Jimmy Bro, #SaveAmazonia (#SalvemaAmazônia), Museo de Arte de São Paulo, 23 de agosto de 2019
Estimadxs amigos y amigas,
Saludos desde las oficinas del Instituto Tricontinental de Investigación Social.

Cielos oscuros persisten en la costa de Brasil, donde se concentra la mayoría de la población del país. Este año ha habido 40.341 incendios en el Amazonas, la cifra más alta desde 2010. El presidente del país —Jair Bolsonaro— se ha negado a admitir la gravedad de la situación, culpando a las ONGs por los incendios. Las bases de apoyo de Bolsonaro se encuentran cada vez menos entre la población brasilera y más en los grupos políticos coloquialmente llamados “Buey, Biblia y Bala”, esto es, los grupos de lobby de las fuerzas armadas, los evangélicos (en su mayoría pentecostales), y los conglomerados agroindustriales junto con las compañías mineras. Estos últimos han querido apropiarse de grandes extensiones de los siete millones de kilómetros cuadrados de la Amazonía, la mayor fuente de absorción de carbono en el mundo. El odio a la población indígena brasilera se debe a que estas comunidades (solo el 0,6% de la población de Brasil) se oponen a los derechos de propiedad de los hacendados y mineros sobre la preciada Amazonía. El lenguaje de Bolsonaro, los hacendados y mineros, es genocida, y su comportamiento hacia el planeta es aniquilacionista. Son personas peligrosas, cuyos intereses monetarios sobrepasan la humanidad.

Si no fuera por las protestas globales contra estos incendios, y si Evo Morales en Bolivia no hubiera contratado rápidamente un Boeing 747 para lanzar agua a los incendios, parece poco probable que Bolsonaro hubiera hecho algo. La política del Laissez-faire es solo invocada cuando se trata de la destrucción de la vida de personas comunes y corrientes (austeridad) y del planeta (catástrofe climática); la bandera del laissez-faire se esconde cuando se trata de rescatar y apoyar a los bancos privados internacionales.

Ikuo Hirayama, Thinking Aug. 6 in the 20th year of Showa [Pensando en el 6 de agosto en el 20º año de Showa]
La actitud de Bolsonaro hacia la Amazonía se asemeja a la del presidente estadounidense Donald Trump respecto al planeta. Durante una discusión sobre los huracanes que se desatan en el Océano Atlántico y ponen en peligro la costa de EE.UU., Trump dijo que consideraría usar armas nucleares contra ellos. Esta no es una amenaza vana. “Tiramos una bomba en el ojo del huracán, y lo desbarata”, dijo Trump. “¿Por qué no podemos hacer eso?”, bueno, porque precipitaría la extinción del planeta, por eso. Trump no está solo aquí. En 1961, Francis Reichelderfer, el director de la Oficina de Meteorología de EE. UU., imaginó “la posibilidad de algún día explotar una bomba nuclear en un huracán lejos en el mar”. Afortunadamente, nadie con un dedo en una bomba nuclear pensó que esto era una muy buena idea.

En la Revisión de la postura nuclear del año pasado, el ejército estadounidense agregó 500.000 millones de dólares a su enorme arsenal. Esto incluye 17.000 millones para armas nucleares tácticas de bajo rendimiento. La idea misma de “bajo rendimiento” como un modo de hablar sobre armas nucleares muestra cuán normal se ha vuelto considerar su uso en los campos de batalla, y contra huracanes. Basándose en esta revisión, el gobierno de EE.UU. pronto recibirá estas ojivas de la planta de Pantex en Texas. Cada una de estas ojivas tiene un rendimiento explosivo de 7 kilotones de TNT (la mitad de la potencia de la bomba lanzada en Hiroshima).

El año pasado, las Fuerzas Aéreas Suecas lanzaron una bomba GBU-49 guiada por láser sobre un incendio forestal. La onda expansiva acabó parcialmente con el oxigeno que alimentaba al fuego. Es aterrador pensar que el antídoto a los incendios forestales serán los bombardeos, y la cura para los huracanes será la guerra nuclear. Esta es una guerra contra el planeta, locura tras locura, con el lado más cruel de la inhumanidad en los controles.

Jefes de Estado de las potencias del G7 en Biarritz, Francia
Todo esto solo parece aceptable por el particular poder del ejército en el mundo moderno. Aunque una dictadura militar es muy mal vista, los líderes civiles se apoyan en los militares y en la cultura del militarismo para obtener su autoridad. Se burlan de las soluciones preventivas, mientras las soluciones militares son vistas como realistas. En la 45ª Cumbre del G7 celebrada en Biarritz (Francia) hace algunos días, el gobierno francés invitó al ministro de Asuntos Exteriores iraní Javad Zarif. Solo los franceses se reunieron con Zarif, quien había ido en buena fe para negociar una salida al conflicto en el Golfo. La diplomacia fue rechazada. Los bombarderos están listos. Trump quiere hablar a través de ellos.

Los jefes de gobierno en Biarritz llegaron con índices de aprobación impresionantemente bajos: Boris Johnson no está seguro de si durará otro mes en el cargo, mientras Justin Trudeau, de Canadá, marca un 35% en las encuestas. Giuseppe Conte, de Italia, ya está a punto de salir, mientras la alemana Angela Merkel se retirará en 2021. Entre el Brexit y el fiasco en Italia, la confianza en estas personas es baja. A pesar de eso, con un guiño pueden destruir naciones con sus bombarderos y sus bancos.

