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En 1986 se realizó una de las iniciativas organizativas más importantes de la historia del movimiento de mujeres y feministas en Argentina. Desde mediados de la década del 70s se fueron delineando nuevos contornos a la articulación feminista en Nuestra América, impulsadas por la apertura de la cuestión de la mujer en la agenda global y por las búsquedas de reconstruir un campo desde donde pensar la realidad política de nuestra región y de las mujeres latinoamericanas desde una perspectiva feminista. En nuestro país, la voz propia del movimiento de mujeres y feministas encontró en la transición democrática las condiciones para su reaparición, luego de años de silencio y de terror provocados por la dictadura militar. Desde 1984 la agenda política del movimiento de mujeres se fue desplegando producto de las acciones callejeras y articuladas entre grupos feministas, militantes políticas, sindicalistas, referentes de organizaciones de derechos humanos.

 

Encuentro Nacional de Mujeres

En 1986 tiene lugar en la Ciudad de Buenos Aires el Primer Encuentro Nacional de Mujeres. atravesado plenamente por la necesidad de recuperar los espacios de organización, de debate, y con una fuerte intención de fortalecer la transición democrática luego de la dictadura cívico-eclesiástica-militar más cruenta de la Argentina.

Este espacio se constituyó como una malla de relaciones donde se entrecruzan, entrelazan, tensionan y finalmente se sintetizan aquellas concesiones y acuerdos alcanzados. Desde sus inicios estuvo presente la decisión política de construir un espacio creativo, y poroso, que dé cuenta de una forma diversa de pensarnos, de pensar lo político, las opresiones que atraviesan nuestra vida cotidiana, y de agenciar la potencia transformadora de las praxis feministas.

Único por su masividad y continuidad -se realiza ininterrumpidamente desde el 86 hasta la actualidad cambiando año a año la provincia-, el encuentro transforma y renueva a las personas que asisten, desarma y da herramientas para elegir cómo rearmarse. Todxs quienes participamos de un encuentro alguna vez, pensamos y sentimos que no volvemos igual a nuestras casas, nuestros espacios.

Esta praxis feminista implica la escucha, compartida y visibilizada de todas las experiencias. Invita a tomar la palabra, como ejercicio de apropiación del decir, y como reconocimiento del otrx. A alzar la voz, a ponderar las diversas trayectorias de vida, a compartir y construir los puntos que nos unen y a aquellos que nos diferencian, para dar las disputas que sean necesarias en pos de lo colectivo, de la ampliación del campo de enunciación feminista, de su agenda y por consiguiente de la ampliación de la participación y derechos. 

Desde sus inicios  el encuentro fue concebido como una iniciativa federal. Era importante no solo sacar del centro a Buenos Aires y poder conocer, visibilizar y habitar cada parte de nuestro país, sino dar lugar a la autoorganización de cada ciudad elegida. Concluir con un saldo organizativo que diera fuerza política y dinamismo para continuar las disputas que debieran ser libradas en el territorio. A tales fines, se definió que la comisión a cargo de la organización se formaría en cada lugar, evitando así la centralización y búsqueda de conducción por parte de algún grupo u organización en particular.

Otra característica de los encuentros es su estructuración en talleres en lugar de paneles con exposiciones de expertas. Hay allí una búsqueda de horizontalidad, de priorizar el debate, y desjerarquizar la palabra. La apuesta por la pluralidad de voces y el privilegio de las experiencias, los cuerpos, las voces y los procesos por sobre la eficacia de las “síntesis” y la “expertise”. Año a año, este formato demostró su capacidad adaptativa a diversas coyunturas, permitiendo la incorporación de nuevos talleres, y la amplitud de temas y espacios de participación.

Otra característica que atraviesa este territorio feminista desde su inicio ha sido el consenso. Esta resolución no alude a ningún romanticismo político sino a una clara noción de la distribución de poder entre distintos actores sociales y a la construcción de estrategias para evitar quedar subsumida a otros movimientos, con intereses y reivindicaciones distintas a las feministas. Era más bien una apuesta por construir las condiciones que permitiera que esa voz propia pudiera continuar viva, e incluso expandirse. Con el tiempo el consenso dio lugar a nuevas formas, como la publicación del disenso, el reconocimiento de la tensión y la disputa como elemento constitutivo del campo.

El Encuentro llevado a cabo en el 2003 en la ciudad de Rosario marcó un antes y un después en la historia encuentrera. Atravesado por la efervescente participación popular producto del proceso de lucha abierto por la crisis económica, política y social del 2001, y el crecimiento de diversas formas de organización popular, Rosario fue testigo del primer taller sobre la legalización del aborto luego de la intervención dentro del encuentro de la “Asamblea por el Derecho al Aborto”, y la indiscutida plebeyización del encuentro con la irrupción masiva de los sectores populares y con ella la puesta en valor de la participación de las compañeras travesti y trans, lesbianas, bisexuales.

