Cuaderno #08
Colectivo de Investigación «Crisis socioambiental y despojo»

 

La guerra en Ucrania y su proyección global impactó, entre otras dimensiones, incrementando significativamente el precio de los alimentos en el mercado mundial, que alcanzó valores récords a partir de marzo hasta mediados de 2022. Aún con la relativa disminución que experimentaron luego, el índice de octubre de ese año (construido por la FAO —Organización de Naciones Unidas para la alimentación y la agricultura— para dichos precios) fue todavía un 2 % mayor que el del mismo mes de 2021 y casi un 50 % mayor al registrado en 2020 cuando, en el contexto de la pandemia de covid-19, estos precios comenzaron una escalada ascendente. En esta dirección,  el último Informe sobre el estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo de Naciones Unidas anunciaba que el número de personas que padecían hambre en el mundo había aumentado hasta alcanzar cifras records de 828 millones de personas en 2021, un aumento de 150 millones desde el brote de coronavirus. Así también la FAO alertó en 2022 de la emergencia de una crisis alimentaria bajo los efectos de la guerra en Europa y denunció un futuro de sombríos pronósticos tras la previsión de que continúe el incremento de las personas que sufren inseguridad alimentaria aguda en el mundo —particularmente concentrado en 19 “puntos críticos del hambre”— como consecuencia del aumento de los conflictos, los fenómenos meteorológicos extremos y la inestabilidad económica, agravados por la pandemia y la crisis en Ucrania.

La gravedad de la situación ha sido comparada con el periodo 2010-2012, cuando un incremento sustantivo de estos precios expandió las hambrunas y desató significativas protestas, entre las más destacadas aquellas que motorizaron en gran parte la Primavera Árabe. Como resultó más que claro en aquel momento —bajo el desplazamiento de los fondos especulativos al mercado de los llamados commodities en el contexto de la crisis económica del 2007-2008— la velocidad y magnitud del crecimiento del valor de los alimentos está dictada en gran medida por la especulación financiera, que resulta hoy el principal actor en las bolsas de valores de mercados a futuros que determinan el precio mundial de estos bienes. Señala palmariamente cuanto el modelo neoliberal de producción de alimentos, lejos de resolver el hambre, la incrementa dramáticamente.

A partir de esta problemática, en este cuadernillo abordamos el análisis, desde diferentes perspectivas, del modelo predominante de producción agraria; sus impactos económicos, sociales y ambientales; y la alternativa agroecológica. En esta dirección, la contribución de Patricio Vértiz, Ernesto Mattos y Rolando García Bernado señala cómo la propia expansión y consolidación de este modelo de producción agraria fue desarrollando determinados inconvenientes. Pese a contar con un consenso prácticamente absoluto en sus inicios la suma de problemas y sus correspondientes señalamientos —puntuales y parciales— devino en el surgimiento de serios interrogantes sobre la forma predominante de practicar la agricultura en Argentina. El trabajo plantea la existencia actual de un consenso suficiente entre diferentes sectores del agro sobre la gravedad y magnitud de determinados problemas intrínsecos al modelo de producción, que son reconocidos incluso por algunas asociaciones e instituciones vinculadas al gran capital agrario. Según los autores esta nueva situación abre un interrogante sobre el devenir de la producción agraria en nuestro país y cuál será la alternativa que comandará la salida de la crisis.

La magnitud de los efectos dañinos de este modelo agrícola interroga a su vez sobre las razones que explican su perdurabilidad, consolidación y expansión a lo largo de las décadas pasadas. Justamente sobre ello, Dolores Liaudat reflexiona en las páginas siguientes sobre los dispositivos ideológicos que explican la construcción de consentimiento y legitimidad alrededor del mismo.

Ante el estado de situación de la producción agraria en nuestro país, una de las alternativas que surge con mayor fuerza se engloba en las propuestas agroecológicas. En ese sentido, el resto de las contribuciones compiladas en este cuaderno examinan las realidades, características, potencialidades y dificultades de un modelo agrícola alternativo, encarnado centralmente por la llamada producción agroecológica. Sobre ello el Sector de Producción, Cooperación y Medio Ambiente del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) de Brasil nos cuenta su experiencia en el desarrollo de la agroecología en un recorrido de los últimos 25 años, que lo llevó a convertirse en un “movimiento agroecológico” y que, entre sus logros, lo sitúa como el mayor productor de arroz agroecológico de las Américas desde hace más de diez años. Pero, como lo señalan en el texto, ello no resulta solo un cambio técnico productivo; frente a la destrucción socioambiental desplegada por el gobierno de Bolsonaro y la ruptura del metabolismo social promovida por el capitalismo, se trata de la nervadura imprescindible de un proyecto alternativo y popular para Brasil y Nuestra América.

En esta misma dirección, nos habla el ingeniero agrónomo Santiago Sarandón señalando que la agroecología, lejos de su reducción tecnologicista, remite a un cambio de paradigma societal. Así, en la entrevista, Sarandón examina el doble cuestionamiento que afronta el modelo del agronegocio —externo, desde la sociedad; interno, por sus propios límites— para examinar, a la luz de su fracaso y colapso futuro, las potencialidades y retos que afronta la agroecología en la Argentina. A continuación, Facundo Monguzzi, integrante del Área de Agroecología de la recientemente constituida Federación Rural, también reflexiona sobre esta última cuestión, sobre los logros y las dificultades de la producción agroecológica y de la agricultura familiar en nuestro país; resaltando, entre otros aspectos, los problemas que afrontan los productores al tener que alquilar la tierra bajo contratos temporarios, muchas veces atados a la discrecionalidad de los propietarios. En esta perspectiva, avanzar con la agroecología exige para el entrevistado, entre otras cuestiones, resolver la cuestión de la propiedad y redistribución de la tierra, bases indispensables de una reforma agraria integral y popular.

Asimismo, como es mencionado por todas las contribuciones, el desarrollo de este modelo agroecológico alternativo no solo interpela a los campesinos, la agricultura familiar o los productores agrícolas; se trata de una alternativa necesaria e impulsada también por los consumidores, y parte de un proyecto alternativo de sociedad cristalizado en la demanda de soberanía alimentaria.  La profundidad de la crisis civilizatoria actual —agudizada por la guerra, la estanflación y el cambio climático global— acentúa la urgencia y necesidad de este cambio. Al debate y construcción de esos caminos quiere aportar este octavo Cuaderno del Colectivo “Crisis socioambiental y despojo” de la Oficina Buenos Aires del Instituto Tricontinental de Investigación Social. Agradecemos a quienes colaboraron y contribuyeron a hacerlo posible.

 

Patricio Vértiz y José Seoane

 


Índice

¿Hay un agotamiento del modelo predominante de producción agraria? por Patricio Vértiz, Ernesto Mattos y Rolando García Bernado

¿El fin de la cuestión agraria en Argentina? Los agronegocios y sus dispositivos ideológicos por Dolores Liaudat

Agroecología y la construcción de un proyecto popular para Brasil por Sector de Producción, Cooperación y Medio Ambiente del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) de Brasil

“La principal política para el desarrollo de la agroecología implicaría discutir la tenencia de la tierra y su redistribución” Entrevista a Facundo Monguzzi

“Estamos ante el colapso, el fracaso de un modelo y mientras más rápido nos demos cuenta…vamos a poder restaurar los sistemas productivos y minimizar los problemas” Entrevista a Santiago Sarandón

 

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Agricultura industrial vs agroecología: ¿cuál es el futuro del agro en la región?

 

 


 

¿Hay un agotamiento del modelo predominante de producción agraria?

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Patricio Vértiz[2], Ernesto Mattos[3] y Rolando García Bernado[4]

 

El último lustro arroja algunas novedades sobre el principal sector de la economía nacional. Al pasar revista por los principales medios de comunicación vinculados a la producción agraria podemos identificar la proliferación de experiencias alternativas a la forma predominante de practicar la agricultura. Producción orgánica, agricultura regenerativa, agroecología, permacultura, son términos que empiezan a filtrarse en ámbitos donde hasta hace algunos años solo aparecían en tanto caricaturas. ¿A qué se debe dicho viraje? ¿Solo se trata de modas de ocasión o es una cuestión de fondo? ¿Expresan alternativas a una crisis significativa del modelo de producción que predomina en las explotaciones agrarias de la pampa húmeda? En las páginas siguientes intentaremos dar respuesta a los interrogantes planteados.

 

¿Crisis o agotamiento del modelo de producción agraria?

Los años noventa significaron un verdadero parteaguas en la producción agraria en Argentina. La incorporación de una serie de innovaciones tecnológicas en la agricultura pampeana, centralmente la siembra sin roturación del suelo —sistema de siembra directa (SD)—, la adopción de semillas transgénicas y la intensificación de la utilización de agroquímicos, generó una reconversión productiva del sector. La velocidad de la difusión del nuevo paquete tecnológico se explica por la combinación de tres elementos. El primero de ellos se refiere a la simpleza desde el punto de vista técnico, ya que la siembra sin roturación del suelo y el control químico de malezas eliminaron la gran mayoría de labores en el manejo de los cultivos agrícolas. El segundo elemento tiene que ver con los menores requerimientos edáficos del cultivo de soja en comparación con el resto de los cultivos extensivos, que, junto al sistema de SD, permitió incorporar lotes de menor aptitud agrícola. Por último, la combinación de bajos costos y un ciclo alcista en los precios internacionales de la soja y sus derivados implicaría una ventaja notable sobre los destinos productivos alternativos.

Las transformaciones señaladas produjeron un salto notable en los volúmenes de producción, asociado principalmente a la ampliación de la superficie destinada al cultivo de soja en particular —de ahí la caracterización de esta etapa como sojización— pero que con el correr del tiempo también involucraría a otros cultivos agrícolas. Tras el período de gracia inicial de la instalación de los nuevos esquemas productivos, caracterizados por un consenso prácticamente absoluto, se encendieron las primeras luces de alarma debido a los daños colaterales sobre la estructura agraria. La información relevada por el Censo Nacional Agropecuario (CNA) de 2002, indicaba que buena parte de los chacareros pampeanos fueron invitados a retirarse de la actividad, tal como lo había pronosticado el propio Jorge Ingaramo, subsecretario de Política Agropecuaria del gobierno de Carlos Menem, y fuera denunciado con énfasis por diferentes organizaciones del sector, como la Federación Agraria Argentina y el Movimiento de Mujeres en Lucha, entre otras.

