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DossiersNº 89

La OTAN: La organización más peligrosa de la Tierra

La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) es el único bloque militar real del mundo. Su mandato y ambiciones, que exceden por mucho el Atlántico Norte, constituyen la mayor amenaza para la paz global.

Ilustración de la portada: Instituto Tricontinental de Investigación Social.

Tricontinental: Insitute for Social Research logo

Una colaboración con Basta de Guerra Fría y el Foro Zetkin de Investigación Social


Los carteles de este dossier fueron creados por artistas de todo el mundo y forman parte la exposición (In)seguridad, organizada en el marco de la Cumbre por la Paz de Madrid 2022, previa a la Cumbre de la OTAN en la misma ciudad. Esta exposición fue una iniciativa colectiva de la Secretaría Europea de la Asamblea Internacional de los Pueblos, el Instituto Tricontinental de Investigación Social, la Marcha Mundial de las Mujeres y otras organizaciones.


La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) declara enfrentar la mayor crisis existencial en sus casi 80 años de historia. Mientras el presidente de Estados Unidos Donald Trump y su equipo de seguridad nacional parecen, en apariencia, dar la espalda a Europa y afirman que ya no financiarán su seguridad, los líderes europeos se apresuran a recaudar fondos para aumentar su apoyo a la guerra en Ucrania y fortalecer su propia producción y capacidad militar. Sin embargo, no hay indicios concretos de que Estados Unidos, fuerza dominante de la OTAN, vaya a retirarse de este instrumento militar o a disolverlo.

Desde su fundación en 1949, la OTAN ha servido a múltiples propósitos para Estados Unidos. Presionar a los Estados europeos para que asuman mayores gastos en defensa es una cosa. Confundir esto con un retiro estratégico estadounidense de Europa es otra. Más allá de la retórica, las acciones de Trump no escapan al enfoque general de la élite estadounidense: mantener el poder global mediante instrumentos como la OTAN y un sistema europeo de Estados manejable, en lugar de aislar a Estados Unidos tras los océanos Atlántico y Pacífico. La alianza atlántica seguirá siendo un instrumento del poder del Norte Global, pese a los inevitables sobresaltos superficiales en el período que viene.

El título de este dossier, La OTAN: la organización más peligrosa de la Tierra coincide con la opinión del politólogo Peter Gowan (1946–2009), quien durante el bombardeo y la fragmentación de Yugoslavia por parte de la OTAN en 1999, escribió:

Debemos tener en cuenta dos hechos lamentables: primero, que los Estados de la OTAN han estado y están empeñados en exacerbar las desigualdades de poder y riqueza en el mundo, en destruir todo desafío a su abrumador poder militar y económico, y en subordinar casi cualquier otra consideración a estos objetivos. Segundo, que los Estados de la OTAN encuentran extraordinariamente fácil manipular a sus electorados nacionales para que crean que, en efecto, están guiando a la población mundial hacia un futuro más justo y humano cuando, en realidad, no están haciendo tal cosa (Gowan, 1999: 103).

La OTAN utiliza el lenguaje de los derechos humanos y la seguridad colectiva para ocultar las motivaciones subyacentes a su creación y existencia actual. Sería útil dejar de lado esta retórica y examinar el historial real de esta alianza militar, no de derechos humanos.

Este dossier consta de tres partes. La primera ofrece una historia de la OTAN y un análisis de su papel en el sistema imperialista liderado por Estados Unidos. La segunda se centra en cómo, tras la caída de la Unión Soviética, la OTAN se redefinió a sí misma como un gendarme global e intervino —como muestra la tercera parte— de diferentes maneras en el Sur Global.


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Parte 1: La alianza agresiva

La idea de la OTAN surgió durante los últimos años de la Segunda Guerra Mundial, cuando Estados Unidos y el Reino Unido comenzaron a discutir nuevos acuerdos de seguridad, una vez derrotadas las potencias fascistas en Europa (Dagdelen, 2024; Rynning, 2024; Anderson, 2023). En 1945, Estados Unidos albergó la Conferencia de San Francisco, donde se fundó la Organización de las Naciones Unidas (ONU). La Carta de la ONU, ratificada por los 50 participantes, permitió (en el Capítulo VIII, Artículo 52) la formación de organizaciones regionales de seguridad y les concedió la posibilidad de aplicar acciones coercitivas, como sanciones e intervenciones militares, pero solo con autorización del Consejo de Seguridad (Capítulo VIII, Artículo 53).1

Basándose en esta autorización de la Carta de la ONU, Estados Unidos reunió a diez países europeos y Canadá para firmar el Tratado de Washington en 1949 y crear la OTAN. Los países europeos que se unieron a ella tenían experiencias diversas tras la guerra: la mayoría, como Francia y Alemania, tuvieron que reconstruir sus fuerzas armadas casi desde cero. Otros, como el Reino Unido, conservaron ejércitos relativamente intactos, mientras que uno —Islandia— no tenía ejército permanente. La OTAN les proporcionó un escudo militar (y nuclear) estadounidense.

En 1949, la Agencia Central de Inteligencia (CIA) hizo circular un memorándum donde explicaba que el verdadero objetivo de la OTAN no era solo disuadir a la Unión Soviética de amenazar a Europa, sino también mantener el “control a largo plazo del poder alemán” y resolver la cuestión de “quién controlará el potencial alemán y, por tanto, mantendrá el equilibrio de poder en Europa” (CIA, 1949). Esta evaluación realista es una visión más precisa de la OTAN que cualquier análisis de sus estatutos.

Esta comprensión de la CIA tenía un equivalente europeo. Como escribió el primer secretario general de la OTAN, Lord Hastings Lionel Ismay, en un memorándum interno de 1952, la organización debía “mantener a la Unión Soviética fuera, a los estadounidenses dentro y a los alemanes abajo” ([1952] 2024).

