Esta tierra es la tierra de nuestros ancestros

Dossier n° 53

Dos niñas regresan a sus casas después de sacar agua de un arroyo que la comunidad de habitantes de la finca comparte con los animales salvajes, 29 de julio de 2020. 
Créditos: New Frame / Magnificent Mndebele

 

Introducción

Al crecer en una finca de Nyarha, en la provincia de Cabo Oriental en Sudáfrica, viví la mejor niñez.[1] Hay varias razones para ello. La primera es la inocencia de la infancia, ser simplemente una niña pequeña corriendo libremente y jugando con oonopopi [muñecas], iraysisi [carreras], undize [escondite], upuca [juego de las piedras], y ugqaphsi [saltar la cuerda]. El sentido de comunidad, libertad e interdependencia en la vida comunal era otra alegría. Mis padres podían enviarme a una finca vecina sin temer por mi seguridad. Mi madre me enviaba a menudo a la casa del vecino a pedirle igaqa le beef stock [un cubo de caldo de carne] para sazonar nuestra comida si ella no tenía o intwana ye swekile [un poco de azúcar] si se le había acabado.

La única vez que sentía la ausencia de esa libertad y que el sentido de pertenencia comenzaba a flaquear era cuando veía al blanco dueño de la finca. Instantáneamente un gran temor me sobrecogía. El miedo era a la vez un comportamiento aprendido y enseñado; nos enseñaron que era una forma de respeto. Mientras recibía instrucciones del granjero, mi abuelo se mostraba deferente, inclinando su cabeza para evitar el contacto visual. Cuando mi padre oía el sonido de la moto del granjero aproximándose, escondía rápidamente su cerveza.

La relación que he descrito entre el dueño de la finca y las y los trabajadores y habitantes de la misma forma parte del tejido social del lugar. Las fincas no son solo unidades de producción, “están estructuradas por discursos paternalistas, prácticas que entretejen las relaciones de poder en el propio tejido de la identidad social y la vida cotidiana” (Du Toit, 1994: 375).  Como forma de control y exhibición de su poder, el blanco dueño de la finca necesitaba sentir que se le temía. No tener miedo era visto como una señal de falta de respeto, especialmente si significaba que estabas dispuesto a cuestionar cualquier cosa que el hacendado dijera o hiciera.

Cuando era niña, me parecía curioso que mi padre me dijera que toda la vasta tierra cultivable alrededor de eNyarha pertenecía a los blancos. Ninguna de las personas negras tenía tierras. De adulta, me enfureció saber que cinco generaciones de mi familia habían trabajado para la misma familia, pero no teníamos ningún derecho a esa tierra. Me preguntaba por qué las décadas de trabajo de mi familia solo daban fruto para los ricos terratenientes blancos y sus descendientes. No pude reconciliar la historia de cinco generaciones de trabajo duro con la vida que llevábamos: una vida de pobreza.

Las relaciones laborales en las fincas sudafricanas siguen manteniendo las desigualdades de raza, género y clase como un rasgo central del trabajo y la vida. Los agricultores comerciales a gran escala, al igual que el resto de los capitalistas, mantienen ciclos de servidumbre que resultan en la pobreza generacional de sus trabajadores y llevan a cabo prácticas laborales de explotación, como coaccionar a sus trabajadores a realizar largas jornadas de trabajo manual y pagarles salarios de esclavitud. Como las y los trabajadores pasan la mayor parte de su tiempo trabajando, difícilmente tienen tiempo, fuerza física o energía mental para practicar otras formas de subsistencia, realizar actividades recreativas o viajar lejos de la finca. Tanto la tierra como las y los trabajadores son lugares de explotación. Los salarios de quienes realizan trabajo agrícola son muy bajos: en 2022 oscilan entre 2.000 y 6.000 rands (entre 106 y 408 dólares) al mes. Esos míseros montos no son suficientes para sostener la vida, obligándoles a vivir al nivel de la mínima subsistencia, a menudo sin tener dinero para comprar alimentos o pagar la educación de sus hijas e hijos.

Muchos trabajadores y trabajadoras agrícolas e intelectuales han destacado también el trabajo no remunerado, infravalorado y a menudo invisible de reproducir y sostener la vida, como el dar a luz y criar niños, mantener el hogar, cuidar a las personas enfermas, cocinar, limpiar y demás, actividades comprendidas con el término trabajo reproductivo. Este trabajo está en la base de nuestro sistema económico, ya que reproduce no solo nuestra existencia como especie y sociedad, sino que también proporciona trabajadores a la clase capitalista. En palabras de Susan Ferguson:

…nuestra comprensión del capitalismo está incompleta si lo tratamos simplemente como un sistema económico que involucra a trabajadores y propietarios sin analizar las formas en las que la reproducción social más amplia del sistema —es decir, el trabajo reproductivo diario y generacional que ocurre en los hogares, en las escuelas, en los hospitales, en las prisiones, etc.— sostiene el impulso de la acumulación (Bhattacharya, 2008).

