la hambruna del régimen de Mughal. Warren Hastings, el gobernador británico de Bengala, envió un informe a Londres en 1772 en el que estimaba que un tercio de la población había muerto en la hambruna. Recientemente, académicos han demostrado que ese número era probablemente mayor: 10 millones de muertos.

El informe de Warren Hastings sobre la hambruna ha sido muy desestimado. Es más conocido —si es que lo es— por el intento de impeachment en su contra entre 1788 y 1795 por corrupción personal. Los hombres como Hastings eran conocidos como nabobs, una anglicanización de “nawab”, que significa aristócrata. El término —usado en Inglaterra ya desde 1612— se refería a un hombre que había ido a India y había hecho una fortuna en poco tiempo. En otras palabras, alguien que ha robado de India para engrandecerse y construir la riqueza de las islas británicas. ¿Podemos usar términos como “ladrón” para describir a estos hombres, estos nabobs? A algunos escritores les gusta romantizar a estos hombres y las vidas que construyeron en India. Un libro muy popular de William Dalrymple llamado Mughals blancos (White Mughals, en inglés) se centra en hombres ingleses que “se hicieron nativos”. Aquí hay glamour, en la “mezcla de cultura” en la que se centra Dalrymple. Pero también hay un hedor terrible. Está el robo de la riqueza producida por campesinxs y trabajadorxs desnutridxs. Están los cuerpos en Bengala que yacen en las calles, muertos de hambre en 1770.

Chittaprosad, Primero de Mayo, 1947

Las guerras de agresión por apropiarse de todo el país no terminaron después de 1757. La Compañía continuó tragando grandes extensiones de tierra, usando la astucia para enfrentar a un aristócrata indio contra otro, usando la riqueza del comercio de la Compañía para financiar el desarrollo de armas letales. En 1803, La Compañía Británica de las Indias Orientales había tomado Delhi, reduciendo al emperador Mughal a un jubilado. India fue progresivamente convirtiéndose en una parte crucial de un sistema global de filtración de riqueza a Gran Bretaña. Hambrientos por las mercancías de China (particularmente por el té), la Compañía y la monarquía británica encontraron que los chinos no estaban dispuestos a aceptar pagos en nada que no fuera oro. El cultivo de opio en las tierras de la Compañía podía ofrecer una salida a los problemas de balanza de pagos enfrentados por Gran Bretaña. Los británicos comenzaron a introducir opio a China como un modo de prevenir tener que pagar el té con oro. El comercio con el opio fue un éxito fantástico hasta que los emperadores chinos intentaron bloquearlo, punto en el cual los británicos emprendieron la primera y segunda guerras del opio para forzar a los chinos a comprarlo. Gran Bretaña se convirtió —efectivamente— en un traficante de droga en el escenario global, usando toda su fuerza militar para introducir opio a los chinos en función de resolver un problema de balanza de pagos. En medio de todo esto, el campesinado indio se vio forzado a cultivar opio y a vivir vidas cercanas a la esclavitud.

Gran Bretaña nunca asumió su brutalidad. Cuando en 1856 se supo desde China de la incautación de un barco pirata británico (Arrow), Lord Palmerston dijo que Gran Bretaña tenía que ir a China con todas sus armas para enseñar una lección a un “grupo de bárbaros, un grupo de secuestradores, asesinos y venenosos bárbaros”. La palabra “bárbaro” es clave. Era usada para describir a aquellos a los que los británicos querían dominar. En los archivos de India, documento tras documento sobre incidentes antes del levantamiento de 1857 mostraban a los británicos golpeando hasta matar a pequeños niños contratados para sacar las piezas de tela que enfriaban el aire; cuando los pequeños niños se quedaban dormidos en el trabajo, eran premiados con patadas de los ingleses. Ninguno de estos hombres fue acusado de nada, sus asesinatos solo se archivaron. Tras el levantamiento, cuando los ingleses tomaron Delhi, los soldados fueron atados a cañones y sus cuerpos eran destrozados cuando los cañones disparaban sobre la ciudad. Barrios enteros fueron arrasados, hombres colgados de los postes de luz, sus pies comidos por cerdos soltados por los soldados británicos.

En las postrimerías del levantamiento, la Corona británica tomó el control del subcontinente indio. El robo de riqueza se volvió rutinario. El desarrollo social del pueblo indio fue ignorado. Hacia 1911, la expectativa de vida para los indios era apenas 22 años. Cuando los británicos finalmente se fueron de India en 1947, el índice de alfabetización era un abismal 12%. Gran Bretaña tomó dinero indio, hizo a Inglaterra uno de los lugares más ricos en el mundo y dejó a India desposeída. La economista Utsa Patnaik ha observado detalladamente esta “fuga” de riqueza hacia el Reino Unido. El sostiene que entre 1765 y 1938, el flujo alcanzó £ 9,2 billones (USD 45 billones). India fue drenada de entre el 26% y el 36% de su presupuesto gubernamental. La riqueza india fue utilizada como un anticipo para el desarrollo de Inglaterra. Toda la Revolución Industrial en Inglaterra fue financiada por este robo de India y por el comercio esclavista del Atlántico. Los pueblos de África, Asia y de las Américas financiaron la tecnología europea. Es la riqueza africana, asiática y de los indígenas americanos la que permitió que las universidades europeas prosperen y que los estudiantes europeos lleguen a esos avances. Dentro de la máquina de vapor de James Watt está la sangre de un trabajador africano esclavizado en una plantación y de un campesino indio hambriento.