Un año antes de la fundación de la OTAN, George Kennan, del Departamento de Estado de EE. UU., reflexionó sobre cómo su país poseía “cerca del 50% de la riqueza mundial, pero solo el 6,3% de su población”. Las implicaciones de esta disparidad, advirtió, debían resolverse. En el Vigésimo tercer informe del personal de planificación de políticas, Kennan escribió:

Esta desigualdad es particularmente grande entre nosotros y los pueblos de Asia. En esta situación, no podemos evitar ser objeto de envidia y resentimiento. Nuestra tarea real en el período venidero es diseñar un patrón de relaciones que nos permita mantener esta posición de disparidad sin perjuicio para nuestra seguridad nacional ([1948] 1976).

El “patrón de relaciones” que era necesario construir para controlar “la envidia y el resentimiento” de los pueblos de Asia y del Sur Global en general comenzó el año anterior a la creación de la OTAN, cuando Estados Unidos reorganizó los acuerdos de seguridad en las Américas con el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (o Pacto de Río) de 1947 y, posteriormente, con la adopción de una nueva carta para la Organización de los Estados Americanos (OEA) en Bogotá, Colombia, en 1948. Ambos acuerdos sometieron a los países de América Latina al control de Estados Unidos.

Pocos años después de la fundación de la OTAN en 1949, Estados Unidos construyó pactos de seguridad en Asia Oriental (el Pacto de Manila de 1954, que creó la Organización del Tratado del Sudeste Asiático, SEATO) y en Asia Central (el Pacto de Bagdad de 1955, que dio origen a la Organización del Tratado Central, CENTO). Junto con estos pactos, la OEA —bajo el liderazgo de Estados Unidos— se comprometió a la acción anticomunista mediante la creación, en 1962, del Comité Consultivo Especial de Seguridad contra la Acción Subversiva del Comunismo Internacional (Tricontinental, 2022).

Estados Unidos estableció esta ecología de pactos militares con dos propósitos: restringir el desarrollo de partidos y fuerzas comunistas en las regiones y facilitar su influencia sobre los gobiernos del mundo. Esto formaba parte de una proyección de poder más amplia que permitió a Estados Unidos construir y mantener bases militares, algunas de ellas con capacidad nuclear, lejos de sus costas, pero cerca de la Unión Soviética, la República Popular Democrática de Corea, la República Democrática de Vietnam y la República Popular China, sentando de manera efectiva las bases de una presencia militar global.


La necesidad de pactos militares comenzó a disminuir entre las décadas de 1960 y 1980 por varias razones. En primer lugar, Estados Unidos ya había establecido una enorme presencia militar global, con bases desde Japón hasta Honduras, creadas mediante tratados bilaterales. En segundo lugar, la drástica mejora de la tecnología militar, le permitía mayor flexibilidad y movilidad con su arsenal de misiles de alcance intermedio, submarinos nucleares y una enorme capacidad aérea. En tercer lugar, EE.UU. desarrolló la estrategia conocida como interoperabilidad, que le permitía utilizar las ventas de su propia tecnología militar a aliados como una forma de promover ejercicios conjuntos, realizados de hecho bajo su mando y en su mayor parte para sus intereses estratégicos. Finalmente, Estados Unidos ya había creado estructuras de mando regionales, como el Comando del Pacífico (PACOM creado en 1947, convertido en Indo-Pacífico en 2018), el Comando Sur (SOUTHCOM, 1963) y el Comando Central (CENTCOM, 1983), que ya habían establecido acuerdos bilaterales y multilaterales con ejércitos aliados, haciendo innecesarios nuevos pactos militares regionales.

Estos nuevos mecanismos para la proyección militar global de Estados Unidos hicieron menos necesarios los pactos de seguridad en regiones como Asia y Medio Oriente. La SEATO se disolvió en 1977, en gran medida debido a la falta de interés de los países del sudeste asiático, y dos años más tarde, tras la Revolución iraní, se clausuró la CENTO (Tricontinental, 2022). Sin embargo, este no fue el caso en América Latina, donde la OEA continúa operando hasta el día de hoy, enfocada con precisión de rayo láser en minimizar el papel de la izquierda en la región. Cuba fue suspendida de la organización en 1962, tras lo cual Fidel Castro la calificó como el “Ministerio de Colonias” de Estados Unidos.

Junto a la OEA, la OTAN fue la otra gran excepción. No fue disuelta. La fórmula de Lord Hastings seguía vigente. Mantener a la Unión Soviética fuera: conservar las bases militares de Estados Unidos y la OTAN con armas nucleares estadounidenses en Europa como medida de disuasión ante cualquier avance soviético más allá de las líneas establecidas tras la Segunda Guerra Mundial. Mantener a los estadounidenses dentro: desde la perspectiva de EE. UU., esto implicaba mantener sometida a Europa, lo cual significaba impedir que creara su propio ejército continental y asegurar que cada vez que se discutiera la expansión de la Unión Europea (UE), se promoviera también la expansión de la OTAN, para mantener así la influencia estadounidense en la región. Mantener a los alemanes abajo: asegurarse de que las antiguas potencias imperialistas no aspiraran a nada más allá de ser aliadas subordinadas de Estados Unidos, una visión que el país mantuvo no solo para Alemania, sino para toda Eurasia, especialmente Japón. La OTAN, por tanto, se mantuvo como un elemento esencial de la arquitectura del imperialismo estadounidense.