Los niveles récord en cuanto a la producción de granos, su peso en el ingreso de divisas y la posibilidad de apropiación de una parte de la renta agraria vía derechos de exportación —más conocidos bajo el término retenciones— significaron un potente escudo ante los planteos críticos. No obstante, la consolidación y el propio desenvolvimiento del nuevo modelo productivo fue desatando una serie de tendencias económicas, sociales, culturales y ambientales, y como reacción, el surgimiento de críticas a determinados aspectos de los esquemas productivos.

Uno de los principales planteos críticos se refiere a la proliferación de malezas tolerantes y resistentes a los herbicidas más utilizados. Corresponde señalar que la simplificación extrema en el manejo técnico de los principales cultivos extensivos asociada al nuevo paquete tecnológico inaugura su crisis hacia el año 2005, con el desarrollo de resistencia al glifosato por parte del sorgo de Alepo. Desde entonces, otras especies fueron desarrollando resistencia y/o tolerancia a dicho herbicida.

Al iniciar la segunda década del siglo XXI, se inaugura una nueva etapa que implica un proceso de complejización en los esquemas de manejo de los principales cultivos. La aplicación de recetas ya no resuelve los problemas técnicos. El surgimiento de resistencias y/o tolerancias a los principales herbicidas utilizados por parte de un espectro cada vez más amplio de malezas, sumado al notable incremento en el costo de los tratamientos, ubicaron el tema en el centro de las preocupaciones de la agenda sectorial, tal como lo evidencian los congresos y jornadas de las principales instituciones vinculadas al sector, como por ejemplo la Asociación de Productores en Siembra Directa (AAPRESID). Ello desató la necesidad de llevar adelante una serie de ajustes sobre el manejo técnico de la problemática, entre los que podemos mencionar los siguientes: la calibración de los momentos óptimos para realizar las aplicaciones en función del desarrollo fenológico de las malezas presentes y las condiciones climáticas imperantes, la utilización de tratamientos mixtos en barbechos químicos, el establecimiento de esquemas de rotación no solo de cultivos, sino también de principios activos y tratamientos, la incorporación de cultivos de servicios, etcétera. (García Bernado y Vértiz, 2022).

Corresponde aclarar que la combinación de estas estrategias no siempre logra los resultados esperados, lo que abre un gran interrogante sobre su eficacia en la resolución de la problemática señalada. En la actualidad, existen al menos 42 biotipos de malezas resistentes en 27 especies distintas, fenómeno que crece a un ritmo vertiginoso de cuatro nuevas resistencias en promedio por año. También resulta preocupante el incremento de resistencias múltiples que implica que una misma maleza desarrolle resistencia a dos o más principios activos (AAPRESID, 2022).

El segundo planteo crítico se refiere al incremento constante en los costos de producción y la reducción de los márgenes de rentabilidad. En respuesta al problema señalado en los párrafos anteriores desde mediados de los años 2000 se ha producido una intensificación en el uso de herbicidas —y de otros agroquímicos como insecticidas y fungicidas— que implica la utilización de dosis más elevadas, la combinación de distintos productos en una misma aplicación —mezclas— y una mayor cantidad de aplicaciones totales en cada campaña. El peso de los agroquímicos en los costos totales presenta un incremento tendencial para todo el período 2002-2018 e impacta sobre los gastos por los servicios asociados a estas mayores aplicaciones (García Bernado, 2021). Ello supone un incremento en el volumen mínimo de capital necesario para enfrentar cada campaña productiva, lo que genera una presión creciente sobre los capitales dedicados a la agricultura para permanecer en la actividad.

A su vez podemos mencionar la relevancia decreciente de los costos pesificados. La incorporación del paquete tecnológico redujo el peso relativo de la mano de obra, lo que tornó a la producción agraria más dependiente de los agroinsumos industriales, que en su mayoría poseen un fuerte componente dolarizado. Ello resulta en la disminución de los costos licuables por la vía devaluatoria, mecanismo de transferencias económicas intrasectoriales, que en el pasado volvía a la producción agraria relativamente más rentable y competitiva.

Un tercer núcleo de críticas señala los graves impactos sobre la naturaleza como resultado de los esquemas productivos predominantes. Con la aprobación del evento de soja transgénica RR[5] en el año 1996 se encendieron las alarmas en algunas instituciones, organizaciones de la sociedad civil, entre otros, sobre sus posibles riesgos ambientales en un futuro. La mayoría de los cuestionamientos giraban en torno al elevado grado de incertidumbre sobre el comportamiento de los eventos transgénicos una vez liberados en las regiones productivas. Pese a los señalamientos mencionados, Argentina asistió al ensayo “a campo” de mayor magnitud que haya conocido la historia de la agricultura. La velocidad de incorporación del cultivo de soja RR batió todos los récords y a los pocos años alcanzaba más del 90 % del área cultivada con dicha especie. Tomando prestado el lenguaje jurídico del derecho ambiental, no hubo lugar para el principio precautorio, el cultivo de dicho evento transgénico tenía vía libre hasta que se demostrara que podía generar algún tipo de daño verificable.

Poco más de una década después, en el 2009, el diario Página/12 decide difundir los resultados de una investigación del Dr. Andrés Carrasco que alertaba sobre los impactos negativos del glifosato en términos sanitarios y ambientales. El estudio demostraba específicamente una serie de malformaciones en embriones de anfibios expuestos a dicho producto, no obstante, sentaría un precedente para la discusión general de los efectos del herbicida sobre el medio ambiente y la salud de la población, pero también acerca de las consecuencias económicas y sociales del modelo de producción.

Parte de estos señalamientos, en particular sobre los impactos sanitarios y ambientales de la aplicación de glifosato, ya habían sido denunciados con anterioridad por diferentes sectores de la sociedad civil: organizaciones ambientalistas, movimientos campesinos y colectivos específicos, como Madres de Ituzaingó y la red de Médicos de Pueblos Fumigados; que justamente motivaron las investigaciones de Carrasco y otros investigadores. La intensa campaña de desacreditación impulsada por las principales firmas productoras y proveedoras de agroquímicos, algunas entidades técnicas, cámaras empresariales del sector agroindustrial y medios de comunicación, no logró deslegitimar las investigaciones de Carrasco que de hecho sentaron un precedente fundamental para las discusiones sobre las consecuencias sanitarias y ambientales del núcleo de prácticas productivas del modelo predominante.

A partir de ello, una serie de investigaciones en la misma línea fueron robusteciendo las bases científicas de los argumentos de las posiciones críticas y trasladaron la discusión a diferentes ámbitos institucionales. En el año 2015 la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer —que integra la Organización Mundial de la Salud— afirmó que el glifosato puede provocar cáncer en seres humanos. De ese modo, resultan cada vez menos convincentes las argumentaciones de los sectores negacionistas acerca de la falta de fuentes confiables sobre los efectos nocivos de este modo de uso de los agroquímicos en el ambiente y la salud de las poblaciones.

El cuarto planteo crítico refiere a la presión social creciente sobre las formas actuales de producción. Por un lado, en estrecha vinculación con las investigaciones señaladas en los párrafos anteriores, los señalamientos sobre algunas prácticas productivas, centralmente la aplicación de agroquímicos, son cada vez más recurrentes sobre aquellos predios lindantes a los centros urbanos. En muchas ciudades y pueblos del interior surgen conflictos entre productores y vecinos que exigen la interrupción de esas prácticas. Situaciones que han decantado en el establecimiento de “franjas de no fumigación” en muchos distritos que representan áreas productivas lindantes a los ejidos urbanos en las cuales se prohíbe aplicar agroquímicos. Por otro lado, un proceso de desconfianza entre sectores cada vez más amplios de la población respecto a la calidad nutricional y sanitaria de los alimentos, como resultado los incrementos en las escalas de producción, propias de un modelo de agricultura industrial.

De esta manera, las sospechas se extienden desde los productos frescos adquiridos en las verdulerías de la ciudad hasta aquellos alimentos procesados derivados de actividades extensivas. El rechazo a esa forma de producir, asociado a problemas de salud que se generan tanto en el consumo de los alimentos como en la coincidencia geográfica con las producciones, más una ampliación de las preocupaciones ambientales en términos sociales, han dado fuerza a los planteos críticos de movimientos, organizaciones y colectivos de la sociedad civil que cuestionan la forma general de funcionamiento del modelo de producción agraria.

El creciente reconocimiento en buena parte del globo de los problemas asociados al cambio climático sienta a la producción agraria en base a agroquímicos en el banquillo de acusados junto con otras actividades de perfil extractivo como la minería a cielo abierto, la fracturación hidráulica para la extracción de hidrocarburos —más conocida con el término fracking—, la pesca industrial, entre otros. Por razones de extensión, en esta oportunidad no es posible abordar la justeza o no de la acusación ni la equiparación de actividades tan disímiles. Por último, corresponde señalar que esta nueva conciencia social se imbrica con mecanismos extraeconómicos de regulación del comercio internacional —plasmados generalmente mediante barreras paraarancelarias— que ordenan la división internacional del trabajo.

Como pudimos observar, tras un período de gracia de alrededor de una década, en la cual el modelo predominante de producción agraria logró una adhesión cuasi absoluta, la suma de señalamientos puntuales y parciales fue ganando adeptos en diferentes sectores y organizaciones de la sociedad civil, incluso entre las diversas instituciones vinculadas a la producción agraria, y decantaría en el planteo de serios interrogantes sobre el devenir de esta manera de practicar la agricultura.