En el contexto de las explotaciones agrícolas, los magros ingresos de las y los trabajadores dificultan la reproducción social de sus familias. Bajo este sistema, en el cual los trabajadores agrícolas están ligados a la tierra, pero no conservan la propiedad de la misma durante varias generaciones, su empleo involucra todos los aspectos de su mundo: trabajar la tierra, vivir en la tierra, nutrir y sostener la tierra, criar niños en la tierra, enterrar a la familia y los seres queridos en la tierra, tener una conexión con la tierra, amar la tierra y llamarla hogar, pero nunca poseer la tierra.

Bab’Kubheka, un trabajador agrícola retirado de 71 años y habitante de una finca en Newcastle, provincia de KwaZulu-Natal, explica cómo la clase social de sus padres ha influido en su vida y la de sus hermanos. Señala:

Fuimos tullidos por el sistema. Nuestros padres eran arrendatarios de mano de obra que no tenían dinero para enviarnos a la escuela.[2] También les decían cuántas vacas podían tener y dónde guardarlas. No recibían ninguna remuneración, por eso se los conoce como arrendatarios de mano de obra (…) No pudimos acceder al nivel terciario de educación porque nuestros padres no tenían dinero. Vivíamos de los alimentos que ellos cultivaban. No vendíamos nada. Ellos se levantaban para trabajar para los blancos sin ninguna remuneración. Ahora tenemos el problema de que nuestro pueblo —los negros— aún no tiene tierra (2021).

El relato de Bab’Kubheka es un ejemplo concreto de lo que señala Walter Rodney cuando dice: “Marcar el tiempo o incluso avanzar lentamente cuando otros saltan hacia adelante equivale virtualmente a retroceder” (2018: 271). La pobreza se transfiere y reproduce entre generaciones (Ngcukaitobi, 2021).

 

Además del trabajo agrícola, las mujeres como Nozibonelo Mavis Dayi son responsables en gran medida de la reproducción social de la familia en forma de trabajo de cuidados no remunerado en el hogar, 21 de marzo de 2021.
Créditos: New Frame / Bonile Bam

 

Acerca de este dossier

Partiendo de los supuestos que han configurado la forma en que la cuestión de la tierra se encuadra como un proyecto nacionalista de la élite en Sudáfrica, este dossier se enfoca en las y los trabajadores agrícolas como contribuyentes clave al debate sobre la tierra. Se plantean dos argumentos centrales. El primero es que una de las principales razones de la persistente pobreza generacional de las y los trabajadores agrícolas negros es la explotación de su trabajo. La finca, como muchas otras empresas capitalistas, se basa en la devaluación del trabajo de la población negra. Los terratenientes tratan el trabajo de las personas negras como algo barato y mantienen un tipo de servidumbre en la cual las y los trabajadores sin tierra están atados a la tierra del propietario y obligados a ser leales. Las amenazas de despidos y desalojos son algunas de las formas en que los propietarios de las explotaciones agrícolas extraen lealtad, lo que tiene graves implicancias para las y los campesinos: cuestionar cualquier cosa es arriesgarlo todo.

En segundo lugar, este dossier sostiene que quienes trabajan la tierra merecen ser sus principales beneficiarios, a diferencia de la situación actual, en la que son excluidos durante generaciones de los beneficios y la estabilidad de la propiedad de la tierra. Además, han sido en gran medida invisibilizados en las estadísticas laborales, excluidos del debate sobre la tierra y de las discusiones nacionales sobre políticas de redistribución de tierra. Comprender su punto de vista es importante para avanzar en un programa de reforma agraria que beneficie a quienes trabajan la tierra. Por esta razón el dossier se centra en sus contribuciones al debate sobre la tierra, a partir de las entrevistas realizadas por el Instituto Tricontinental de Investigación Social a trabajadores agrícolas de las provincias sudafricanas de Cabo Oriental, KwaZulu-Natal, Cabo del Norte y Cabo Occidental.

 La cuestión de la tierra en Sudáfrica tiene varias dimensiones, incluyendo el papel de las fincas con dueños blancos, la autoridad tradicional en los antiguos bantustanes y la cuestión del suelo urbano. Este dossier está dedicado a la primera de esas problemáticas.