Independientemente de lo que dijeran las autoridades de Estados Unidos y de la OTAN, era evidente que tenían tres objetivos para este pacto militar: impedir el crecimiento de la izquierda en sus propios países (desmantelando los frentes populares en Francia, Grecia e Italia a fines de las décadas de 1940 y de 1950, así como el movimiento pacifista en Alemania Occidental durante las décadas de 1960 y 1970), contener y hacer retroceder al bloque socialista (incluida, a partir de 1959, la Revolución cubana) e impedir el éxito los movimientos de liberación nacional en África y Asia (incluido el apoyo a las guerras coloniales de Portugal en África entre las décadas de 1960 y 1970, y la asistencia a Estados Unidos en Corea a comienzos de la década de 1950 y en Vietnam entre las décadas de 1960 y 1970) (Neumann, 2024).

Cartel de la Cumbre de la Paz de Madrid, 2022.

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Parte 2: La OTAN Global

En noviembre de 1991, un mes antes de la disolución formal de la Unión Soviética, la OTAN publicó un informe titulado Nuevo concepto estratégico, en el cual reconocía que se vivía una “nueva era, más prometedora, en Europa” (OTAN, 2022). En ese contexto, los Estados miembros de la OTAN bien podrían haber tenido la confianza para declarar la disolución de la alianza. En lugar de eso, legitimaron su continuidad, advirtiendo sobre amenazas “multidireccionales” que requerían intervenciones coordinadas, incluso fuera de los territorios de los Estados miembros.

En 1997, en la sede de la OTAN en Bruselas, la secretaria de Estado de Estados Unidos, Madeleine Albright, afirmó que, con la Unión Soviética fuera del escenario, “muchas personas creen que ya no enfrentamos una amenaza unificadora, pero yo creo que sí”. ¿Cuál era, entonces, el propósito de la OTAN? Albright lo explicó así:

Detener la proliferación de armas nucleares, químicas y biológicas. Apagar la combinación inflamable de tecnología y terrorismo, la posibilidad —por impensable que parezca— de que armas de destrucción masiva caigan en manos de personas que no tengan reparos en utilizarlas. Esta amenaza emana en gran medida del Medio Oriente y de Eurasia, por lo que Europa está especialmente en riesgo (1997).

Es decir, la OTAN debía intervenir en zonas fuera de Europa para proteger a Europa. Esa es la interpretación caritativa y superficial. Pero hay otra forma de entender lo que Albright dijo tan claramente. Desde el colapso de la Unión Soviética, Rusia —bajo un presidente dócil como Boris Yeltsin (cuya reelección en 1996 se debió a la injerencia estadounidense)— se rindió de hecho a Estados Unidos. De este modo, el país aprovechó la oportunidad para utilizar su abrumador poder militar —y su principal instrumento a escala global, la OTAN— para expandir su dominio en Europa del Este y castigar a los llamados Estados de retroceso (como los llamó Anthony Lake, del Departamento de Estado de EE. UU., en 1994), que se negaran a adoptar las políticas de globalización, neoliberalismo y primacía estadounidense.2

Los gobiernos del Norte Global necesitan la imagen de un enemigo amenazador para justificar la existencia de la OTAN. Ya se trate de la supuesta amenaza del comunismo (la Unión Soviética durante la Guerra Fría), las acusaciones de terrorismo (al-Qaeda) o el autoritarismo (Rusia y China en años recientes), los Estados miembros de la OTAN siembran el miedo ante los “enemigos del mundo libre” para convencer a sus propias poblaciones de la necesidad de una mayor militarización de sus sociedades, por ejemplo, ampliando sus fuerzas armadas y policiales (Monastiriakos, 2024). Esta demagogia también cumple la función de incorporar en la campaña bélica de la OTAN a movimientos y sindicatos que de otro modo serían progresistas.

De hecho, ya en 1991 estaba claro que Estados Unidos utilizaría a la OTAN para subyugar a Europa del Este y a Rusia, y que luego la utilizaría como policía mundial contra cualquier “Estado rebelde” que se atreviera a desafiar el poder estadounidense en esta nueva era. Las líneas de actuación de la alianza atlántica seguirían al pie de la letra la política exterior de Estados Unidos. Tal como se afirma en la Estrategia de seguridad nacional de los Estados Unidos de América de 2002, publicada durante la presidencia de George W. Bush: “Nuestras fuerzas serán lo suficientemente fuertes como para disuadir a posibles adversarios de intentar una acumulación militar con la esperanza de superar o igualar el poder de Estados Unidos” (The White House, 2022: 39). El concepto de “posibles adversarios”, inicialmente “Estados rebeldes” o “Estados canallas” en 1994 y luego “terrorismo catastrófico” en 1998, pronto se centraría en Rusia y China.3


Hubo mandatos geopolíticos que influyeron en esta decisión, pero también existió dinero en juego. Cuando colapsó la Unión Soviética, la industria armamentística temía que viniera un “dividendo de la paz” y que sus ganancias —que habían crecido enormemente durante ese periodo— se vieran afectadas. Por eso, la industria de armas creó el Comité Estadounidense para la Ampliación de la OTAN, presidido por Bruce Jackson (entonces vicepresidente de Lockheed Martin), que presionó al Congreso estadounidense para aprobar la Ley de Facilitación de la Ampliación de la OTAN de 1996. En los dos años siguientes, entre 1996 y 1998, las seis mayores empresas contratistas militares gastaron 51 millones de dólares en lobby ante el Congreso para promover la expansión de la alianza atlántica (Seele, 1998). Como expresó Joel Johnson, de la Asociación de la Industria Aeroespacial: “hay mucho en juego. Quien entre primero tendrá el control asegurado durante el próximo cuarto de siglo” (dado que la venta de aeronaves implica compras enormes de repuestos y de aviones nuevos para mantener y ampliar las flotas) (Gerth y Weiner, 1997).