José Clemente Orozco. Lucha en el Oriente: Esclavitud, imperialismo y Gandhi, 1930

Ni los indios, ni los africanos, ni los indígenas de las Américas aceptaron este trato. Se rebelaron, lucharon por un mundo mejor. Pero cada rebelión fue enfrentada con una fuerza brutal. De estos momentos de brutalidad, la represión en Jallianwala Bagh fue uno de los más importantes. En 1919, en la ciudad de Amritsar, personas sensibles y decentes se reunieron en una demostración pública contra el imperio británico. El coronel Reginald Dyer llevó a sus tropas a un callejón angosto, la única entrada y salida del jardín. Las tropas de Dyer abrieron fuego frente a hombres y mujeres desarmados que habían ido a alzar sus voces contra el imperialismo británico. Dyer dijo posteriormente que sus tropas mataron a 379 personas e hirieron a 1.100. El Congreso Nacional Indio dijo que las tropas de Dyer asesinaron a 1.000 e hirieron a 1.500. El punto no es solo los números. El punto es la crueldad y el hecho de que cuando Dyer regresó a Inglaterra fue recibido como un héroe. Diversas personas —desde el escritor Rudyard Kipling hasta la familia real— encontraron que Dyer era irreprochable. Esto no es meramente una anormalidad histórica. El gobierno británico nunca se ha disculpado por la masacre. Cuando el marido de la actual reina visitó el jardín, dijo que la cantidad de muertos fue “excesiva”. Ningún gobierno británico ha tenido la decencia de condenar ni siquiera este acto brutal. Hay una razón para esto: condenar la brutalidad de Dyer es condenar al imperio británico.

Condenar al imperio británico es cuestionar los grandes beneficios que Gran Bretaña disfruta hoy gracias a la riqueza robada de India. No hay ninguna duda de que Gran Bretaña —una isla tan pequeña— no hubiera sido nada sin su historia imperial. Cuestionar el imperio significa cuestionar el camino que Gran Bretaña siguió para llegar a su situación actual.

Gazbia Sirry, The Kite [La Cometa], 1960

Condenar al imperio también levantaría preguntas sobre India hoy. Entre 1900 y 1946, mientras la economía británica crecía, el ingreso per cápita en India se estancaba. Gran Bretaña tomó las ganancias de los indios comunes y corrientes y las usó para desarrollar Gran Bretaña y luchar sus guerras. Fue este robo de recursos indios lo que condujo a la hambruna de Bengala en 1943, en la que murieron al menos tres millones de personas. Gran Bretaña desvió comida de India y dio poca o ninguna ayuda para la hambruna del pueblo en la costa de Bengala. El imperio británico comienza con una hambruna (1769-1770) y termina con una hambruna (1943). Eso define, para nosotros, al imperio en sí mismo.

Pero la hambruna no es la única medida. La profesora Patnaik observa el consumo de granos en India. El descenso al comienzo del siglo XX es dramático: de 200kg/cápita (1900) a 157kg/cápita (1939), a 136 kg/cápita (1946). Hay una razón por la que el campesinado y lxs pobres de la ciudad se reunieron a luchar contra el colonialismo británico: el imperio, junto con las castas dominantes y las familias aristocráticas, estaba matando de hambre a la India.

Esta historia nos ayuda a entender cómo se ha estructurado el mundo y cómo el imperialismo continúa jugando un rol en la reproducción de la desigualdad y la humillación. Por eso es que recordamos incidentes como el de Jallianwalla Bagh.

TBT

El título de este boletín proviene de un poema de Faiz Ahmed Faiz, un poema llamado Esta hora de la cadena y la soga (Tauq o dar ka Mausam, 1951). La estrofa completa, escrita mientras Faiz estaba en una prisión pakistaní, dice:

Esta es la hora de la locura, esta también es la hora de la cadena y la soga
Puede que tengas la jaula controlada, pero no mandas
La temporada radiante en que una flor se abre en el jardín.
Entonces, ¿qué si no la vimos? Otros después de nosotros la verán.
La luminosidad del jardín escuchará el canto del ruiseñor.

Pienso en este poema mientras pienso en Chelsea Manning, Julian Assange y Ola Bini, tres personas que están encarceladas en Estados Unidos, el Reino Unido y Ecuador.

En Contacto, 12 de Abril de 2019.
Arriba hablo con Chris Hedges sobre el encarcelamiento de estas valientes personas (para Ola aquí está mi carta abierta). Por favor únanse a las múltiples campañas globales para liberarlos de sus jaulas, para terminar esta hora de la locura, esta hora de cadenas y sogas.

Cordialmente,
Vijay.