 

Interrogantes finales: ¿Qué alternativa logrará comandar la dinámica de cambios en el agro argentino?

De acuerdo con el raconto realizado, los señalamientos críticos sobre el actual modelo productivo se ordenan en cuatro planteos: a) los inconvenientes estrictamente técnicos a raíz de la proliferación de malezas resistentes y tolerantes a los principales herbicidas y principios activos utilizados; b) los efectos económicos ligados al incremento constante en los costos de producción y la reducción de los márgenes de ganancia para los capitales agrarios; c) el impacto ambiental en los entornos productivos como también sobre áreas no productivas y la presión social vinculada a ello; y d) la creciente preocupación por las pautas alimenticias en algunos sectores de la población, que arroja diversas críticas sobre la calidad nutricional de los alimentos producidos y sobre el nivel de residuos de los agroquímicos en los alimentos.

En nuestra opinión, los dos primeros planteos, que justamente surgen del mismo seno del modelo de producción, constituyen los principales problemas para la producción agraria de nuestro país, al menos al interior del sector agrario, y están poniendo en jaque al modelo predominante. La combinación de ambos elementos provoca serias dudas en una cantidad creciente de productores agrarios (sean de tipo familiar o empresarial), asesores independientes, profesionales vinculados a organismos públicos y privados, entre otros, sobre la conveniencia de continuar produciendo del modo dominante. En ese marco, afloran diferentes experiencias alternativas de producción que, si bien en algunos casos cuentan con extensos recorridos, asumen por primera vez una notoria visibilidad en la agenda pública durante el último lustro.

Entre ellas, hay algunas alternativas que logran presentarse con mayor capacidad para solucionar los problemas mencionados en párrafos anteriores: la producción orgánica, de vasta trayectoria en nuestro país; la intensificación sostenible, que cuenta con el respaldo de buena parte de las instituciones y entidades técnicas del sector agrario y representa la alternativa impulsada por las clases y sectores dominantes del agro; y por último, la transición hacia la agroecología, apuesta a la que adscribe la mayoría de los sectores críticos del modelo de producción que predomina en las explotaciones agrarias.

Hasta el momento, resulta difícil comprender qué alternativa logrará comandar la dinámica de cambios en el agro. En buena medida dependerá de su respuesta para la resolución de los problemas mencionados en las páginas anteriores y de la capacidad de los diferentes grupos y actores sociales de instalar como superadora la alternativa que encarnan. En definitiva, pareciera que el modelo productivo transita un momento de cambios profundos con final abierto.

 

Bibliografía

García Bernado, Rolando (2021) “Transformaciones productivas, concentración y centralización del capital de la cadena de cultivos extensivos (1996-2018)”, Tesis de Doctorado, Universidad Nacional de Quilmes. Disponible en http://ridaa.unq.edu.ar/handle/20.500.11807/3031.

García Bernado, Rolando y Vértiz, Patricio (2022). “Tendencias económicas y sociales recientes en la agricultura pampeana. Una crítica al enfoque de producción en red” en Mundo Agrario (Universidad Nacional de La Plata) Vol. 22 Nº 51.

Vértiz, Patricio; Mattos, Ernesto y García Bernado, Rolando (2022). Agroquímicos en el agro pampeano: agotamiento de un modelo y alternativas productivas emergentes. Avances de investigación. En Desarrollo y ambiente: problemas y debates desde la periferia. Ediciones del CCC.

Otras fuentes y documentos

AAPRESID. Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa 2022.

 

 

¿El fin de la cuestión agraria en Argentina?
Los agronegocios y sus dispositivos ideológicos

 

Dolores Liaudat[6]

 

Hacia fines de los años noventa, en el marco de la hegemonía neoliberal, se consolidó en Argentina el modelo de los agronegocios basado en la aplicación del denominado “paquete tecnológico” (integrado por la siembra directa, los cultivos transgénicos y los agroquímicos), la concentración de la producción agrícola en pocos commodities, el desarrollo de nuevas formas de gestión y organización del trabajo, y el avance de grandes capitales extraagrarios y/o extranjeros en el agro. En este último sentido se destaca el predominio de unas pocas multinacionales al inicio del ciclo del capital (como proveedoras de los insumos industriales) y al final del mismo (en la comercialización de los productos agropecuarios), y la emergencia de nuevos actores en la producción, las megaempresas translatinas, que se caracterizan por la fuerte presencia de capitales financieros.

La velocidad con que este modelo se propagó en el país es muy significativa. Durante la primera década de expansión (1996-2006), la siembra de soja transgénica (cultivo emblemático del modelo), reemplazó la casi totalidad de la soja sembrada previamente. La expansión calculada en millones de hectáreas es aún más impactante: las plantaciones de soja pasaron de 6,7 millones de hectáreas en 1997 a más de 20 millones de hectáreas en 2016, cubriendo gran parte de la superficie de la región pampeana y avanzando hacia regiones del país que no se dedicaban a la producción agrícola extensiva. Esta expansión implicó el despojo de unidades campesinas y la deforestación de millones de hectáreas de bosques. A su vez, la presión por el aumento de escala, vinculado a los altos costos del “paquete tecnológico” y al aumento de valor de la tierra, profundizaron la concentración de la producción. A tal punto que entre el censo 1988 y 2018 se calcula la desaparición de más del 40 % de las explotaciones agropecuarias. Por otra parte, el volumen de productos químicos utilizados creció exponencialmente (en los últimos años se llegó a superar los 500 millones de kg) generando graves consecuencias ambientales y sanitarias.

La expansión de un modelo con tales consecuencias negativas, no puede comprenderse sin atender a las estrategias de construcción de hegemonía de los grandes grupos de poder que operan en el sistema agroalimentario local. El aspecto coercitivo ha sido y es clave en la producción de hegemonía de los agronegocios. Para reparar en ello solo es necesario visibilizar la sistemática violencia privada y estatal en el desalojo y arrinconamiento de las familias campesinas. Sin embargo, una transformación tan profunda de las formas de producción no hubiese sido posible sin la construcción de nuevas racionalidades y de consenso a nivel social. Fue necesario que quienes poseen los principales recursos productivos y las/os responsables de tomar las decisiones políticas se vieran compelidos a actuar a favor de esos cambios, y al mismo tiempo, que se neutralicen los conflictos sociales emergentes. Con este objetivo, en las últimas décadas, una serie de figuras ligadas a las multinacionales y las megaempresas llevaron a cabo un trabajo sistemático en pos de difundir los beneficios de los agronegocios en el país y lograr que esta concepción del mundo se transforme en la base de acciones vitales.

 

Los intelectuales orgánicos y las estrategias de construcción de consenso

Según Gramsci, las/os “intelectuales orgánicos” son quienes realizan la articulación entre las nuevas condiciones materiales de existencia y las formas organizativas e ideológicas que las sustentan, jugando un rol clave en la construcción de hegemonía. En nuestro país desde mediados de los años noventa un grupo de comunicadoras/es, CEOs de las grandes empresas, asesoras/es y académicas/os locales asumieron este papel en un vínculo estrecho con los centros transnacionales de producción de sentidos en torno a los agronegocios (entre los que se destaca la Universidad de Harvard, y a nivel latinoamericano, el PENSA la Universidad de São Paulo).  Estas/os intelectuales llevaron a cabo dos tareas centrales en la construcción de la hegemonía del modelo: la promoción y traducción a nivel local del paradigma de los agronegocios, y la organización de todo un entramado institucional clave para la generación de consenso, y para la elaboración de mediaciones entre las clases dominantes y el resto de la sociedad.

Así, por ejemplo, promovieron la creación de asociaciones de nuevo tipo en el agro argentino (como MAIZAR, AAPRESID o ACSOJA), basadas en la difusión de nuevas tecnologías o en la organización por cadena de un producto. Estas asociaciones orientan su accionar a la coordinación de los intereses económicos de los actores que intervienen en diferentes fases de la cadena agroalimentaria. De este modo, entre las/os socias/os de las mismas incorporan no solo productores sino también representantes del capital comercial, industrial y financiero. Si bien en su vocación hegemónica construyen vínculos con las entidades tradicionales del agro (SRA, FAA, CONINAGRO, CRA), se distancian de las mismas en su perfil corporativo y de confrontación con el Estado. A través de las nuevas entidades, las/os intelectuales del modelo construyen una voz de autoridad como “expertas/os”. Desde ese lugar, penetran en diferentes instituciones de la sociedad civil y del Estado con un discurso que se presenta como “apolítico”, proponiéndose como “colaboradores” para que quienes ocupan puestos en el Estado identifiquen las lógicas del sistema capitalista global y promuevan políticas que se adapten a las mismas.

Además de la defensa de los intereses de los sectores dominantes, las/os intelectuales del modelo, en su vocación hegemónica, desarrollan una impactante cantidad y variedad de estrategias para la difusión de los agronegocios y la obtención de consenso social. Entre ellas se encuentran una diversidad de dispositivos comunicacionales (como revistas, suplementos, publicidades, videos informativos, páginas web, programas de radio y tv., exposiciones) realizados en los medios masivos o desde las mismas empresas y entidades; solidarios (aportes a organizaciones sociales e instituciones públicas, financiamiento de proyectos de emprendedurismo y de desarrollo comunitario, entre otros), que generan la base moral para la expansión en los territorios; y educativos, implementados en escuelas primarias y secundarias (como padrinazgos, concursos, capacitaciones docentes) y en universidades (creación de carreras en agronegocios, firma de convenios de “cooperación académica”, intervención en las reformas de planes de estudio, entre otras), que además de abonar a la legitimidad del modelo, juegan un rol clave en la formación de la fuerza de trabajo “calificada” que el mismo requiere.