A los nuevos estados miembros de la OTAN se les alentó firmemente a comprar a la industria armamentística estadounidense, por lo que la ampliación de la OTAN fue también una expansión del mercado de armas para Boeing, Lockheed Martin, McDonnell Douglas, Northrop Grumman, Raytheon y Textron (conocidas en ese entonces como las “seis grandes”, todas con sede en Estados Unidos) (Seele, 1998). Entre los periodos 2015–2019 y 2020–2024, por ejemplo, los Estados europeos miembros de la OTAN más que duplicaron sus importaciones de armamento, con un 64 % proveniente de Estados Unidos (SIPRI, 2025; Pfeifer et al., 2025).

La dependencia europea de las empresas armamentísticas estadounidenses ha sido un tema de preocupación para lxs burócratas de la región desde hace décadas. En 2003, por ejemplo, un estudio de la Comisión Europea señalaba que “existe el peligro de que la industria europea quede reducida a la condición de subproveedora de las principales contratistas estadounidenses, mientras que el conocimiento técnico clave quede reservado a las empresas de Estados Unidos” (Unión Europea, 2003: 11). Esto formaba parte de una visión más amplia para subordinar a Europa a las ambiciones de Estados Unidos.


En 1999, excediendo cualquier mandato de la ONU para misiones de mantenimiento de la paz, la OTAN fue a la guerra en Yugoslavia para desmembrar el país. Durante esta guerra, la organización militar bombardeó la embajada china en Belgrado, un hecho que las autoridades chinas continúan considerando un acto deliberado (Stevenson, 2023: 46–47). Este fue el primer indicio del impulso de la OTAN fuera de su zona de operaciones. Dos años después, la alianza atlantica llevó a cabo otra operación “fuera de área” al participar en la guerra contra Afganistán iniciada por Estados Unidos. Esto le otorgó la confianza de que ahora tenía la capacidad y el permiso para actuar como policía del orden liderado por Estados Unidos. En 2006, Ivo H. Daalder —quien se convertiría en embajador estadounidense ante la OTAN en 2009— y James Goldgeier —defensor de larga data de la expansión de la OTAN— escribieron en Foreign Affairs sobre la “OTAN global” en 2006 (105–113). Aunque la OTAN no participó formalmente en la guerra ilegal contra Irak en 2003, prestó apoyo logístico y de comunicaciones a Polonia y Turquía durante el conflicto. Durante ese período, la OTAN comenzó a expandir sus relaciones con fuerzas militares de todo el mundo, especialmente en Europa del Este y Asia Oriental, y participó de diversas maneras en la Guerra contra el Terror de Estados Unidos (De Nevers, 2007: 34).

Antes del colapso de la Unión Soviética, y como condición para permitir la anexión de la República Democrática Alemana (RDA), el gobierno de Estados Unidos se comprometió ante el gobierno soviético a que la OTAN no se expandiría más allá de la frontera oriental de Alemania.4 Sin embargo, tras la caída de la Unión Soviética, la alianza atlántica hizo exactamente eso. El bombardeo de Yugoslavia en 1999 envió un mensaje claro a los países de Europa del Este: están con nosotros o contra nosotros. En los años siguientes, estos países se incorporaron a la OTAN: República Checa, Hungría y Polonia en 1999; Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Rumania, Eslovaquia y Eslovenia en 2004; Albania y Croacia en 2009; Montenegro en 2017; y Macedonia del Norte en 2020. Durante este proceso, Estados Unidos tomó medidas para asegurarse de que la ahora reunificada Alemania se “mantuviera a raya” y operara solo dentro de los márgenes establecidos por Washington (Tricontinental, 2024a). Se permitió la expansión de la Unión Europea hacia el este, pero esta fue precedida (o al menos acompañada) por la expansión de la OTAN. Así se aseguró la hegemonía estadounidense dentro del bloque occidental, especialmente en Europa del Este.

Aunque cuatro países que comparten frontera con Rusia (Estonia, Letonia, Lituania y Polonia) ya se habían incorporado a la OTAN para mediados de los 2000, el gobierno ruso no estaba dispuesto a permitir el ingreso de Georgia y Ucrania, dos países que comparten fronteras considerables con Rusia. En la Cumbre de la OTAN celebrada en Bucarest en abril de 2008, y en un contexto de creciente dependencia europea del gas y petróleo rusos, Francia y Alemania bloquearon el ingreso de Georgia y Ucrania a la alianza. El despliegue de tropas rusas tras un enfrentamiento militar con Georgia en Osetia del Sur ese mismo año, fue el primer indicio de hasta dónde estaba dispuesta a llegar Moscú para impedir que Georgia ingresara a la UE o a la OTAN. La destitución del gobierno ucraniano en 2014 —influenciada por Estados Unidos—, la insistencia del Norte Global en que Ucrania ingresara a la OTAN y el retiro estadounidense de importantes tratados de control de armas —como el Tratado sobre Misiles Antibalísticos (2002) y el Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (2019)— hicieron pensar a Rusia que Washington buscaba emplazar armas nucleares de alcance intermedio en su frontera.5 Para Moscú, esto era inaceptable, lo que condujo a la invasión de Ucrania en 2022.