 

Las trabajadoras agrícolas se enfrentan a otras desigualdades en el reparto de la tierra y en las condiciones de trabajo. Las antiguas trabajadoras (de izquierda a derecha) Freeda Mkhabela, Lucia Foster y Gugu Ngubane son algunas de las activistas que luchan contra la falta de tierras, así como contra las malas condiciones salariales y laborales, y por un mejor trato a los trabajadores agrícolas, 26 de mayo de 2021.
Créditos: New Frame / Mlungisi Mbele

 

Nuestra historia se ha convertido en nuestro presente

 “El tiempo no pasa ni progresa; se acumula, incluso en el trabajo de olvidar o terminar, incluso en el inmenso trabajo que supone renunciar a lo que ha sido o reparar en ello, o hacer frente a sus efectos nocivos”

Ian Baucom (2001: 61-82)

Escribiendo acerca de la difícil situación de las y los trabajadores agrícolas en Sudáfrica en 1990, la historiadora Wendy Davies demostró que se puede rastrear la distribución de la tierra en función de la raza, así como la devaluación del trabajo de la población negra a lo largo de la historia. Davies detalla cómo las comunidades negras de agricultores y pastores fueron despojadas de sus tierras por sucesivas olas de colonos blancos a partir de mediados del siglo XVII. Los colonos blancos consiguieron la “propiedad” del nuevo territorio ganando guerras fronterizas contra reinos y cacicazgos negros. A través de un proceso de elaboración de tratados y escrituras de compra falsos, se aseguraron de que las condiciones fueran ampliamente favorables para ellos. Aunque hubo una resistencia significativa a su avance, el uso de la violencia por parte de los colonos blancos permitió el éxito de sus ocupaciones (Davies, 1990).

Los colonos británicos y holandeses (boer) en Sudáfrica requerían mano de obra para sus fincas, plantaciones y minas en las tierras que se habían apropiado. En palabras de Davies, los granjeros blancos enfatizaban que “solo si los negros trabajaban para los blancos se podía tolerar su presencia”. El imperialista británico Cecil John Rhodes expresó este punto de vista en su discurso de 1894 en el Parlamento en Cape House, diciendo que “hay que hacerles entender [a los negros] que en el futuro nueve décimas partes de ellos tendrán que dedicar sus vidas al trabajo cotidiano, al trabajo físico, al trabajo manual” (Ibíd.). Este proceso fue llevado a cabo coaccionando a la población negra a trabajar para los agricultores blancos, a través del despojo de sus tierras, de la destrucción de sus medios de subsistencia y de la introducción de impuestos para empujarlos a la economía del trabajo asalariado.

Davies explica que “cuando los agricultores blancos lograron controlar prácticamente toda la tierra, los agricultores negros comenzaron a concertar en acuerdos de aparcería o arrendamiento con sus ‘propietarios’ blancos” (Ibíd.). La aparcería significaba que los que trabajaban la tierra compartían una parte (normalmente el 50 por ciento) de su cosecha con el “propietario” a cambio del acceso a la tierra. Las fincas albergaban y aún albergan a arrendatarios de mano de obra, otro grupo que proporciona mano de obra gratuita a los propietarios de las fincas a cambio de acceso a la tierra, normalmente trabajando gratis seis meses al año. También hay personas negras en las fincas que residen con sus familias en tierras de cultivo de su propiedad, algunos de los cuales están empleados en el trabajo agrícola a tiempo parcial o completo.

Este proceso de acumulación por desposesión ha tenido un enorme impacto en las formaciones sociales y de clase en todo el continente africano. Como explica Issa Shijvi, “la disparidad que vemos entre trabajadores y propietarios, entre las áreas rurales y urbanas y entre países colonizados y metropolitanos es el resultado de un proceso de intercambio desigual que data de hace varios siglos” (2018: 36).

 

Los ancianos y los jubilados de las fincas y los trabajadores agrícolas conservan los recuerdos de sus antepasados a través de historias orales. Nomabhaso Skenjana señala el lugar donde se encontraban las tumbas de su familia desde la década de 1880 hasta que fueron destruidas durante el apartheid, cuando la finca fue tomada por los blancos, 4 de agosto de 2021.
Créditos: New Frame / Bonile Bam

 

Distribución de la tierra por raza y género

El sector agrícola en Sudáfrica es un motor clave del crecimiento económico. En el último trimestre de 2020, el PIB agrícola creció 13,1% y, en el mismo año, las exportaciones agrícolas del país tuvieron un valor de 151.700 millones de rands, equivalentes a 10.200 millones de dólares (Credit Suisse Research Institute, 2021). Sin embargo, uno de los problemas con la distribución actual de la tierra en el país es que las y los trabajadores agrícolas y habitantes de fincas quedan excluidos de la riqueza producida en las explotaciones agrícolas. En 2017, la tierra utilizada en la agricultura comercial representaba el 37,9% del total de la tierra de Sudáfrica. Como se ve en la Tabla 1, la mayor parte de la tierra agrícola es propiedad privada de agricultores blancos, aunque la población blanca representa menos del 10% de la población total. Mientras tanto, los hombres poseen el 72% del total de las fincas y explotaciones agrícolas con propietarios individuales, en comparación con las mujeres que solo poseen el 13% (Departamento de Desarrollo rural y Reforma Agraria de Sudáfrica, 2017). Estas estadísticas solo registran a los propietarios de la tierra y no a quienes la trabajan, que se vuelven invisibles. Así, las cifras borran el hecho de que en terreno hay dos actores en la producción agrícola: las y los propietarios de las fincas y las y los trabajadores.