En todas estas instancias, desde un lenguaje cientificista (mediante el cual justifican su imparcialidad) se presenta a los agronegocios como la expresión de una nueva etapa del capitalismo a nivel global signado por la denominada “sociedad del conocimiento”, un paradigma que nace en los países centrales como un modo de explicar las transformaciones que el sistema capitalista atraviesa desde la década de 1970. La “sociedad del conocimiento” constituye un entramado conceptual de carácter ideológico que se esboza como hegemónico a nivel mundial a partir de los años noventa. Basado en rasgos apologéticos y normativos, caracteriza a la actual etapa histórica como la llegada a una sociedad realmente justa y democrática por la posibilidad de crecimiento igualitario que brindaría el acceso al conocimiento.

Los promotores de los agronegocios en Argentina han construido toda una red de sentidos asociadas a los beneficios de la agrobiotecnología y las nuevas oportunidades del mercado global, que se anclan en este paradigma. Según este discurso, las nuevas tecnologías aplicadas a la producción permiten un mayor control de la naturaleza, aumentos exponenciales en la producción y en la rentabilidad empresarial. Desde esta especie de “fetichismo del conocimiento” se ubica la responsabilidad del éxito o fracaso económico en los productores individuales, ya que solo falta “darse cuenta” del rol central del conocimiento.

A su vez, en su intención de construir consenso, se presenta a las nuevas tecnologías como la forma de solucionar problemas sociales. La operación discursiva más conocida al respecto es la presentación de los agronegocios como la forma de dar respuesta al problema del “hambre en el mundo” a partir del incremento de los rendimientos agrícolas. Se invisibilizan, de este modo, las causas estructurales de dicho problema vinculadas al modo desigual de distribución de la riqueza y el ingreso. Desde esta construcción ideológica, se caracteriza a quienes cuestionan las nuevas tecnologías como “ignorantes” o “fundamentalistas”.

Sin embargo, las estrategias en relación a las críticas al modelo no consisten solo en el rechazo a las mismas o la denigración de quienes las realizan. La capacidad hegemónica de los agronegocios se visualiza especialmente en su capacidad para dar respuesta y/o absorber las demandas de los sectores subordinados y de quienes resisten al modelo.

Aunque Argentina no se caracteriza por fuertes procesos de lucha contra los agronegocios como sí sucedieron en otros países latinoamericanos, se han desarrollado dos vertientes relevantes de resistencia a los agronegocios. Por un lado, las organizaciones campesino-indígenas de las regiones extrapampeanas y de productores hortícolas periurbanos, que llevan a cabo acciones en defensa de los territorios ante el avance de la frontera agropecuaria y de la agricultura familiar como base de la soberanía alimentaria. Por otro lado, los colectivos socioambientales, integrados por académicas/os, profesionales, jóvenes, vecinas/os, que ponen en la agenda pública el cuestionamiento a los impactos del uso de agroquímicos y transgénicos, y han obtenido conquistas importantes en términos jurídicos y legales.

Las/os gurúes del modelo han intentado dar respuesta a estos cuestionamientos a través de la incorporación de las demandas de estas organizaciones luego de quitarles el sentido más crítico en que las mismas se sustentan, es decir a través de una especie de “revolución pasiva”. A continuación, profundizamos en dos operaciones hegemónicas que estas/os realizan por su relevancia en torno a la desactivación de los principales cuestionamientos públicos: la difusión de los agronegocios como un modelo que genera armonía a nivel social, por un lado, y con la naturaleza, por el otro.

 

¿Un modelo que promueve la armonía social?

El principal argumento para justificar el aporte de los agronegocios a la armonía social consiste en que a partir del acceso al conocimiento cualquiera podría convertirse en un empresario exitoso, incluso sin ser propietario de tierras o de grandes capitales, por lo que no existirían contradicciones entre las clases sociales. Al respecto, ya es célebre la definición de sí mismo de Gustavo Grobocopatel, expresidente de la megaempresa Los Grobo, que trabaja cientos de miles de hectáreas, como un “sin tierra”. Esta construcción discursiva hace alusión al peso minoritario que tendría la propiedad de la tierra en las estrategias del negocio agropecuario actual (dimensión desmentida por el fuerte proceso de acaparamiento de tierras que se produce en el país desde comienzos de siglo), lo que enterraría el conflicto histórico que determinó la cuestión agraria basado en la disputa por dicho recurso.

Gracias al desarrollo tecnológico sería posible la organización de la producción bajo una lógica flexible y descentralizada asentada en la articulación de actores que aportan distintos recursos. Esta forma de producción es presentada como un “modelo en red” que permitiría vínculos más democráticos y el desarrollo de estrategias donde “todos ganan”. Es un planteo que desdibuja las asimetrías y las condiciones diferentes en que los sujetos se suman a la red, y que corresponde a lo que el investigador italiano Francesco Di Castri —quien ha tenido un rol destacado en los congresos de las nuevas entidades— denomina “estrategias ganar-ganar”. Desde este dispositivo ideológico, se sostiene la armonía entre productoras/es de diferentes tamaños, trabajadoras/es, poseedoras/es de tierra, financistas, multinacionales proveedoras de insumos y exportadoras, tras la idea de una “comunidad agroalimentaria” donde todas/os comparten el mismo interés: la promoción de las mejores condiciones para el desarrollo del sector agroindustrial. Las tensiones y antagonismos estructurales entre las clases y fracciones de clase que este modelo genera y profundiza se diluyen en este discurso que sostiene la integración horizontal de los actores apoyada en el rol del conocimiento.

Así, por ejemplo, las tensiones entre las/os productoras/es y las multinacionales que controlan los precios y las condiciones de venta, son diluidas en un discurso que acentúa la complementariedad de intereses, y los beneficios tecnológicos que brindan las empresas trasnacionales. Por otra parte, la oposición de intereses entre las/os pequeñas/os y medianas/os productoras/es y las megaempresas por el acceso a la tierra, son invisibilizadas en un discurso que plantea la subsidiariedad de este recurso. Así también, el antagonismo entre las patronales y las/os trabajadoras/es rurales, se diluye en una retórica managerial moderna aplicada a la gestión del trabajo según la cual los empleados tienen flexibilidad y autonomía en las modalidades y tiempos laborales, y pueden transformarse en emprendedores en diferentes negocios en el marco de la “red”. Todas las supuestas ventajas de esta forma de organización de la producción se difunden a través de diferentes mecanismos llevados a cabo por las megaempresas (por ejemplo, a través de códigos internos, planes estratégicos, talleres, coaching motivacional), y a nivel social en las múltiples estrategias desplegadas en el ámbito educativo y comunicacional.

Esta construcción ideológica se aplica también a un discurso que plantea la posibilidad de convivencia del agronegocio con la agricultura familiar. Un sector que no forma parte de las “redes” de las megaempresas y que ha persistido —a pesar de los fuertes condicionamientos asociados al avance del capitalismo en el agro— en base a estrategias económicas que se alejan en diferente medida de las lógicas dominantes de producción. Incluso en algunos casos en base a modelos alternativos, como la agroecología. Desde las/os voceras/os de los agronegocios las experiencias de los productores familiares y agroecológicos (esencialmente vinculadas a la producción hortícola) podrían integrarse a través de la modernización y el fortalecimiento de las vías de comercialización corta. Es decir, de lo que se trata es de reconvertir al sector “atrasado” para integrarlo de un modo subordinado a los agronegocios. La expresión más clara de esta mirada y de su capacidad de interpelación a ciertos sectores de los movimientos sociales se encuentra en el documento Argentina Armónica elaborado en el 2020 por Grobocopatel y el “chino” Navarro, referente nacional del Movimiento Evita. En el mismo se plantea que la agricultura familiar debe “integrarse con la utilización de nuevas tecnologías, los mercados de cercanía, el procesamiento de sus productos y su renovado vínculo con consumidores”. Este discurso abona a la legitimación social de un modelo como los agronegocios que por su propia lógica excluye y concentra la producción en pocas manos.

La posibilidad de convivencia del agronegocio con la agricultura familiar busca ser plasmada a través de diferentes proyectos impulsados por las megaempresas. Por ejemplo, empresas como Cresud y Los Grobo llevan a cabo junto a distintas organizaciones sociales programas para el desarrollo de huertas comunitarias orientadas a abastecer mercados locales, para la producción y comercialización directa de productos apícolas orgánicos, y para el acceso de los productores familiares a tierras fiscales, entre muchos otros. Este tipo de proyectos se construyen como dispositivos de intervención territorial en alianza no solo con organizaciones sociales sino también con el Estado (provincial, municipal, INTA). Mediante el financiamiento o la disponibilidad de recursos estatales, estas acciones enmarcadas en las políticas de “responsabilidad social” de las megaempresas, se guían por los planes de “desarrollo” seleccionados y aprobados por las/os referentas/es de los agronegocios. Es una de las tantas modalidades en que las/os intelectuales del modelo logran infiltrar su discursividad entre operadores estatales y de los movimientos sociales.

¿Un modelo que promueve la armonía con la naturaleza?

En respuesta a los cuestionamientos socioambientales, las/os voceras/os del modelo plantean que los agronegocios representan la mejor manera de afrontar el “dilema de la humanidad”: producir más para alimentar a una población creciente versus cuidar la naturaleza. A través de estrategias educativas y comunicacionales, realizan un trabajo sistemático en pos de plantear los beneficios productivos y ambientales de las nuevas tecnologías agropecuarias, y de destruir los “mitos” que consideran se han instalado al respecto, principalmente sobre el herbicida glifosato, principal foco de cuestionamiento social. En este marco, dedican un lugar importante a desacreditar las voces ambientalistas, adjudicándoles intereses políticos y desconocimiento. Un ejemplo al respecto es la campaña despiadada y por todos los medios contra el científico Andrés Carrasco, quien dio cuenta de los impactos negativos del glifosato en embriones de anfibios.