Desde principios de la década de 1950, Estados Unidos se ha quejado de tener que asumir la mayor parte del gasto de la OTAN debido a que los países europeos no invierten lo suficiente en sus capacidades militares.6 En 1952, incluso el Parlamento del Reino Unido debatió la desigualdad en el gasto militar y en el servicio militar obligatorio entre los países de la OTAN (UK Parliament Hansard, 1952). No obstante, los bajos niveles de gasto militar en Europa se mantuvieron e, incluso, disminuyeron en la década de 1970 debido al proceso de distensión que siguió a la firma del Tratado de Misiles Antibalísticos de 1972, a los Acuerdos de Helsinki de 1975, así como a la estanflación que asfixió las economías europeas en ese mismo periodo. En la década de 1980, la administración del entonces presidente estadounidense Ronald Reagan presionó a Europa para que aumentara su gasto militar. Tras el fin de la Guerra Fría, lxs funcionarixs estadounidenses insistieron al unísono en la necesidad de incrementar el gasto militar europeo.

Al mismo tiempo, sin embargo, Europa reconocía que su dependencia de Estados Unidos le impedía actuar de manera autónoma. Tras las guerras en Bosnia (1995) y Yugoslavia (1999), por ejemplo, se abrió un debate en las capitales europeas sobre su dependencia de Estados Unidos.7 El impulso para desarrollar el sistema de navegación satelital europeo, Galileo, estuvo motivado en gran medida por esta preocupación. “Si la UE se ve obligada a emprender una misión de seguridad que Estados Unidos no considere de su interés”, señalaba un informe de la Comisión Europea en 2002, Europa “será impotente si no dispone de la tecnología satelital, que ahora resulta indispensable” (Caldicott y Eisendrath, 2007: 31). Para la Cumbre de la OTAN en Riga de 2006, los Estados miembros acordaron que debían elevar su gasto militar al 2 % de su PIB, una norma que se reforzó en la Cumbre de la OTAN en Gales de 2014 (OTAN, 2006).

A pesar de ser conscientes de los problemas derivados de la dependencia militar, los Estados europeos querían seguir bajo el paraguas militar estadounidense. Lxs líderes europeos se apresuraron de cumbre en cumbre de la OTAN a acordar el aumento de sus gastos militares, sin importar el daño que esto causaría a sus sociedades y a sus propias políticas exteriores, que se volvían cada vez más militarizadas. En 2022, el canciller alemán Olaf Scholz pronunció un discurso que más tarde se conocería como Zeitenwende (que significa “cambio de era”), en el que prometió un fondo de 100.000 millones de dólares para incrementar el gasto militar (2022). Luego, en 2025, cuando el gobierno de Estados Unidos decidió recortar la ayuda militar a Ucrania, el gobierno alemán (ahora liderado por el canciller Friedrich Merz) —que había sido una voz arrogante de prudencia fiscal hacia su propia población y hacia los pueblos de países europeos más pobres (como Grecia)— ignoró su regla de freno a la deuda (un límite al endeudamiento gubernamental consagrado en la Constitución alemana en 2009), con el fin de aumentar el gasto militar (McHugh, 2025). Este mismo año, la Unión Europea también anunció planes para aprobar 800.000 millones de euros en créditos para la guerra (Le Monde, 2025). En otras palabras, siempre hay dinero para la OTAN, pero no para la protección social ni para infraestructuras clave (Ganesh, 2025).

Goyen Chen, War Only Brings Pain [La guerra solo trae dolor], 2022.

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Parte 3: La OTAN y el Sur Global

En 2023, un año después de la invasión rusa a Ucrania, el embajador alemán Christoph Heusgen increpó a la primera ministra de Namibia, Saara Kuugongelwa-Amadhila, porque su país no había condenado a Rusia. Kuugongelwa-Amadhila respondió con calma que su país estaba “promoviendo una resolución pacífica de ese conflicto, para que el mundo entero y todos los recursos del mundo puedan centrarse en mejorar las condiciones de vida de las personas en lugar de gastarse en adquirir armas, matar gente y, en definitiva, crear hostilidades” (2023). El dinero utilizado para comprar armas, añadió Kuugongelwa-Amadhila, podría usarse incluso en Europa, “donde muchas personas están atravesando dificultades”. Lo significativo de este intercambio no fue lo que dijo Kuugongelwa-Amadhila, sino el hecho que dijera algo que contraría el consenso del Norte Global.

El desconcierto se extendió por la sala y más allá. ¿Por qué estxs líderes de países pequeños y pobres del Sur Global están alzando la voz contra el Norte Global? ¿Por qué ya no están tan subordinadxs como antes? Tal como escribió el canciller japonés Yoshimasa Hayashi en el prefacio del Libro azul diplomático 2023 de su país, que buscaba comprender el surgimiento del Sur Global: “El mundo se encuentra ahora en un punto de inflexión en la historia” (Tricontinental, 2024b). En un informe de noviembre de 2024, el relator de la OTAN y exministro de Relaciones Exteriores de Lituania, Audronius Ažubalis, reconocía los cambios en curso a nivel mundial con el ascenso del Sur Global:

Cabe argumentar que Occidente no se adaptó con la suficiente rapidez a esta nueva realidad, lo que permitió que potencias autoritarias como Rusia y China avanzaran significativamente en Asia, África, América Latina y el Pacífico, cosechando importantes beneficios económicos y geopolíticos (2024).

La valoración de Ažubalis demuestra lo poco que los líderes del Norte Global comprenden el ascenso del Sur Global. En efecto, es el surgimiento de un nuevo polo de industria y fuerzas productivas en Asia (desde India y China hasta Vietnam e Indonesia) y la creación de un nuevo conjunto de instituciones de desarrollo (como el Nuevo Banco de Desarrollo), lo que ha permitido a los Estados más pobres cierto margen de maniobra frente al Fondo Monetario Internacional, dominado por el Departamento del Tesoro de EE.UU. En otras palabras, no es que China esté logrando “avances significativos” en estos continentes, sino que China y otros países están en condiciones de financiar esfuerzos de desarrollo en las naciones más pobres. Dado que el Norte Global no está haciendo esto, estos países ya no están atados a él.