Cabe resaltar que las desigualdades de género en las fincas sudafricanas coinciden con tendencias continentales y mundiales. Zakithi Sibandze, de la Asamblea de Mujeres Rurales de Suazilandia, señala que para tener acceso a la tierra las mujeres de las zonas rurales de ese país deben estar casadas con un hombre o tener un hijo o hermano a cuyo nombre se debe registrar la tierra. De forma similar, en Kenia, como escribe Perpetua Wambui Karanja, “el bienestar económico de las mujeres continúa dependiendo en gran medida de sus derechos en el matrimonio, divorcio y herencia y sus derechos a la propiedad de la tierra como un instrumento de transformación económica y social se han descuidado cada vez más” (1991: 109).

Tabla 1: Propiedad individual de explotaciones y tierras agrícolas por raza[3]

 

 

En las provincias sudafricanas de Cabo del Norte y Cabo Occidental muchas mujeres son trabajadoras estacionales, generalmente empleadas en viñedos y huertos durante la cosecha por seis meses cada vez. Esto causa inseguridad laboral y alimentaria para muchas de las trabajadoras agrícolas y, en consecuencia, para sus familias. MamNywabe, una trabajadora de Nyarha, en el Cabo Oriental, explica la existencia de la desigualdad de género incluso cuando las mujeres tienen empleos permanentes: “En mi lugar de trabajo, se nos trata de forma diferente a las mujeres, porque, incluso cuando alguna cosa nos concierne, solo la discuten y definen los hombres, mientras nosotras no sabemos nada” (2021). A nivel de los hogares, las mujeres también son las principales responsables de facilitar la reproducción social de las familias en forma de trabajo de cuidados no remunerado, además del trabajo agrícola. Los hombres, por su parte, están más a menudo empleados de forma permanente o a largo plazo y acceden a los trabajos mejor pagados como capataces, supervisores y conductores de bakkie [caminonetas].

Dada esta realidad, cuando se discute la cuestión agraria en Sudáfrica es esencial abordar las desigualdades de género en la propiedad de la tierra y la carrera profesional de las trabajadoras agrícolas, así como el trabajo invisibilizado que realizan las mujeres en sus hogares.

 

Las tumbas de los negros son la prueba del trabajo de generaciones de sus familias en las fincas sudafricanas. Este es el lugar del cementerio ancestral del padre de Yvonne, Jacob Phyllis, en la granja donde él y su familia trabajaban, 6 de junio de 2021.
Créditos: New Frame / Andy Mkosi

¡Umhlaba wookhokho Bethu! ¡La tierra de nuestros ancestros!

“La naturaleza no produjo trabajadores sin propiedad por un lado y propietarios por otro”

– Issa G. Shivji (2009: 26)

Las y los trabajadores se relacionan con la tierra con un sentido de pertenencia y herencia cultural, refiriéndose a menudo a ella como umhlaba wookhokho bethu [la tierra de nuestros ancestros], una frase que tiene múltiples significados en el contexto de las comunidades agrícolas. No solo piensan en la tierra de sus antepasados a través de una lente histórica, sino que también la conciben como una cuestión de injusticia no resuelta, entendiendo que está profundamente arraigada en la historia y en generaciones de explotación por parte de los blancos propietarios de fincas, una historia que continúa en la actualidad. Las y los trabajadores agrícolas consideran que la tierra les fue robada a sus antepasados a través del proceso colonial de desposesión y engaños que impulsó el desarrollo del capitalismo. De la forma que lo expresan, esto no solo llevó a la pérdida de tierra y ganado, sino a una disrupción de las concepciones precoloniales africanas sobre las relaciones agrarias y el uso de la tierra. Se destruyó en gran medida la concepción de la tierra como un bien común, es decir, que se puede poseer comunitariamente.

Como sabemos, la acumulación originaria fue un componente crucial del dominio colonial en África. Las y los trabajadores agrícolas critican la adquisición ilegítima de tierras por parte de la minoría blanca y argumentan que es la raíz de la desigualdad racial. En países que experimentaron la tragedia de la colonización, Shijvi (2021) explica cómo enormes cantidades de tierra fueron enajenadas y cómo estos países experimentaron procesos iniciales de acaparamiento de tierras. El autor se refiere a esto como “acumulación originaria por excelencia”, el proceso fundante por el cual se crean las condiciones para la acumulación capitalista (Ibid.). Este proceso también produjo una “población excedente” de personas sin tierra y sin derechos ni formales ni consuetudinarios, lo que condujo a la proletarización de un gran sector de la población. Esto creó un grupo de personas que no tenía nada para la subsistencia y la reproducción, excepto su propia energía y fuerza muscular.