Sin embargo, el rechazo del discurso socioambiental no es la única estrategia. En su vocación hegemónica, recuperan algunos tópicos de la ecología política en el que aquel discurso se sustenta, pero los presentan articulados junto a otros núcleos conceptuales como la eficiencia, la competitividad, la rentabilidad o la responsabilidad empresarial. La principal construcción discursiva pasa por sostener que la respuesta al “dilema de la humanidad” se encuentra en el “desarrollo sustentable”. Este concepto se entreteje en diversas instancias internacionales desde la década de 1970. Entre las más representativas se encuentran la reunión del Club de Roma (1972), la Conferencia Mundial sobre el Medio Humano de la ONU en Estocolmo (1972) y la publicación del Informe Brunthland por la ONU (1982). En estos espacios se fue elaborando un discurso basado en el “credo de la ecoeficiencia” (Martínez Allier, 2009) que sostiene la posibilidad del manejo técnico de los problemas ambientales, y que se convirtió en una especie de “evangelio” a ser seguido por organismos financieros internacionales.

Según las/os representantes locales de los agronegocios, el desarrollo sustentable en el agro se genera a través del uso “responsable” de las nuevas tecnologías en base a las Buenas Prácticas Agrícolas (BPA). Una noción que fue creada por las grandes corporaciones industriales y que hace referencia al seguimiento de ciertas normas orientadas al uso eficiente del suelo y el agua, y al manejo correcto de agroquímicos. En los últimos años, incluso se busca reducir a la agroecología a un tipo de BPA (quitándole su carácter antisistémico), especialmente desde el impulso que se le empezó a dar en organismos internacionales como la FAO. Este discurso se ha instalado con fuerza en organismos universitarios y estatales, a tal punto que en el 2015 se creó la Red de BPA que reúne a todas las organizaciones empresariales vinculadas al agro, las principales universidades del país y organismos públicos y se erige en una plataforma desde la cual se busca influir en políticas públicas. A través de la construcción ideológica de las BPA se realizan tres operaciones ideológicas. Por un lado, se reconoce lo que ya no se puede ocultar: los impactos negativos de la forma predominante de producción. Por el otro, se responde que de lo que se trata es de disminuir los efectos en el marco del mismo modelo y no de evitarlos cambiando la forma de producción. Por último, se deposita la responsabilidad en los individuos, en sus modos más o menos responsables de producir, y no en el modelo.

No obstante, cuando los problemas son evidentes y claramente no se los puede solucionar con “buenas prácticas” individuales, se los busca remediar, dentro de la misma lógica, con más tecnologías. Esta cuestión se visualiza, por ejemplo en la actualidad, con la pérdida de efectividad del glifosato. Inicialmente la fortaleza del “paquete tecnológico” se basó en la simplificación del manejo de plagas al permitir el control de malezas con este solo producto. Pero con los años muchas malezas se volvieron resistentes o tolerantes al mismo. Para solucionar este problema, en lugar de trabajar sobre prácticas de manejo que disminuyan la emergencia de las plagas y que promuevan el control biológico, las multinacionales han introducido nuevas variedades de transgénicos. De este modo, se produce, tal como lo señala Cáceres (2015), una especie de “escape hacia adelante” ya que, en vez de buscar otro abordaje al problema, se recurre a nuevas tecnologías que en pocos años generarán la emergencia de malezas doblemente resistentes, que probablemente producirán más o nuevos problemas socioambientales y una mayor dependencia tecnológica y política.

En este sentido, las/os promotoras/es del modelo expresan una especie de “ambientalismo débil”, basado en la idea de que existen alternativas tecnológicas para enfrentar los problemas ambientales. Una visión que también se visualiza en otro planteo que introducen con fuerza en los últimos años: el aumento de la rentabilidad empresarial a partir del “enverdecimiento” de la producción. Con esta orientación, han desarrollado diferentes iniciativas para lucrar con prácticas ambientales. Entre ellas se encuentran el Programa de Agricultura Certificada de AAPRESID que consiste en la certificación de los procesos productivos basados en las BPA en pos de lograr un plus de valor económico, y el Programa Pro Carbono de Bayer que promueve el secuestro de carbono por parte de los productores con prácticas “sustentables” en base al uso de herramientas de la agricultura de precisión y digital. A partir de este tipo de programas, las grandes empresas buscan posicionarse como el nexo entre las/os productoras/es argentinas/os y las empresas trasnacionales que generan emisiones y que pueden estar interesadas en las certificaciones que logran estos productores para tener el balance neutro que en muchos países se comienzan a exigir.

De esta manera, la preocupación por la cuestión ambiental en las/os referentes de los agronegocios responde no solo al intento de neutralización del conflicto ambiental y de legitimación social, de greenwashing de las empresas que generan inocultables efectos negativos en los territorios, sino también al aprovechamiento de las nuevas oportunidades de mercado que en los últimos años han desplegado las elites globales. Se busca articular el proceso de mercantilización continua de bienes naturales, la “acumulación por desposesión” en términos de Harvey (2005), con mecanismos de “acumulación por conservación” (Doane, 2014) mediante las políticas neoliberales de desarrollo sustentable.

 

El apoyo al modelo en la región pampeana

Antes señalamos que las dos principales vertientes de resistencia al modelo provienen de la región extrapampeana, del periurbano y de las ciudades, pero ¿qué pasa en el agro pampeano, la principal región productiva del país? A pesar de la relevancia de las multinacionales y las megaempresas como promotoras del modelo, no debemos perder de vista que el grueso de la superficie sembrada en Argentina se sigue explicando por capitales que tienen menos de 10 mil hectáreas bajo su control. Una parte importante de estos capitales corresponden a pequeñas/os y medianas/os productores pampeanos que, si bien han adoptado el modelo tecnológico y productivo predominante, se incorporan de modo subordinado a la alianza de clases que impulsa los agronegocios.

Estas/os productoras/es, que son los destinatarios privilegiados de las estrategias de construcción de hegemonía de los agronegocios, se diferencian de las/os campesinas/os y de las/os productoras/es hortícolas en aspectos como la orientación productiva, la forma de organización del trabajo y los recursos económicos con los que cuentan. Sin embargo, no se las/os puede asimillar a las grandes empresas, como suele hacerse desde algunos discursos políticos que simplifican a la estructura agraria pampeana, tras conceptos como “campo” u “oligarquía”. Las/os pequeñas/os y medianas/os productoras/es pampeanos a diferencia de las grandes empresas no logran imponer sus intereses en relación con el acceso a los principales recursos productivos e incluso, con la tendencia concentradora del modelo, para muchas/os la persistencia en la producción pende de un hilo.

A pesar de esta realidad, la mayoría de las/os productoras/es pampeanas adoptan acríticamente el discurso celebratorio de las nuevas tecnologías y del modo de producción. Al dialogar con ellas/os encontramos que defienden los impactos positivos del “paquete tecnológico” y de las nuevas formas de producción por la mayor facilidad y rapidez para el desarrollo de las tareas y al aumento de la productividad, cuestiones que han podido corroborar en sus prácticas productivas. En relación al vínculo con el ambiente, en consonancia con el discurso de los agronegocios, desvinculan los problemas de contaminación del modelo de producción, asociándolos a la mala praxis de algunos individuos, y cuestionan a las/os ambientalistas por desconocimiento o por tener otros intereses. Sin embargo, no se apropian de toda la retórica de la “economía verde” ni participan de los nuevos negocios que se vinculan a la misma, los cuales son implementados en la actualidad por las grandes firmas.

Este fuerte consenso en el aspecto tecnológico y productivo no impide que surjan ciertos cuestionamientos a las grandes empresas, que entran en tensión con el discurso ideológico de la armonía social. Estos sectores critican fuertemente a las megaempresas y en general a los pools de siembra por cuestiones como aumentar el valor de la tierra y desplazar productores, endeudar a los contratistas al obligarlos a comprar maquinarias de punta, y por afectar a las economías del interior. Por otro lado, las multinacionales, también son objeto de críticas. Particularmente las comercializadoras son cuestionadas por capacidad de imponer los precios y hacer recaer los impuestos en los productores. Las proveedoras de insumos, en cambio, a pesar de su carácter oligopólico, no son tan criticadas ya que los productores valoran muy positivamente sus aportes en semillas y agroquímicos, vinculado al fuerte consenso tecnológico que antes señalamos. No obstante, el intento de estas firmas de avanzar sobre el patentamiento de las semillas a través de una nueva ley genera resquemores en muchas/os de ellas/os.

Estos cuestionamientos expresan una especie de “buen sentido” que surge desde la práctica, donde las/os productores vivencian relaciones de subordinación y dependencia con las grandes empresas. No obstante, más allá de la enunciación de estas tensiones, predomina en general un alto grado de resignación. La mayoría no ve la posibilidad de transformar esta realidad o de desarrollar modelos alternativos. Las valoraciones críticas son expresadas como lecturas individuales, no llegan a articularse en un discurso colectivo que confronte con el proyecto de los agronegocios. De esta manera, las/os pequeñas/os y medianas/os productoras/os son hegemonizadas/os por los agronegocios por el consenso generalizado de su modelo tecnológico y de producción, pero principalmente porque internalizan la percepción de que ellas/os no pueden hacer nada frente a la dinámica del mercado.

Dos aspectos claves que inciden en esta percepción son, por un lado, las transformaciones en los modos de vida de estas/os productoras/es que han abandonado la vida en la ruralidad y el trabajo familiar, y en este marco, ha calado profundamente el individualismo propio de la hegemonía cultural neoliberal. Y, por otro lado, la pérdida de consistencia ideológica de la Federación Agraria, organización que históricamente representó a estos sectores, y que hoy es aliada de su enemiga histórica, la Sociedad Rural. Desde esta alianza, las problemáticas de las/os pequeñas/os y medianas/os productoras/es vinculadas a la expansión de los agronegocios se pierden en el predominio de un discurso liberal que ubica el foco de los problemas en el Estado y abandona el planteo de la cuestión agraria.

 

El desafío: reinstalar la cuestión agraria

En este contexto resulta necesario reinstalar el debate sobre la cuestión agraria en la Argentina actual. Visibilizar que más allá de todos los dispositivos ideológicos, son inocultables las consecuencias de los agronegocios en términos de concentración de la tierra y la producción, de dependencia, contaminación y despojo. Para esto es necesario superar la fragmentación de las clases y grupos sociales que sufren directamente las consecuencias del mismo, y los reclamos aislados de las diferentes problemáticas ligadas a la cuestión agraria. Pero también ciertos discursos desde el campo político nacional-popular y de izquierdas basados en caracterizaciones antiguas de la estructura agraria que no tienen capacidad interpelativa sobre los actores agrarios existentes.