Descartar simplemente a China y Rusia como “potencias autoritarias” y asumir que la retórica gastada del liberalismo y la democracia occidentales atraerá a países que buscan desarrollar sus economías es insensato. Igualmente absurda es la acusación de autoritarismo proveniente de países que habitualmente se alían con monarquías. La incapacidad de comprender el movimiento real de la historia paraliza a lxs intelectuales de la OTAN, quienes recurren al supuesto que los pueblos de África, Asia, América Latina y el Pacífico están siendo engañados por Rusia y China, y que, si solo conocieran la verdad sobre el liberalismo y la democracia occidentales, tomarían la “decisión correcta” de subordinarse al Norte Global.

Sin embargo, la OTAN ha desarrollado una presencia importante en la región mediterránea, en el continente africano y en Asia (y tiene un papel menor en América Latina, donde su principal aliado es Colombia). En el resto de esta sección, nos centraremos en estas tres regiones de actividad significativa de la OTAN.

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El Mediterráneo, la Guerra contra el Terror y la instrumentalización de la migración

Para la década de 1990, la OTAN había extendido sus tentáculos en busca de colaboraciones por todo el mundo, comenzando por lo que llamó su “vecindario meridional” (es decir, los países al sur del mar Mediterráneo). En 1994, lanzó el Diálogo Mediterráneo, un foro para que países fuera de la zona de la OTAN intercambiaran con los Estados miembros. Los países se unieron al diálogo en oleadas —desde Argelia, Egipto e Israel hasta Jordania, Mauritania, Marruecos y Túnez—, muchos de los cuales no tenían relaciones con Israel y, sin embargo, se sentaron a la mesa con representantes de ese país. En 2004, un año después que Estados Unidos y varios de sus aliados de la OTAN participaran en la ilegal guerra contra Irak, la alianza integró a cuatro países árabes del Golfo (Baréin, Kuwait, Qatar y Emiratos Árabes Unidos) en la Iniciativa de Cooperación de Estambul, con el fin de reforzar la cooperación militar entre la OTAN y el Golfo Árabe. Varios de los países en estas iniciativas (incluidos al menos Qatar, Emiratos Árabes Unidos, Jordania y Marruecos) participaron en la Operación Protector Unificado de la OTAN en 2011, que destruyó el Estado libio. En 2016, la OTAN inauguró el Centro de Dirección Estratégica Sur cerca de Nápoles (Italia). En 2017, abrió un Centro Regional de la Iniciativa de Cooperación de Estambul en Kuwait. Luego, dentro de ese proceso de diálogo, sugirió establecer una Oficina de Enlace de la OTAN en Amán (Jordania). Esta oficina fue anunciada en la Cumbre de la OTAN de 2023 en Vilna e inaugurada al año siguiente.

Estas declaraciones y comunicados hablan efusivamente de derechos humanos y democracia, pero las palabras clave en la realidad son contraterrorismo e interceptación de migrantes en el mar. Tras la atrocidad de la guerra de la OTAN contra Libia en 2011 —cuando la alianza ya estaba metida hasta las rodillas en el pantano de la Guerra contra el Terror—, comenzó su guerra contra la población migrante de diversas partes del Sur Global que viajaban a ese país devastado por la guerra para intentar cruzar el mar hacia Italia. Lxs líderes de la OTAN empezaron a referirse a esta tragedia como la “instrumentalización de migrantes”, lo que para ellxs significaba que sus enemigos estaban desplegando a lxs migrantes como una “amenaza híbrida” para saturar sus países (una frase que se usó específicamente cuando Rusia permitió que solicitantes de asilo de varios países cruzaran la frontera hacia Finlandia en 2024). En una reunión en Washington en 2024, el entonces secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, reconoció directamente que “la OTAN tiene un papel que desempeñar” en la “instrumentalización de la migración” (2024a). Esto es la OTAN desplegando todo su arsenal militar para defender la Fortress Europe [Fortaleza Europa], un concepto de ultraderecha y antiinmigrante.

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Africa dice: “¡OTAN, dégage!”

La acción más trascendental de la OTAN al sur del Mediterráneo fue el uso de la fuerza para destruir el Estado libio en 2011. Esta intervención no solo abrió las puertas a la migración de africanxs y otros hacia Europa a través de Libia, sino que también desencadenó un asalto terrorista en Argelia, Mali, Burkina Faso y Níger. Más de una década después, los escombros de la intervención de la OTAN persisten.

Cabe destacar que esta intervención se realizó bajo el pretexto de la “responsabilidad de proteger” (R2P, por sus siglas en inglés), una norma internacional desarrollada por una Organización de las Naciones Unidas (ONU) acorralada que “busca garantizar que la comunidad internacional nunca más fracase en detener los crímenes atroces masivos de genocidio, crímenes de guerra, limpieza étnica y crímenes de lesa humanidad” (Global Centre for the Responsibility to Protect, s.f.). Aunque el Comité Internacional sobre Intervención y Soberanía Estatal desarrolló la R2P en 2001 como respuesta al genocidio de Ruanda en 1994 y al bombardeo de la OTAN contra Yugoslavia en 1999, no fue hasta después de que Estados Unidos menoscabara la idea de “intervención humanitaria” con su guerra ilegal contra Irak en 2003, que se tomaron medidas más concretas para consolidar la R2P como norma internacional, hasta su adopción formal en la Cumbre Mundial de la ONU en 2005.

Francia, una de las artífices de la destrucción de Libia, utilizó el posterior asalto terrorista en el Sahel para legitimar su propia intervención militar en la región, que ahora ha sido expulsada por golpes de Estado populares bajo el lema ¡France, dégage! (Prasahd, 2024). Este sentimiento —“¡Francia, fuera!”— se extiende a una órbita más amplia: ¡Europa, fuera! ¡OTAN, fuera!