Con el paso del tiempo, la propiedad de la tierra agrícola se ha racializado aun más. La adquisición de tierra es un proceso costoso que las personas blancas se pueden permitir más fácilmente porque disponen de riqueza y recursos generacionales para comprarla. La riqueza que los agricultores obtienen de la tierra les permite, a su vez, adquirir más tierra y hacer más inversiones en las propiedades que poseen. Las y los trabajadores agrícolas no comparten esta prosperidad. Crean riqueza para los blancos propietarios de fincas mientras permanecen empobrecidos y sus hijas e hijos heredan esta pobreza. Así es como se afianza la brecha de la riqueza, como lo expresa el hecho de que el 1% más rico de los sudafricanos posee el 40,8% de la riqueza total del país, mientras que el 90% inferior tiene apenas el 20,1% de la riqueza (Credit Suisse Research Institute, 2021).

Surgida de procesos históricos de desposesión radical, la propiedad de la tierra y el enriquecimiento a partir de ella tienen enormes implicaciones en las relaciones de poder, en las cuales los propietarios de fincas siguen teniendo muchos más derechos que las y los trabajadores sobre quienes ejercen control. Como explica Carmen Louw de la iniciativa feminista Women on Farm Projects [Mujeres en proyectos agrícolas], “las fincas en Cabo Occidental vienen de la época colonial. Las personas que trabajan en las fincas hoy son descendientes de los esclavos que comenzaron estas fincas y, por lo tanto, tienen derecho a la redistribución de la tierra” (Louw, 2022). Está claro que las y los trabajadores agrícolas no ven su desposesión histórica como algo separado de las luchas actuales por tierra y trabajo (Moyo, 2004).

En el nivel más básico, las y los trabajadores están preocupados por asegurar vivienda y abrigo para tener una vida mejor para sí mismos, sus familias y las generaciones futuras. Oom Boetman, un trabajador agrícola especializado en cercas agrícolas en Colesberg en Cabo del Norte, explica: “Ons soek beter bly plek, dan sal ons ook beter lewe” [Queremos una mejor vivienda para poder vivir mejor] (Boetman, 2022). De forma similar, Tanie Leana, que vive en una finca en la misma provincia y que tiene seis hijos y un nieto, desea que el gobierno desarrolle su comunidad: “Ons soek net huise” [Solo queremos casas], dice su hija (Leana, 2022).

 

La cría de ganado, la ukulima («cultivo») y la ukufuya («cría de animal») son fuentes de supervivencia para trabajadores agrícolas como Ephraim Muggibelo Simelane, 30 de julio de 2020. Crédito: New Frame / Magnificent Mndebele

 

Trabajo generacional

“Nunca abordaremos la dignidad de los trabajadores agrícolas si no conseguimos la tierra. ¡La cuestión de la tierra no es negociable!”

Trevor Christians, secretario general de la Unión de Trabajadores del Comercio, la Estiba, la Agricultura y Afines (CSAAWU por su sigla en inglés)

Aunque la Freedom Charter [Carta de la Libertad] promete que “la tierra se repartirá entre quienes la trabajan”, y el artículo 25 (5) de la Constitución de Sudáfrica promete acceso equitativo a la tierra, estas promesas aún no se han cumplido. Varias generaciones de familias de trabajadores agrícolas sin tierra han puesto su trabajo al servicio de la productividad y mantenimiento de las explotaciones agrícolas en todo el país. En el proceso han contribuido inmensamente a la riqueza generacional de los propietarios de las explotaciones. Las y los trabajadores agrícolas vinculan este proceso a las luchas laborales de sus antepasados; el trabajo generacional a largo plazo en las fincas debería considerarse como razón suficiente no solo para justificar la tenencia de los trabajadores agrícolas, sino para reclamar la propiedad de la tierra.

 Los trabajadores agrícolas Baw’uSukwini y Baw’uMkwayi se refieren a este punto. Baw’uSukwini, trabajador agrícola de quinta generación, habla del caso de su familia en una finca ganadera en Nyarha, en Cabo Oriental:

Creo que mi padre es la cuarta generación en esa finca (…) Tenía más de 80 años cuando murió. Mi padre nunca fue a la escuela; nació [en la finca] (…) creció y trabajó allí. Llegó la vejez y murió allí. Los ocho hermanos crecimos en esa finca y trabajamos en ella (…) los trabajadores agrícolas son los que han trabajado esa tierra hasta que su pelo se vuelve gris. ¿Por qué el gobierno no compra una finca? Después de comprar la finca, podrían pasar por las fincas buscando a las personas que viven en las fincas [de propietarios blancos]. El gobierno podría decirles que compró una finca para que vivan allí, de modo que no tengan que ir al municipio (2021).