El propio formato del encuentro y el incansable trabajo de muchas compañeras en participar, permanecer y disputar su lugar, permitió introducir discusiones necesarias y urgentes en torno a la identidad de género, a la perspectiva de género, a la perspectiva disidente. Podemos decir, que este encuentro consolida y potencia el proceso colectivo iniciado 17 años atrás, y logra, no sin tensiones, su transformación en un evento multitudinario, en expansión y complejamente heterogéneo.

Además,  por primera vez las calles de la ciudad se llenan de pañuelos verdes para la marcha de cierre.

Debates actuales

En el 2015, con la irrupción del Ni Una Menos en nuestro país, como convocatoria masiva frente a la violencia machista, comienza un proceso de ampliación en la capacidad de interpelación e intervención de los feminismos. Cada vez más pibxs se sentían convocadxs a participar del movimiento feminista y a cuestionar y deconstruir los espacios transitados, y el encuentro no fue la excepción.

El camino hasta ahora recorrido, nos pone en valor la capacidad que hemos tenido de crear un espacio de debate propio, que implica el acceso a formas organizativas y lugares antes negados. Nutrirlo, darle volumen hasta convertirlo en un acontecimiento político ineludible para nadie. 

En el 2019, el Encuentro se realizó en la ciudad de La Plata, y marcó un punto de quiebre y disputa dentro de la historia de los feminismos. Allí, se planteó el debate en torno a la modificación del nombre de “Encuentro Nacional de Mujeres” a “Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Travestis, Trans, Intersexuales, Bisexuales y No Binaries”. Esta demanda, que fue rechazada por parte de la Comisión Organizadora, tenía que ver con dos grandes ejes de debate: por un lado, el reconocimiento de las identidades disidentes como sujetxs políticxs de los feminismos y el reconocimiento de los territorios como plurinacionales. En decir, con la urgencia de visibilizar la complejidad, heterogeneidad y pluralidad de identidades, vivencias, trayectorias, experiencias que en verdad atraviesan el encuentro. Se disputaba la posibilidad de alojar identidades más allá de lo nacional y diferentes a la de mujeres cisgénero.

Resulta pertinente plantear que detrás de la acusación de que cambiar el nombre implica diluir el lugar de las mujeres, y que entonces hay que defender su hegemonía, se esconde una matriz cissexista y colonial que violenta y excluye sistemáticamente a las personas que no entran ni se consideran en esa categoría. Reproduce una representación universal y esencialista del ser “mujer” que mucho tiene que ver con la reproducción de las formas que adopta el feminismo hegemónico del norte global y poco con las realidades locales. Anclado, además, en un contexto de crisis civilizatoria que profundiza y acrecienta la ofensiva neoliberal que busca apoyo en  las fuerzas conservadoras para arrasar con cualquier movimiento que lo desafíe.

En consonancia con esto, impedir la concepción de Plurinacional propone que hay una “cuestión indígena” que puede y debe ser resuelta en espacios especializados para la temática, y que atañe exclusivamente a las mujeres negras o indígenas, poniendo de manifiesto la colonialidad del poder al pensar nuestro territorio, nuestros cuerpos, nuestras identidades. No se considera otra existencia que no sea la de mujer blanca, de clase media y por consiguiente una sola forma de ver, entender, sentir y verse atravesadx por el “Patriarcado”, que anula los efectos diferenciales en el entrecruzamiento de las opresiones. 

Como se puede ver, estas discusiones no se limitan al ámbito del Encuentro en sí mismo, sino que condensa debates que atraviesan al movimiento feminista desde hace tiempo, y que se configuran como puntos de fuga para pensar el feminismo latinoamericano, reconociendo el entramado de opresiones, comprender su caracter estructural y cómo se vinculan y articulan. Pensar, debatir, construir desde nuestras latitudes, para continuar un proceso de profundas transformaciones. 

El intento de los sectores más conservadores del movimiento de mujeres de sacralizar el Encuentro encuentra su contradicción primera en la forma en que esta propuesta y proyecto organizativo se constituyó. Estas configuran algunas de las tensiones que atraviesan los feminismos en la actualidad.  Por consiguiente nos enfrentamos a nuevos desafíos para pensar la lucha política, desde un espacio que expande sus discusiones al entramado social en su conjunto, desde una historia latinoamericana compleja, en la construcción de unos feminismos situados, históricos, desencializados.