Para la mayoría de la población del continente africano, no resulta fácil distinguir entre la Unión Europea (UE), Estados Unidos y la OTAN. La política migratoria de la UE, por ejemplo, no es una política civil, sino paramilitar, que utilizó a los Carabinieri de Italia y a la Guardia Civil de España para patrullar el Sahel a través de los Grupos de Acción Rápida para la Vigilancia e Intervención en el Sahel (GAR-SI, por sus siglas en francés) entre 2017 y 2021. Mientras tanto, Estados Unidos desplegó drones de vigilancia desde la AB 201, una enorme base militar estadounidense en Agadez (Níger) (CIVIPOL, 2021). La intervención militar francesa, las bases estadounidenses en la región y el uso de tecnologías de vigilancia en el Sahel y el Sáhara —estrictamente reguladas o prohibidas en Europa— son la forma en que el norte de África experimenta el proyecto de la OTAN: no como un defensor de los derechos humanos, sino como un instrumento de brutalidad (Tricontinental, 2021; Napolitano, 2023).

Sin embargo, la presencia de la OTAN en África ha planteado un dilema para los gobiernos del continente, que siguen buscando financiamiento y asistencia técnica. En 2015, esta dinámica le otorgó a la OTAN el derecho de establecer una oficina de enlace en la sede de la Unión Africana (UA) en Adís Abeba, Etiopía (2023). Es esta concesión la que permite a los Estados africanos solicitar entrenamiento y fondos para la incipiente Fuerza Africana de Reserva (cuya capacidad regional incluye a la Fuerza de Reserva de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental, que casi invade Mali, Burkina Faso y Níger tras los golpes de Estado populares en 2021, 2022 y 2023, respectivamente) (Eid, 2024). Los líderes militares africanos continúan rotando entre los cuarteles generales militares de los países de la OTAN, relación formalizada bajo el nombre de Diálogos entre personal militar de la OTAN y la UA (2024b).  Con un ambiente tan acogedor, resulta casi simbólico que el Consejo de Paz y Seguridad de la UA emitiera en 2016 una declaración pidiendo a sus Estados miembros ser “cautelosos” con las bases militares extranjeras en su territorio (Unión Africana, 2016).

Goyen Chen, Know Love, Know Peace [Conoce el amor, conoce la paz], 2022.

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El reto de China para la OTAN

Las guerras en Yugoslavia, Afganistán y Libia llevaron a la OTAN más allá de su área de operaciones directa. Sin embargo, esto dista mucho de ser el límite de la geografía imperialista de la alianza. Como escribió Sten Rynning, del Danish Institute for Advanced Study, en su libro de 2024 NATO: From Cold War to Ukraine, a History of the World’s Most Powerful Alliance [OTAN: de la Guerra Fría a Ucrania, una historia de la alianza más poderosa del mundo]: “Naturalmente, la OTAN no puede permitirse ignorar el Indo-Pacífico, porque este escenario se ha convertido en la principal preocupación geopolítica de Estados Unidos” (2024: 275).

Esta formulación llamaría la atención de un lingüista: la OTAN “no puede permitirse ignorar” los asuntos centrales que preocupan, no a los miembros de la alianza en su conjunto, sino a Estados Unidos. En otras palabras, Rynning —cuyo libro es lo más cercano a un estudio autorizado sobre la OTAN— admite abiertamente dos cosas. Primero, que la política de la organización no la determina el Consejo del Atlántico Norte (oficialmente su principal órgano de decisión), sino Estados Unidos. Segundo, que desde 2009 (cuando Barack Obama asumió la presidencia de EE. UU.), el país ha visto a China como su principal rival, empujando a la OTAN a expandir su órbita para amenazar a China y “ponerla en su lugar”.

Hasta hace poco, la OTAN describía a China como un país que ofrecía “oportunidades y desafíos”, como se afirmó en la Declaración de Londres (2019). Dos años después, bajo presión estadounidense, la alianza militar decidió que China ya no ofrecía “oportunidades”, sino que sus “ambiciones declaradas y comportamiento asertivo presentan desafíos sistémicos al orden internacional basado en reglas y a áreas relevantes para la seguridad de la Alianza” (Declaración de Bruselas, 2021).

En un ensayo publicado en el sitio web de la OTAN (2023), Luis Simón, del Real Instituto Elcano, con sede en Madrid (fundado y financiado por el Estado español), argumentó que “China constituye un desafío para un sistema internacional que aún refleja en gran medida los valores e intereses transatlánticos” (Simón, 2023). Esta es una observación certera: no es que China se oponga al “orden internacional basado en reglas” (como alega el Departamento de Estado de EE.UU.), sino que podría oponerse al dominio transatlántico de dicho sistema.

Simón señala otras dos formas significativas en las que China es “relevante” para la seguridad de la OTAN. Primero, China posee sistemas de armas capaces de alcanzar Europa y tiene “infraestructuras críticas en Europa”. Segundo, dado que la Nueva Guerra Fría contra China es “inmensamente trascendental para Estados Unidos”, la OTAN debe involucrarse en el Indo-Pacífico. Esto refuerza el argumento de Rynning: si es importante para EE.UU., lo es para la OTAN. Aquí, Simón (español) y Rynning (danés) coinciden en que la soberanía de las políticas exteriores de sus propios países puede sacrificarse ante Washington.