Así como las megaempresas demuestran una gran capacidad hegemónica incorporando demandas de otros sectores, sería importante encontrar la manera en que las luchas de las/os campesinas/os, las productoras/es hortícolas y agroecológicas/os, las organizaciones ambientalistas puedan articularse con los problemas de las/os asalariadas/os rurales y las/os pequeñas/os y medianas/os productores extensivos del agro pampeano. Una tarea que no es sencilla debido a que entre ellas/os existen intereses en tensión y a la predominancia en la región pampeana de una hegemonía de los agronegocios en términos productivos y tecnológicos, y del liberalismo en términos políticos.

Pero para pensar en la posibilidad real de desarrollar un modelo agrario alternativo que responda a las necesidades de las mayorías sociales, no se puede dejar afuera a los sectores subordinados del agro pampeano, cuya orientación productiva hacia el mercado internacional resulta imprescindible para mantener los saldos exportables que necesita el país. Del mismo modo, en que las/os intelectuales orgánicos de los agronegocios, buscan hacer consciente al sujeto que actúa en la vida social del interés objetivo que tiene la clase de la que es parte con relación al resto de las clases, sería fundamental que políticas/os, dirigentes/es de organizaciones sociales agrarias y académicas/os críticas/os abonen a la construcción de una visión de conjunto que articule las diferentes demandas y problemáticas de las víctimas del modelo. En este marco, los elementos del “buen sentido” que surgen de la práctica de las/os productoras/es, son un punto importante donde apoyarse para construir una propuesta contrahegemónica.

 

Bibliografía

Cáceres, D. (2015). Tecnología agropecuaria y agronegocios. La lógica subyacente del

modelo tecnológico dominante. En: Mundo Agrario, 16(31).

Doane, M. (2014). From community conservation to the lone (forest) ranger: accumulation by conservation in a Mexican forest. Conservation and Society, 12(3), 233-244.

Harvey, D. (2005). El “nuevo” imperialismo: acumulación por desposesión. Buenos Aires: CLACSO.

Martínez Alier, J. (2009). El ecologismo de los pobres. Conflictos ambientales y lenguajes de valoración. Barcelona: Icaria Antrazo-FLACSO ECOLOGÍA

 

 

Agroecología y la construcción de un proyecto popular para Brasil

 

Sector de Producción, Cooperación y Medio Ambiente del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) de Brasil

 

La coevolución entre los colectivos humanos y la naturaleza produjo los cimientos de toda la naturaleza tal como la conocemos. Los miles de millones de años que pasaron desde el surgimiento de formas inorgánicas y orgánicas en el mundo, encontraron un momento geológicamente único cuando aparecieron nuestros ancestros. A partir de entonces, la praxis produjo una nueva naturaleza. Las formas sociohistóricas de organización de los seres humanos modificaron la naturaleza externa y, con ello, también cambiaron ellos mismos, construyendo lo que Karl Marx vino a llamar el metabolismo ser humano-naturaleza.

Fue en un determinado período histórico, cuando la estructura de clases aún no se había establecido, que las necesidades que garantizaban nuestra reproducción social y nuestra existencia —alimentación, vivienda, vestido, etcétera— fueron superadas por esta relación metabólica socioecológica. El elemento central que mediaba esta relación era el trabajo. No el alienado, mandado por un patrón, por una élite; sino la síntesis de fuerza física, capacidad intelectual y acumulación histórica.

Fue esta danza milenaria entre pueblos de diferentes regiones del mundo y los entornos que los rodeaban lo que produjo la base de alimentos increíblemente diversa que tenemos y que hizo posible que los seres humanos seamos lo que somos hoy. En esta relación de cooperación y coevolución se fraguaron agricultura y ganadería, agrobiodiversidad, sistemas biogeográficos y biomas.

Sin embargo, la transformación estructural promovida por el modo de producción capitalista fue, siglo tras siglo, alterando este metabolismo. Lo que antes se limitaba a los feudos europeos o a las omaguas amazónicas, fue arrastrado a la dinámica capitalista con el surgimiento de la estructura de la propiedad privada. Con ello, fue posible extraer un plusvalor sobre la gente trabajadora e ingresos sobre los bienes comunes de la naturaleza.

Es a partir de este proceso que nace la forma contemporánea de explotación capitalista de la naturaleza. La ruptura del metabolismo socioecológico entre los colectivos humanos y la naturaleza hizo posible un nivel inimaginable de explotación de los cuerpos humanos y de los seres orgánicos o inorgánicos presentes en la naturaleza. La acumulación originaria destruyó a milenarios pueblos en África, América y Asia, expropiando riquezas materiales e inmateriales y expulsando del campo a decenas de millones de familias campesinas. La industria capitalista, que trajo avances sin precedentes en la civilización, también simplificó los complejos sistemas de gestión de la naturaleza construidos durante siglos, transformando todo en una mercancía.

 

La relación capitalista contemporánea con la naturaleza

Ahora vivimos en una nueva etapa de esta explotación capitalista. En su etapa actual, el capitalismo se encuentra bajo la hegemonía del capital financiero, que busca acelerar intensamente las posibilidades de lucro, haciendo su dinámica cada vez más bárbara y violenta.

Lo que fue la “revolución verde” en los años sesenta y setenta del siglo XX, hoy lo son las cientos de millones de hectáreas transgénicas, con miles de millones de litros de venenos, para producir básicamente cinco especies (soja, maíz, algodón, caña de azúcar y carne). La concentración histórica de la tierra, expresada en la figura del latifundio, se alió con las grandes empresas transnacionales y desarrolló una forma absurda de destrucción ambiental y expulsión de las familias trabajadoras del campo: el agronegocio.

El resultado de la hegemonía de esta forma de explotación capitalista de la agricultura es devastador. En los últimos años los temas agrarios, alimentarios y ambientales han alcanzado gran centralidad en la realidad nacional. Los años del golpe y el ascenso de las fuerzas fascistas en nuestra historia reciente han impuesto una realidad extremadamente brutal en la gente y la naturaleza de nuestro país. Hoy somos 125 millones de brasileños con algún grado de inseguridad alimentaria, de los cuales 33 millones están en situación de inseguridad alimentaria severa, o sea, pasan hambre todos los días.

El Informe Anual de Deforestación, elaborado por Mapbiomas, demuestra que la agroindustria es la principal responsable de la deforestación ilegal en Brasil. En la comparación entre 2020 y 2021, la pérdida de cobertura vegetal en el país se incrementó un 20 % y registró aumentos en todos los biomas brasileños. El estudio destaca que la agroindustria provocó el 97 % de la pérdida de la vegetación nativa, principalmente en la Amazonía, bioma que concentró el 59 % del área deforestada en el período, seguida por el Cerrado (30 %) y Caatinga (7 %). En todos los biomas brasileños, la pérdida de foresta en 2021 totalizó 16.500 kilómetros cuadrados, el doble del área cubierta por la Región Metropolitana de São Paulo. Asimismo, en los últimos tres años, la tala fue equivalente al tamaño del Estado de Río de Janeiro. El ritmo de devastación también se aceleró, la velocidad promedio pasó de 0,16 a 0,18 hectáreas por día. Así, en el último año, la Amazonía perdió el equivalente a 18 árboles por segundo.

Estos datos son normalmente “etiquetados” como ambientales, pero son una expresión cristalina de la disputa por el territorio. Gran parte de esta destrucción ambiental promovida por la agroindustria tiene lugar en tierras donde viven pueblos indígenas y comunidades tradicionales; por eso se asocia con la violencia, la expulsión de familias, el asesinato de líderes, la prohibición de circulación y del uso de territorios; y además con medidas para prevenir y frenar la Reforma Agraria y la demarcación de territorios indígenas y quilombolas.

La agroindustria anuncia sucesivas cosechas récord; que son, como ya se mencionó, casi exclusivamente de commodities. Pero si miramos de cerca estos registros, el carácter destructivo es claro. La tasa de aumento de la productividad en los principales productos básicos es pequeña (por ejemplo, la soja 2,5 % en los últimos 10 años y en el maíz es de alrededor de 6 toneladas por hectárea (t/ha), en comparación con las 11 t/ha en EE. UU.). El incremento de las cosechas, por lo tanto, es el resultado de esta expansión territorial —que produce los datos señalados anteriormente— y del uso de una cantidad cada vez mayor —en volumen y en diversidad— de agroquímicos liberados sobre los cultivos cada año. Y todo esto proveniente de un conjunto cada vez más restringido de transnacionales que controlan el agronegocio.

 

Agroecología, soberanía alimentaria y un nuevo proyecto de país

Caminando por los caminos de la contrahegemonía, el campesinado mundial, en su diversidad, resistió activamente este avance de las élites sobre el campo. Y, a partir de esta lucha, desarrolló la mayor síntesis de clase actual: la soberanía alimentaria. Fue en la década de 1990 cuando La Vía Campesina formuló este entendimiento de que las sociedades no pueden desarrollarse si no tienen la autonomía para definir cómo será su suministro de alimentos, cómo y quiénes producirán los alimentos y a quiénes se le distribuirán.

La alimentación, por tanto, está directamente ligada a una construcción política. Nadie se alimenta exclusivamente de soja y maíz. Tampoco experimentan las alegrías y la felicidad que posibilita la comida —satisfacción cultural, afectiva y alimentaria— consumiendo estas mercancías y los ultraprocesados ​​a base de azúcares, grasas y sodio. La comida es para el estómago y para los caprichos.