Baw’uMkwayi, un trabajador agrícola retirado en otra finca de ganado en Nyarha en Cabo Oriental, comparte su historia:

(…) todos ellos [mi familia] trabajaron en la finca (…) Yo también trabajé allí durante 20 años (…) [y] mi esposa también trabajó en esa finca (…) durante 20 años en la cocina del recinto del dueño de la finca. Cuando nos fuimos, ella tampoco recibió nada, se fue con las manos vacías (2021).

 La mayoría de las y los trabajadores agrícolas no tienen contratos de trabajo formales ni beneficios. Como describen Baw’uSukwini y Baw’uMkwayi, es habitual que terminen sin pensión ni forma de mantenerse en la vejez, convirtiéndose en dependientes de las generaciones más jóvenes. De esta forma, el ciclo del trabajo se perpetúa, ya que las personas más jóvenes trabajan en las explotaciones agrícolas para mantener a sus dependientes de distintas edades.

Ryno Filander, presidente de CSAAWU, un sindicato de trabajadores agrícolas en Cabo Occidental, compartió que tanto él como su padre y su madre trabajan en el mismo viñedo en Langeberg. Él explora dos paralelos en la finca: la riqueza y poder multigeneracionales de los propietarios de la finca y la pobreza y falta de poder multigeneracionales de las y los trabajadores agrícolas. “Si tienes tierra, tienes poder”, dice. El otro problema, explica Ryno, es el “sistema dop” (2021). Con el sistema dop los empleadores pagan a sus empleados con vino barato, llamado dop. Aunque el sistema dop se prohibió en Sudáfrica en la década de 1960, a fines de los años 90 los investigadores estimaron que entre el 2 y el 20% de los salarios en Cabo Occidental aún eran pagados en alcohol (London, 1999). El alcoholismo sigue siendo uno de los principales retos que enfrenta la salud pública en toda Sudáfrica, especialmente en Cabo Occidental.

 

Miembros del Sindicato de Trabajadores Comerciales, Estibadores, Agrícolas y Afines (CSAAWU) protestan en Ciudad del Cabo contra las malas condiciones de trabajo y de vida en las fincas, 21 de septiembre de 2019
Crédito: New Frame / Barry Christianson

 

Asuntos vitales

 Las fincas también se han convertido en lugares de gran significado espiritual para las y los trabajadores, cuyos antepasados fueron enterrados en esas tierras. Para los trabajadores, las tumbas de sus ancestros son en muchos casos prueba de la intimidad entre la vida y el trabajo en las fincas. Los conceptos de hogar y pertenencia también están influidos por la conexión ancestral entre los vivos kunye nezinyanya [y los antepasados]. Esta es una de las principales razones por las que las familias viven en las fincas durante años a pesar de la explotación y los abusos. Como explicó MaNkomo, un trabajador agrícola con el que conversamos en KwaZulu-Natal, “no queremos dejar estas fincas porque nuestros padres y abuelos están enterrados aquí” (2021).

La pérdida de lo “intangible”, la vital conexión espiritual entre vivos y muertos, es una consideración importante si queremos garantizar reparaciones y una justicia restauradora para las y los trabajadores agrícolas. El trabajo de Dineo Skosana examina las protestas contra la reubicación de 1.000 tumbas africanas de la Finca Tweefontein (Ogies, Mpumalanga) a un nuevo sitio, lo que ha provocado que los descendientes vivos afirmen sentirse “espiritualmente vulnerables y desconectados de sus ancestros” (2019). Al examinar este fenómeno, Skosana (2019) resalta los fracasos de los objetivos post apartheid para remediar injusticias del pasado. Ella argumenta que las deficiencias del sistema jurídico han creado las condiciones para que leyes favorables al mercado, como la Ley de Desarrollo de Recursos Mineros y Petroleros (2002), anulen la protección del patrimonio consagrada en la Ley de Recursos del Patrimonio Nacional (1999), dando lugar a nuevas formas de exclusión.

Actualmente, la gobernanza de la tierra no toma en consideración aspectos culturales o históricos y sigue reproduciendo el dolor y el trauma para las personas sin tierra. Esto contribuye al estrepitoso fracaso del programa de reforma agraria que el Estado está implementando actualmente. Las y los trabajadores consideran que las tumbas ancestrales son tanto una prueba de trabajo como una reivindicación política: que decenas de personas enterradas en las fincas fueron alguna vez arrendatarios de mano de obra y trabajadores explotados que aseguraron el florecimiento de la finca. Estas tumbas son un testimonio de las vidas de quienes soportaron el peso del capitalismo racial. Bhut’Ben, un trabajador agrícola de segunda generación en Mooi River, provincia de KwaZulu-Natal, se refirió a esto de forma más amplia: “Umphakathi wa-la awukho esimeni esi-right ngokwe nkululeko, kuthiwa sisenkululekweni. Cha as’kabi khona thina. Sisagqilazekile” [La comunidad aquí no ha experimentado la libertad. Se dice que tenemos libertad pero todavía no la hemos conseguido aquí. Seguimos en la esclavitud] (2021).