Bolsonaro por Orijit Sen, 2019. Bolsonaro dice: Quemaremos la selva ahí mismo (un eco de un eslogan de derecha de India, “Construiremos el templo ahí mismo, encima de una mezquita”.
A Bolsonaro, quien actualmente está enojado con Macron por sus críticas sobre los incendios en el Amazonas, le hubiera encantado estar ahí. Los agricultores en Francia, Finlandia y Alemania están ansiosos por cortar la exportación de carne brasilera a Europa, como parte de una campaña para cancelar el tratado recientemente firmado entre la Unión Europea y el Mercosur (el bloque comercial de Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay y Venezuela). Brasil está ansioso por ser parte de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), el grupo de elite de 36 estados que dicen ser los países más desarrollados, y que por lo tanto son capaces de atraer inversiones. Es probable que la OCDE ya no tome seriamente la postulación de Brasil, ya que ahora hay dudas respecto al compromiso de Brasil con los estándares medioambientales de la OCDE. Bolsonaro está obligado a retroceder para mantener vivos los tratados comerciales y la esperanza de la OCDE.

Macron no ha invitado a Bolsonaro, pero sí invitó a Narendra Modi, de la India. Unos días antes del G7,los dos hombres se encontraron y conversaron sobre los corruptos negocios de armas que unen a India y Francia: treinta y seis jets Rafale llegarán pronto a India a un costo de 7.000 millones. El recientemente publicado Índice Global del Hambre tiene a India en el lugar 103 de 116 países (Brasil, gracias al programa Fome Zero [Hambre Cero] del ex presidente Lula, está en el 31). La medida de la modernidad ya no es el fin del hambre, sino una mejor fuerza aérea.

Macron planteó el tema de Cachemira, donde siete millones de cachemires están aprisionados. La semana pasada, doce políticos indios de oposición volaron a la capital de Cachemira, Srinagar. El gobernador les pidió que fueran a observar la situación, que el gobierno dice que es normal. Los líderes políticos fueron detenidos en el aeropuerto y enviados de regreso a Delhi. Esta es la segunda vez que se les ha negado la entrada a Cachemira a los líderes de los partidos comunistas, Sitaram Yechury y D. Raja (para más información sobre Cachemira, vea nuestra Alerta Roja Nº 1). Modi no dijo nada. Cachemira sigue asfixiada.

Un poeta griego —Jazra Khaleed— canta sobre la necesidad de un nuevo lenguaje en estos tiempos espantosos, estos días de austeridad y desconcierto. “Se necesita un nuevo lenguaje, no proxenetismo”, dice en la traducción de Peter Constantine.

        Estoy esperando que una revolución me invente.
Hambriento por el lenguaje de la guerra de clases
Un lenguaje que ha saboreado la insurgencia.

Es imposible mantenerse dentro de los límites impuestos por los poderosos, aceptar la palabrería sobre bombas nucleares lanzadas a huracanes y la realidad de siete millones de cachemires silenciadxs. La complicidad es inaceptable, impensable.

Luis Ferreira da Costa y otros, en una vigilia por su campamento, ahora un monumento a su tenacidad
Hace algunas semanas, pasé un día en el Campamento Marielle Vive a las afueras de Valinhos (Brasil). El Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) organizó a mil familias para vivir en esta tierra llamada así por la política socialista asesinada. Estos hombres y mujeres trabajan duro para mantener el mundo que beneficia a tan pequeña población. Aún así, ni siquiera pueden encontrar un lugar donde vivir. Su problema es la falta de tierra y de dignidad, para lo que no parece haber solución. Así que se han transformado en su propia solución. En el campamento conocí a dos chicas jóvenes, Ketley Júlia y Fernanda Fernandes. Estaban tan felices de contarme que cada domingo se reunían en la escuela del campamento y estudiaban inglés. “Cuando escribas el artículo sobre nuestro campamento”, dijeron, “nosotras lo traduciremos al portugués”. Mi artículo sobre el campamento puede leerse aquí.

Ketley y Fernanda saben que este campamento es su hogar. Un juez local ha emitido una orden de desalojo. Este es el mundo en que vivimos, un mundo donde las personas comunes se establecen en tierras que son propiedad de un especulador inmobiliario, construyen una comunidad en esa tierra, planean hacer agricultura ecológica, y aun así esta comunidad debe ser destruida. Su dignidad no es relevante. En sus huesos, Ketley y Fernanda saben lo que debe significar ser palestinx o cachemir, o ser cualquiera de esas personas que son expulsadas de sus tierras para que los especuladores puedan construir estacionamientos o un centro comercial. Pueden escuchar en sus oídos el lenguaje que ha saboreado la insurgencia. Pueden oír  el lenguaje de la guerra de clases que habla la elite: los tonos silenciosos del veredicto del juez, el rugido de la excavadora, el sonido desgarrador de la bomba guiada por laser. ¿Cómo sonará su lenguaje de la guerra de clases?

Cordialmente, Vijay.