La pandemia también nos habla de la alimentación. Como define el investigador Rob Wallace, estamos en la era de las agropandemias. Esto significa que hay un engranaje de muerte donde la deforestación, la quema y el acaparamiento de tierras son eslabones de un mismo mecanismo de sobreproducción del agronegocio. Los microorganismos extraídos del equilibrio dinámico que tienen en la naturaleza se liberan en estos entornos del agronegocio, espacios cerrados donde entran en relación con las hormonas y antibióticos que se utilizan masivamente, sufriendo una inmensa presión y transformación en el marco de la selección natural. De este entorno emergen los superpatógenos, que encuentran una población superconcentrada en grandes urbes, inmuno deprimida por la mala alimentación y las constantes intoxicaciones, produciendo así sucesivas pandemias. Estamos solo en la cuarta pandemia de este siglo XXI.

Por lo tanto, la soberanía alimentaria es crucial para nuestro país. No es una agenda de movimientos campesinos, sino de toda la sociedad brasileña. Cómo organizar el abastecimiento de alimento saludable al pueblo brasileño hoy es una cuestión fundamental para cualquier proyecto que se proponga como nacional.

Y es bajo este entendimiento que se estructura la agroecología. No es posible pensar en la soberanía alimentaria sin formas contrahegemónicas de producción de alimentos. Necesitamos un pueblo brasileño nutrido, sano y nuestra naturaleza cuidada, para reorganizarnos como país.

La agroecología es el resultado de milenios de aprendizajes de los pueblos, que, aun vulnerados en su territorio o exiliados de su patria, reconstruyen su metabolismo socioecológico. La agroecología se alimenta de prácticas y resistencias ancestrales que se desarrollaron dialécticamente durante el capitalismo. La agroecología es también la reconstrucción del conocimiento científico. Si entendemos que este saber ancestral fue despreciado por el saber científico manipulado por las transnacionales, también debemos entender que la agroecología es también la posibilidad de mediar entre ese saber ancestral y las posibilidades del saber científico actual.

Para el MST, la agroecología es esa praxis que tiene como sujeto al campesinado y que es imposible de pensar como una actividad aislada. Demanda de una articulación profunda entre las diferentes formas de cooperación, así como múltiples tácticas de lucha, ya sea a nivel territorial, a nivel nacional o internacional.

Es en este entendimiento que el MST, en los últimos 25 años, se transformó en un movimiento agroecológico. En este camino, experiencias pioneras, como Bionatur (nuestra cooperativa de semillas agroecológicas) se han multiplicado a lo largo de los años. Actualmente, la observación más difundida es que el MST es el mayor productor de arroz agroecológico de las Américas desde hace más de 10 años (en la zafra 2022 se cosecharon 15.500 toneladas de arroz), pero es importante entender que la agroecología ha avanzado en varias otras cadenas productivas de familias Sin Tierra.

Hay unas cuantas miles de iniciativas de gestión integrada entre árboles y plantas de ciclo corto o medio. En muchas regiones se les llama agroforestería, pero también se les conoce como traspatios productivos, policultivos, sistemas agrocerratenses y recaatingamento. La productividad de estos sistemas es siempre creciente, ya que la diversidad y el aumento progresivo de la fertilidad contribuyen a la salud de las plantas y, por tanto, a las buenas cosechas.

Con estos sistemas diversificados es posible producir una gran cantidad de alimentos (las familias asentadas en São Paulo pueden producir 80 toneladas de alimentos agroecológicos por año en una hectárea de sistema agroforestal) que son suministrados a la población a través de la alimentación escolar, ferias y otras estrategias o circuitos cortos de comercialización, como canastas y cooperativas de consumo. Pero también es posible trabajar en cadenas productivas que antes se organizaban a partir de los monocultivos.

Así tenemos, por ejemplo, el café agroecológico desarrollado en estados como Minas Gerais, Espírito Santo, Paraná, São Paulo y Rondônia. Asimismo, el cultivo de cacao y cupuaçu ha sufrido una gran transformación agroecológica en estados como Bahía, Pará y Rondônia.

En la cadena productiva de granos, el MST también ha avanzado en la perspectiva agroecológica. En un país donde el 98 % de la soja y el 95 % del maíz sembrado son transgénicos, el proceso de transición agroecológica de los cultivos ha sido un gran desafío para los emprendimientos que ya existen en Mato Grosso do Sul, Paraná y São Paulo. Los principales cuellos de botella encontrados se sitúan en el acceso a la maquinaria adecuada para la agroecología y la agricultura campesina; y en el dominio tecnológico de la producción de bioinsumos. Buscando superar esos límites, en agosto del 2021, el MST São Paulo realizó su tercera cosecha de maíz orgánico, cosechando 100 toneladas en 32 hectáreas sembradas.

A medida que maduró este cúmulo de experiencias, el MST lanzó su Plan Nacional Siembra Árboles, Produce Alimentos Saludables en 2020. Fortalecer la integración de los árboles en el día a día productivo de las familias Sin Tierra es uno de los principales objetivos del plan. Pero también entendemos que esta debe ser una acción de la clase obrera para recuperar manantiales y riberas, sembrar plazas urbanas y cauces de avenidas. Con esta perspectiva, plantamos más de 2.500.000 de árboles a enero de 2022.

También forma parte de estos avances concretos el proceso de formación y educación popular en agroecología. Los cursos formales que se realizan en la Escuela Latinoamericana de Agroecología (ELAA) y en el Instituto Educar, o con universidades e institutos federales, han sufrido las consecuencias del fin del Programa Nacional de Educación para la Reforma Agraria (PRONERA); pero resistimos esta medida y seguimos defendiendo la importancia de la formación técnica en agroecología y de la constitución de un cuerpo técnico popular que domine la praxis agroecológica y la construya en sus territorios.

También hemos impulsado experiencias en educación básica en escuelas rurales, que con diferentes estrategias han construido otra forma de conocimiento, basada en la reconexión del ser humano con la naturaleza. Es para apoyar este proceso en las miles de escuelas rurales existentes en Brasil que el MST, en colaboración con la Fiocruz, creó el Diccionario de Agroecología y Educación, lanzado recientemente, que contiene más de cien entradas sobre el tema.

La agroecología trata, fundamentalmente, de reconstruir al ser humano. Para que nuestras capacidades agroecológicas se desarrollen, la reconstrucción de las relaciones sobre una base emancipatoria y humanista es crucial. La superación del racismo y el patriarcado está directamente ligada a estas nuevas prácticas productivas. Así como el ejercicio de la cooperación, en sus diversas formas, es un presupuesto de la agroecología.

Nuestra sociedad brasileña, a mediados de la década de 2020, se enfrentó de manera brutal a su herida agraria. El hambre, las pandemias, la desigualdad social y la organización política brasileña siguen teniendo como base la cuestión agraria, que tiene al agronegocio como su polo burgués. En contraposición, en el corazón de un proyecto de país que confronta al proyecto de las élites está la reforma agraria popular, la defensa de los territorios indígenas y quilombolas, y la soberanía alimentaria. Y todos estos logros deben tener como sustrato fértil la agroecología, construyendo un nuevo paradigma ecológico y soberano de país.

 

 

Entrevista a Facundo Monguzzi
“La principal política para el desarrollo de la agroecología implicaría discutir la tenencia de la tierra y su redistribución”

 

 

En esta ocasión entrevistamos a Facundo Monguzzi, activista que ha desarrollado una importante experiencia militante en distintas organizaciones sociales y territoriales vinculadas a la agricultura familiar y la agroecología, tal como él mismo nos lo va a relatar. En esta entrevista, Monguzzi examina, además, los logros alcanzados por los movimientos populares y las políticas públicas en relación con el avance de la agroecología así como las principales dificultades y desafíos que estos productores y organizaciones enfrentan hoy en nuestro país. Facundo integra actualmente el Área de Agroecología de la Federación Rural, organización que surge a partir de la articulación de la experiencia de la Rama Rural del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE) y de otros grupos preexistentes como el Movimiento de Pequeños Productores (MPP), La Comunitaria, Norte Campesino de Córdoba, entre los más relevantes. Fue promotor y coordinador de la Escuela Nacional de Agroecología (ENA) surgida a iniciativa de pequeños productores y productoras agropecuarias de distintas localidades y regiones del país para multiplicar los procesos de transición agroecológica.

 

¿Nos podrías comentar cuáles fueron tus primeras experiencias de trabajo con planteos agroecológicos, en qué región y con qué tipo de productores?

Mis primeras experiencias de trabajo organizativo en agroecología fueron en la cooperativa Malvinas Agroecológica, a partir de la biofábrica y con productores organizados en el territorio de Córdoba. En su mayoría productores interesados en la horticultura o con alguna producción vegetal. En este marco, junto a la Agencia de Extensión Rural (AER) Cruz del Eje del INTA, pudimos trabajar con un grupo en la zona de Punilla sobre casas de semillas y un trabajo en las escuelas públicas para hacer huertas organopónicas en nueve localidades de la región. Utilizamos esta tecnología debido a que es zona de sierras y los suelos no son profundos, esta técnica nos permite ascender sobre el nivel del terreno. Es una técnica muy interesante implementada en Cuba. Otra de las experiencias en las que participé fue en la fundación de la Cátedra Libre de Agroecología y Soberanía Alimentaria de la Universidad Nacional de Córdoba (CLAySA). Después con un grupo de la localidad de Unquillo —Córdoba— decidimos conformar la Cooperativa Proyecto Hormiga, donde se trabaja sobre el reciclado de materia verde y se hacen sustratos, compost a partir de lo que se denomina “desechos”. Más tarde empezamos a trabajar en transición con productores hortícolas en el cinturón verde de Córdoba y alrededores y finalmente se llevó a cabo el primer encuentro de Agroecología Nacional del Movimiento en la localidad de Mina Clavero, provincia de Córdoba. Debido al gran interés de los compañeros empezamos a hacer capacitaciones en todo el país.

 

Teniendo en cuenta la diversidad de sectores que integran el movimiento agroecológico en Argentina, nos interesaría en particular que nos comentes cuáles son los aportes del enfoque agroecológico para la producción familiar.