Cómo hacer frente a la inseguridad alimentaria

Un informe producido por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO por sus siglas en inglés) muestra que la inseguridad alimentaria ya es una crisis mundial, lo que significa que las personas no tienen “todo el tiempo (…) acceso físico y económico a alimentación suficiente, segura y nutritiva que satisfagan sus requerimientos dietéticos y sus preferencias alimenticias para llevar una vida activa y saludable”. Este informe estima que, en 2020, entre 720 y 811 millones de personas de todo el mundo pasaron hambre, mientras que una de cada tres (2.370 millones) careció de acceso a alimentos adecuados (FAO, 2021).

A pesar de que las y los trabajadores agrícolas en Sudáfrica —y en todo el mundo— alimentan a la sociedad, son uno de los grupos más vulnerables a la inseguridad alimentaria (Devereux et. Al., 2019). Lo que comemos, bebemos y vestimos es todo gracias a las y los trabajadores agrícolas. Aunque sus habilidades y conocimientos son cruciales para la economía, su trabajo sigue siendo devaluado. Los y las trabajadoras estacionales —en su mayoría mujeres— a menudo son empleadas regularmente solo durante la mitad del año, por lo que se enfrentan sistemáticamente al desafío de la inseguridad laboral, ya que no tienen acceso a sus propias tierras para producir alimentos durante todo el año. Además, el cambio climático ha convertido la agricultura en un campo cada vez más precario, principalmente para las comunidades de primera línea y de bajos ingresos en todo el mundo.

Una de las principales críticas presentadas para argumentar contra la redistribución de la tierra es el peligroso mito de que afectará negativamente a la seguridad alimentaria. Este mito no solo ignora el hecho de que miles de millones de personas en todo el mundo ya experimentan inseguridad alimentaria, sino que se basa en la idea de que la producción y fabricación capitalista a gran escala es el único camino posible. En vez de poner en el centro del debate la preocupación por garantizar la seguridad alimentaria para todas las personas, la paranoia capitalista fija su miedo en que redistribuir la tierra interrumpa las ganancias generadas por la agricultura y la producción de alimentos a gran escala. Mientras que algunos trabajadores agrícolas, sobre todo las y los de mayor edad, exigen el reconocimiento de las explotaciones campesinas, donde pequeños propietarios sobreviven de lo que producen en sus tierras, el ukulima [cultivo de cosechas] y la usufuya [cría de animales] no se limitan a la subsistencia familiar (ROAPE, 2021). En general, las y los trabajadores agrícolas critican el mito de que los agricultores blancos son los únicos capaces de cultivar con tecnología superior y los únicos productores eficientes, mientras que los agricultores negros solo cultivan para la subsistencia y contribuyen mínimamente a la economía (Moyo, 2004).

Una preocupación genuina por la seguridad alimentaria tendría en cuenta otras formas de producir alimentos, como los cultivos ukusiphilisa [para nuestro sustento]. En este sentido, se desarrolló en la década de 1990 la idea de soberanía alimentaria para defender “el derecho de los pueblos a alimentos saludables y culturalmente apropiados producidos con métodos sostenibles y su derecho a definir sus propios sistemas agrícolas y alimentarios” (Tricontinental, 2021). Priorizar la soberanía alimentaria es una forma alternativa de organizar nuestro sistema alimentario, que permite a quienes trabajan la tierra opinar sobre cómo se organiza la industria agrícola y cuáles deben ser sus prioridades productivas.

Sin embargo, la soberanía alimentaria y la ukusiphilisa —junto con las relaciones de las y los trabajadores agrícolas con la tierra— son ignoradas por las soluciones capitalistas a la producción de alimentos. Las aspiraciones de las y los trabajadores respecto a la tierra son mayores que producir alimentos para sí mismos y sus familias; se ven como agricultores por derecho propio, como trabajadores de la tierra, como productores de alimentos y como ganaderos, y creen firmemente en su capacidad para contribuir sustancialmente a los mercados nacionales y continentales. Un programa efectivo de redistribución de la tierra debe apoyar su ambición.