Esta actitud ha motivado a la OTAN a utilizar su Programa de Asociación Personalizada (creado en 2021) para estrechar vínculos con Australia y Nueva Zelanda (ambos ya miembros de la alianza de inteligencia Five Eyes), así como con Japón y Corea del Sur. Estos países conforman ahora el Indo-Pacific 4 (IP4) y participaron como “cuasi miembros” en la Cumbre de la OTAN en Madrid (2022) (OTAN 2024c; Tricontinental, 2024b).

En septiembre de 2024, el primer ministro japonés Shigeru Ishiba llegó a proponer la formación de una “OTAN asiática”. Sin embargo, aunque la alianza ha considerado abrir una oficina de enlace en Tokio, una OTAN asiática resultaría redundante ante los mecanismos ya existentes de la Estrategia Indo-Pacífico de Estados Unidos, como:

  • Five Eyes: red de agencias de inteligencia (Australia, Canadá, EE. UU., Nueva Zelanda y Reino Unido) vinculada por acuerdos secretos.
  • Diálogo de Seguridad Cuadrilateral (Quad): integrado por Australia, India, Japón y EE. UU.
  • El Squad: que reemplaza a una India menos entusiasta por Filipinas.
  • AUKUS: alianza militar entre Australia, Reino Unido y EE. UU.
  • JAKUS: alianza trilateral entre Japón, Corea del Sur y EE. UU.

Además, el gobierno estadounidense ha incorporado de manera provocativa a la provincia china de Taiwán en el creciente rol de la OTAN en Asia. Por ejemplo: El borrador de la Ley de Política hacia Taiwán del Congreso de EE.UU. lo designa como “aliado importante no perteneciente a la OTAN”, mientras que una enmienda recomendada a la Ley de Control de Exportación de Armas de 1976 lo incluye en la lista de «receptores OTAN Plus», lo que le permite eludir normas de no proliferación de distinto tipo (Ishiba, 2025; US-China Economic and Security Review Commission, 2024: 443–485; US Senate Committee on Foreign Relations, 2022; Fernandes, 2022; Fernandes, 2018; Cannon y Hakata, 2021 y Baldauff, 2024).

En otras palabras, ya existen múltiples plataformas que cumplen la función de una “OTAN asiática”, y la propia OTAN está plenamente involucrada en el Indo-Pacífico, como lo demuestra su disposición a unirse al proyecto estadounidense de patrullar las aguas que rodean a China y construir proyectos de seguridad, como bases y alianzas. La alianza atlántica de la OTAN ya ha desplegado sus velas en el océano Pacífico. Esto es la diplomacia de las cañoneras del siglo XXI.

En 1839, los barcos británicos que impusieron el opio a China llevaban nombres evocadores como el HMS Volage y el HMS Hyacinth: el primero (Volage, “voluble”) aludía a la inconstancia, y el segundo (Hyacinth, “jacinto”) hacía referencia a los celos en la mitología griega. Estos nombres merecen ser recordados. Las alianzas de la OTAN también son volubles. Sus intereses, igualmente, están impulsados por los celos, proteger los intereses de sus Estados miembros por encima de los globales, al contrario de lo que pretende hacer creer. Su objetivo es mantener el sistema de reglas liderado por Estados Unidos e impedir el desarrollo de otros países. Esto es lo que convierte a la OTAN en la organización más peligrosa y reaccionaria del mundo actual.


Othman Ghalmi, Where Can I Find Peace? [¿Dónde puedo encontrar la paz?], 2022.

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Notas

1

Para más información sobre la Conferencia de San Francisco, véase Tricontinental, 2024c

2

En 1997, Peter Gowan escribió: “Al ingresar en Polonia, la OTAN en realidad aumenta la inseguridad en los países bálticos. Es ineludible la conclusión de que la primera y principal base para el avance hacia Polonia no es una amenaza rusa, sino la extrema debilidad actual de Rusia. Debido al colapso social y económico catastrófico dentro de Rusia, y al hecho de que su Estado ha sido, por el momento, capturado por un clan de capitalistas mafiosos en torno al protegido de Occidente, Boris Yeltsin, el Estado ruso no se encuentra actualmente en condiciones de resistir la expansión. Esta debilidad rusa será casi con certeza temporal. Debemos asumir que la economía y el Estado rusos se recuperarán. Podría fácilmente multiplicarse por diez veces, en términos de recursos. La OTAN, por lo tanto, está aprovechando una ‘ventana de oportunidad’ que no permanecerá abierta por mucho tiempo. Se trata, por tanto, de establecer un fait accompli contra Rusia con rapidez” (1999: 298–299).

3Sobre los llamados “Estados rebeldes” o “Estados canallas”, véase Lake, 1994: 45-55. Respecto al “terrorismo catastrófico”, consúltese  Carter, Deutch y Zelikow, 1998: 80-95. Cuando Lake escribió ese ensayo, era el asesor de Seguridad Nacional de EE. UU. y Carter posteriormente se desempeñó como secretario de Defensa (2015-2017). Deutch había sido subsecretario de Defensa (1994-1995) y luego director de la CIA (1995-1996), mientras que Zelikow fue autor de la Estrategia de seguridad nacional de Bush en 2002.

4Para una valoración de la anexión de la RDA, véase IFF DDR y Tricontinental, 2021. Sobre la polémica acerca de la expansión de la OTAN hacia el Este, véase Sarotte (2014: 90-97), y 2021.

5Para una amplia comprensión de la captura neoliberal de las estructuras de Ucrania, véase Yurchenko, 2017; para una evaluación del contexto de la guerra en Ucrania, véase Foster et Al., 2022.

6Un primer resumen está disponible en el texto de Busler, 1985, y uno más reciente en Congressional Research Service, 2019. La similitud en el tono y los argumentos a lo largo de 34 años y cinco presidencias es asombrosa.

7Para más información, véase Cámara de los Comunes del Reino Unido, 2000.

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