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El año 1968, fue un parteaguas en la vida política y social de México. A mediados de julio el movimiento estudiantil —que en muy poco tiempo se volvería un movimiento popular— empezó a exigirle al régimen el cese a la represión de las movilizaciones populares, la desaparición del cuerpo de granaderos (agrupación policiaca) y libertad de los presos políticos. 

Durante este proceso, las formas de organización e incluso la vía política estaban en constante discusión, así como también los marcos sociales y culturales que imponía el sistema en sus diversas expresiones. En ese sentido la participación  y rol de las compañeras en los comités estudiantiles y en el Consejo Nacional de Huelga (CNH) -órgano de dirección y resolución del movimiento- fue de suma importancia para el rumbo del movimiento.

Myrthokleia, la abanderada 

Myrthokleia Adela González Gallardo fue la primera mujer en estudiar para Técnico Mecánico Industrial en el Politécnico Nacional. En 1968, ya había cursado 4 años de la carrera y daba clases de carpintería y mecánica. Al enterarse del movimiento estudiantil, se empezó a interesar en la organización. Sin embargo, al ser la única mujer en su escuela, sus compañeros pretendían que atendiera las labores de la cocina y sirviera café. Ella fue enfática y decidida desde un comienzo y defendió su derecho a participar activamente en el comité de lucha de su escuela. 

Tiempo después se integró al CNH como representante: participaba en las asambleas y después regresaba a su escuela toda la información para poder discutirla y llevar propuestas ante el Consejo. En asamblea general, donde las mujeres eran clara minoría, logró ser elegida para oficiar como maestra de ceremonias -conductora- en el mitin que se llevaría a cabo en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco el 2 de octubre. Sería un mitin informativo y organizativo, se anunciaría el fin de la huelga estudiantil y se daría paso a otra etapa del movimiento. 

Al arribo de los y las estudiantes a Tlatelolco, ya se encontraba en calles aledañas contingentes del Ejército. El mitin inició a las 18 horas. Myrtho dio las palabras iniciales y pasó la palabra al primer orador, el cual fue interrumpido a los 10 minutos por el comienzo de la represión. El batallón Olimpia —grupo paramilitar instrumentado por el gobierno de Gustavo Diaz Ordaz y dirigido por el Secretario de Gobernación Luis Echeverría— empezó a disparar y a detener a lxs estudiantes, al mismo tiempo que entraban los tanques de Ejército a la Plaza. Al día de hoy se desconoce la cantidad y los nombres de las personas desaparecidas y asesinadas aquella noche. El crimen de Estado, catalogado e incluso sentenciado en primera instancia como genocido, continúa impune. 

Aquel 2 de octubre Myrtho fue detenida, torturada y encarcelada. Fue internada en una clínica, pero con la ayuda de una enfermera logró escapar y pasó largo tiempo en la clandestinidad. En cuanto pudo, decidió visitar a sus compañeros en la cárcel de Lecumberri. Todos los 2 de octubre Myrtho carga la bandera nacional en las grandes movilizaciones que se realizan por la memoria de los caídos y contra la impunidad que al día de hoy sigue vigente: no sólo de Tlatelolco sino de todos los crímenes que el Estado ha continuado perpetrando en contra su pueblo. 

 

Mane y la lucha por la libertad de los presos políticos

Manuela Garín Pinillos —familiarmente conocida como “Mane”— nació en España en los albores de la Gran Guerra. Su familia debió emigrar a Cuba y ella con apenas 16 años formó parte del movimiento estudiantil que combatió la dictadura de Machado —el mismo que integrase el revolucionario Julio Antonio Mella— . Debido a su participación política se exilió a México junto a su familia. Allí continuó sus estudios profesionales en Matemáticas, convirtiéndose en destacada investigadora y maestra emérita por la Universidad Nacional Autónoma de México.

Uno de sus hijos,  Raúl Álvarez Garín, fue un destacado dirigente del CNH durante el 68. Ese 2 de octubre Raúl fue aprehendido y encarcelado junto con más de 500 estudiantes que participaban en un mitin pacifico en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco.

A partir de ese momento Manuela se dedicó a acompañar a su hijo. Lo visitaba con regularidad y junto a muchas otras madres comenzó a luchar por la excarcelación de los presos políticos. A pesar de los ofrecimientos y los mecanismos de extorsión, Mane nunca dio el brazo a torcer y defendió los ideales por los que luchaba su hijo y sus compañeros, los mismos que ella enarbolaba. Fue así que gracias a su lucha y la de las madres y familiares que la acompañaban, Mane logró que los presos políticos —con su hijo incluido— pudieran optar por un “exilio voluntario” al Chile insurrecto de Salvador Allende.

Mujer científica, joven revolucionaria y madre justiciera, Manuela Garín ha sido ejemplo de militancia, internacionalismo solidario y protagonista de varios capítulos de las luchas de los y las oprimidas en América Latina y el mundo.

Rosario Ibarra y los comités de doñas en busca de las y los desaparecidos de la “Guerra Sucia” 

Las madres en la búsqueda de sus hijxs y en la lucha por la memoria, la verdad y la justicia han marcado la historia de todos nuestros pueblos. 

La clausura de la vía política tradicional —evidenciada en la masacre de Tlatelolco— hizo que a partir de la década de 1970 se multiplicaran por todo el país experiencias de organización armada. Organizaciones que retomaban la experiencia propia de los alzamientos armados de las primeras décadas del siglo xx y las luchas de liberación en América Latina. Frente a esto, la guerra de contrainsurgencia promovida desde el Pentágono se expresó en cada país con métodos similares: la persecución, la desaparición forzada y el control militar de la vida social.

El Comité Eureka fue el principal colectivo de familiares —principalmente madres— que se organizó en México con el fin de buscar a sus hijos e hijas desaparecidas.

A raíz de la desaparición de su hijo, Rosario Ibarra comienza una incansable lucha por  aglutinar a un centenar de madres en su misma situación. Fue así que bajo el grito de “¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!” pelearon contra la impunidad y el genocidio perpetrado por los gobiernos de Días Ordaz y Echeverría. 

A fines de la década de 1970, la lucha de Rosario Ibarra y el Comité Eureka permitió la libertad de 1500 presos políticos, el regreso de 57 exiliados al país y el desistimiento de más de 2000 órdenes de aprehensión. A la vez que logró que hubiese una salida política —conforme a derecho— para miembros de las guerrillas. 

Rosario y las madres de Eureka se enfrentaron a un régimen autoritario donde no había respeto a los derechos humanos y su propia lucha se hacía al calor de las desapariciones forzadas y el terror de la mal llamada “Guerra Sucia”. Ante todo esto no se doblegaron y fueron ejemplo de perseverancia. Convirtieron su dolor individual en rabia colectiva exigiendo siempre el fin de la impunidad. Su legado se hace hoy presente: la necesidad de seguir reclamando justicia, de la formidable fuerza de las madres decididas a reivindicar los ideales de sus hijxs, las que no se acostumbran al horror.