 

Sbongile Tabhethe trabaja en el huerto de eKhenana, un asentamiento apoyado por Abahlali baseMjondolo, el movimiento de habitantes de barracas, en Cato Manor, Durban, 9 de junio de 2020.
Crédito: New Frame / Mlungisi Mbele

  

Conclusiones

La reforma agraria en Sudáfrica ha fracasado miserablemente a la hora de abordar las injusticias del colonialismo y del apartheid. Los gobiernos post apartheid han adoptado un enfoque de mercado para la redistribución de la tierra, priorizando el modelo vendedor dispuesto – comprador dispuesto, lo que solo ha agravado la desigualdad. Las beneficiarias de la tierra siguen siendo las elites y las grandes corporaciones agrícolas que pueden acceder a préstamos bancarios. La reforma agraria, tal como se ha aplicado, no ha llevado a una justicia reparadora, ni ha resuelto el problema del hambre de tierras entre las masas o entre las y los trabajadores agrícolas negros que han construido la riqueza de los propietarios agrícolas durante años.

La redistribución de la tierra es una necesidad urgente para remediar los “agravios históricos” y abordar las desigualdades sociales y económicas existentes, con el fin de garantizar un futuro igualitario para todos y todas (Ngcukaitobi, 2019). Hoy en Sudáfrica las y los trabajadores agrícolas viven en las condiciones más deshumanizantes. En las nueve provincias del país enfrentan desalojos regularmente, a pesar de la existencia de leyes como la Ley 62 de Extensión de la Seguridad de la Tenencia (1997), que busca evitar los desplazamientos. Cuando los trabajadores agrícolas se resisten a los desalojos, los terratenientes cortan los servicios básicos como agua y electricidad en un esfuerzo para expulsarlos de las fincas. Las condiciones de vida y trabajo en las fincas son espantosas y las personas que viven en ellas tienen acceso limitado a educación y servicios de salud, lo que las mantiene atrapadas en la pobreza.

Las y los descendientes de trabajadores olvidados por siglos reclaman reparaciones. Una discusión sobre la redistribución de la tierra que ignore deliberadamente los modos de ser y la relación de los pueblos africanos con la tierra solo va a reforzar el proyecto colonial y asegurar una exclusión deshumanizada. Cualquier programa de redistribución de la tierra que ignore estas reivindicaciones es insuficiente.

Las siguientes demandas de las y los trabajadorxs agrícolas y de quienes habitan en explotaciones agrícolas son componentes clave de un programa eficaz de reforma agraria:

  1. El gobierno de Sudáfrica debe consultar a las y los trabajadores agrícolas y habitantes de las fincas para incorporar sus contribuciones en el desarrollo de un programa de reforma agraria que aborde sus necesidades de tierras.
  2. Las demandas de los aparceros por la propiedad de la tierra deben tener prioridad para evitar una reforma agraria que enriquezca solamente a las elites negras.
  3. El Departamento de Agricultura, Reforma Agraria y Desarrollo Rural debe facilitar el proceso de que los blancos propietarios de tierras repartan una parte de ellas a sus empleados de toda la vida y a los descendientes de familias que han trabajado la tierra en las explotaciones durante varias generaciones.
  4. El gobierno debe comprar fincas para las y los trabajadores agrícolas y apoyarlos con capital que cubra los costos de poner en marcha un negocio, equipo y capacitación agrícolas.
  5. La reforma agraria en Sudáfrica debe tener en cuenta los factores sociales que contribuyen a la inseguridad alimentaria y reconocer las oportunidades de rectificarla mediante la redistribución de tierras.
  6. El proceso de reforma agraria debe abordar la marginación de las trabajadoras en la industria agrícola y la falta de propiedad de la tierra de las mujeres trabajadoras agrícolas, para asegurar paridad de género en los dos ámbitos.

Loo ngumhlaba wookhokho bethu! ¡Esta es la tierra de nuestros ancestros! La tierra es de las y los que la trabajan. Ya es hora de que quienes trabajan la tierra sean dueños de ella.

 

 

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Notas

[1] Este dossier fue escrito en primera persona por la autora, Yvonne Phyllis, descendiente de trabajadores agrícolas. Mantuvimos el uso de la primera persona para reflejar la naturaleza íntima de la política alrededor de la tierra en Sudáfrica.

[2] Bab’Kubheka habla en plural cuando se refiere a los padres, antepasados o ancestros porque entiende que las luchas de su familia forman parte de la lucha de clases de todos los trabajadores agrícolas negros, los habitantes de las fincas y los arrendatarios de mano de obra. Esta forma de hablar es común en muchas culturas africanas.

[3] En la década de 1950, el gobierno del apartheid dividió a la población sudafricana en tres grupos raciales: blancos, nativos (o negros), indios, y de color (personas de raza mezclada). Estos descriptores raciales y culturales ya no se legislan como se hacía durante los años del apartheid, pero todavía son de uso común. Para más sobre raza y etnicidad en Sudáfrica, ver South African History Online, ‘Race and Ethnicity in South Africa’, 27 de agosto de 2019, https://www.sahistory.org.za/article/race-and-ethnicity-south-africa.