En Argentina la mayoría de los productores que hace horticultura o agricultura familiar tiene problemas con la tenencia de la tierra —alquilan en los cinturones/valles productivos o son campesinos con problemas de títulos de la tierra—.  Entonces el primer punto es que la agroecología no puede estar escindida de la reforma agraria y de la soberanía alimentaria. Entendemos la agroecología como un aprender colectivo, respetando las diversidades productivas, siendo económicamente rentable y no excluyente para el consumidor. Por eso trabajamos el concepto de agroecología popular, porque el objetivo no es producir de forma agroecológica para el abastecimiento de aquellos sectores de mayores ingresos. Entendemos la agroecología como práctica de salud tanto para las familias productoras y los/as consumidores/as. Siempre decimos que la tenencia de la tierra nos permite mejorar los suelos, mejorar las condiciones de vida y por ello es una apuesta a la salud pública.

 

¿Cuáles son los principales logros que identificas en estos años de trabajo sobre propuestas agroecológicas?

Bueno, en cuanto a los principales logros creo que primero sería la unificación que se ha dado en la lucha desde los movimientos sociales y el reconocimiento de la agroecología a nivel del Estado como la Dirección Nacional de Agroecología. Si bien no cuenta con los técnicos ni los recursos necesarios, es un reconocimiento. Queda una lucha grande para que eso sea realmente eficiente en cuanto a los recursos y que se puedan ejecutar programas específicos. La incorporación de municipios también es importante. Después otra discusión importante que se ha logrado en estos años es el avance de los bioinsumos y también está dentro del SENASA esa discusión. Si bien es una puja muy fuerte con el sector empresarial, con la cámara de bioinsumos —que es la cámara de las empresas que generan ese tipo de productos—; mientras por el otro lado están las organizaciones populares que están realizando sus propios bioinsumos. En esto es importante poder generar las capacitaciones territoriales y el empoderamiento de los compañeros y compañeras porque es una práctica que se viene llevando hace años. Entonces es necesario difundirla y poder generar desde el campo popular o de las organizaciones populares estas herramientas que queden en manos de cooperativas campesinas y de productores de la agricultura familiar.

Después también los avances que se están dando en el reconocimiento del sistema de certificación de garantía participativa, el SPG. También es importante siempre y cuando haya un respaldo popular y no quede solamente en las instituciones del Estado sino en los consumidores y los productores de las zonas y de las organizaciones. Que no sea algo totalmente del Estado porque no sabemos quién puede estar después en el gobierno y que carácter puede tomar esto de la certificación participativa. Hay que evitar que termine en una certificación como en el orgánico; rentada y mucho más costosa, generando un producto de élite con sellos en lugar de la promoción de mercados de cercanía en las diferentes regiones.

También hay un gran avance en término de los consumidores y un aumento de la demanda de productos agroecológicos. Por ello es importante crear las redes de comercialización para poder llegar y abastecer a los consumidores en las grandes urbes. También la demanda que hay por parte de los productores de técnicos que asesoren en la propuesta agroecológica, tanto privados como del Estado. Es fundamental la parte del Estado que no se está dando en todas sus competencias ya que faltan técnicos. La Secretaría de Agricultura Familiar Campesina e Indígena y la Dirección Nacional de Agroecología tienen muy poquitos técnicos, entonces es importante que se den avances en ese sentido.

Hay un crecimiento dentro de las organizaciones del campo popular en Argentina en cuanto a esta demanda y se están dando también debates internacionales al respecto. Yo creo que también las luchas de los sectores ambientalistas tienen mucho que ver aunque falta mucho para poder hermanarlas con la lucha de la agricultura familiar, campesina e indígena en estos puntos, pero esos serían los principales puntos de avance que se están dando en el país.

También la creación de gremios, en este caso la Federación Rural y también la UTEP Agraria (Unión de Trabajadores de la Economía Popular) ayuda muchas veces a desarrollar estas herramientas. Así se presentó una Ley de Fomento a la Agroecología que también es una discusión, pero es muy importante que se apruebe, se reglamente, se presupueste y tenga financiamiento.

Pero el principal debate es la cuestión de la tierra, porque no podemos hablar de agroecología si no estamos hablando de la tenencia de la tierra, que el productor pueda cultivar en su tierra. Y al hablar de reforma agraria estamos hablando de política de salud, porque si el productor tiene su tierra puede producir agroecológicamente y puede mejorar las condiciones, tanto en cantidad como en calidad de su producción. Por eso es importante considerar como una política de salud a la cuestión de la tenencia de la tierra y la mejora de la productividad; discusión que no se está dando a fondo debido a los sectores más concentrados del agronegocio.

 

En función de tus experiencias de trabajo en el tema, ¿cuáles crees que fueron los motivos centrales en aquellos productores que incorporaron un planteo agroecológico en sus establecimientos?

Los principales problemas que aparecen para que los/as productores/as decidan incorporar la propuesta agroecológica, en su mayoría, son problemas de salud. Algún pariente que se enferma, que le da alguna alergia o ciertos malestares al aplicar productos químicos —como, por ejemplo, descomposturas, dolores de cabeza, vómitos, etcétera—. Ante esto muchos deciden, antes de ser albañiles o migrar, cambiar de modelo. También el trabajo de las organizaciones ayuda con sus aportes técnicos. Actualmente se analizan mucho los costos de los insumos, y la agroecología es una respuesta si trabajas colectivamente.

 

¿Cuáles son los aspectos de las propuestas agroecológicas que generan mayores dificultades para ser apropiadas por los productores en sus predios?

Lo que más cuesta es poder hacer prácticas agroecológicas o ir por el camino de la transición a la agroecología cuando los/as productores/as no son dueños de la tierra. Cuando no saben si cuentan con dos o tres años seguidos, o incluso menos aún, y sin la certeza de poder renovar el alquiler. Ni hablar en producciones de cebolla o papa que los alquileres son solo por un ciclo o campaña. La base de una buena producción es el suelo, eso hace a una buena planta. Poder abonar de forma adecuada un suelo requiere más de un ciclo productivo, se requiere de técnicas como la rotación de cultivos, la incorporación de compost, cultivos de cobertura, etc. También el plazo de los alquileres impacta de lleno en la inversión que puede realizarse en un predio, por ejemplo, no vas a plantar árboles frutales si te vas en 3 años con suerte.

 

Desde que iniciaste las primeras experiencias agroecológicas hasta la actualidad, ¿se han dado cambios en cuanto a la recepción o predisposición de los productores a este tipo de alternativas productivas? Si la respuesta es positiva, ¿a qué se debe ello?

Si, cambió mucho la percepción. Antes íbamos los técnicos a hablar de agroecología; mientras que hoy son los propios productores quienes piden asesoramiento y talleres. También el hecho de que otros productores/as hagan agroecología y que sean ellos/as mismos quienes cuenten sus experiencias o den los talleres incentiva un montón en los territorios. Estos cambios se dan por la difusión en los territorios, que los productores discuten en sus asambleas y que comienzan a percibir que los consumidores demandan productos agroecológicos, o las aperturas de ferias, mercados, etc. Desde mi punto de vista este cambio fuerte se ve después del juicio de las Madres de Ituzaingó, la lucha de en contra de Monsanto, las asambleas de pueblos fumigados, etcétera.

 

Imagino que el grueso de productores que integran la Federación Rural producen de manera convencional. ¿Qué estrategia de trabajo impulsan desde el área de agroecología para difundir e instalar la alternativa agroecológica en más productores/as de su organización?

Un trabajo que realizamos son las capacitaciones en agroecología en territorio con nuestros egresados de la escuela nacional de agroecología. También el hecho de poder hacer parcelas de prueba para ir haciendo un proceso de transición. Asimismo, la red de biofábricas que está en marcha también incentiva para que los productores puedan ir probando los bioinsumos sin tener que encargarse de elaborarlos ellos mismos en sus propios establecimientos.

 

Durante los últimos años un conjunto de instituciones, organizaciones y asociaciones de productores han desarrollado diferentes propuestas de comercialización de productos agroecológicos en el marco de circuitos cortos de producción (venta directa del productor al consumidor). ¿Podrías comentarnos tu opinión sobre las potencialidades y limitaciones de estas estrategias comerciales?

Dentro de la comercialización se han generado varias herramientas. Bueno, el SPG es algo importante en ese sentido, pero también los circuitos de ferias que se dan en los pueblos o en las ciudades que permiten acceder a los productores. Si bien hay ferias que no son directas de los productos en algunas ciudades, las que sí son directamente de la agricultura familiar permiten ese vínculo y el diálogo entre el consumidor y el productor que fortalece esta herramienta. Si bien es algo complicado desde el sector productivo que el mismo productor pueda salir muchas veces de su campo o de su chacra y pueda llevar la producción ese día a la feria, eso es algo importante y hay que darse las estrategias necesarias. Muchas veces el trabajo de la juventud facilita esa cuestión. Después hay muchas redes de consumo que también favorecen los circuitos de comercialización, pero sigue faltando como un gran abastecimiento general a las cadenas más importantes de comercialización o una masividad general para realmente generar una disputa en el sistema. Para ello es necesario la generación de leyes y reglamentaciones; en especial, en el proceso de transición agroecológica, sería fundamental que tanto las escuelas y los hospitales puedan ser abastecidos con productos en transición agroecológica, también con un nivel de concientización que son los sectores más vulnerables o en crecimiento los que tendrían que estar consumiendo saludablemente. Ello implicaría generar políticas masivas y ayudar realmente al proceso de transición agroecológica y al fomento de la agroecología. Dentro de las potencialidades actuales, el aumento y dolarización de los insumos lleva a que algunos productores produzcan de forma agroecológica para disminuir los costos y la dependencia de insumos en el sector hortícola, es decir, hay una demanda grande en ese sentido. Entonces, ello potencia que pueda haber más productores que opten por este tipo de planteos productivos. Otra cuestión sería la presencia creciente de consumidores más críticos. Sin embargo, pensando en una Argentina con el 93 % de la población urbana, hay que educar mucho más o repensar al consumidor, que muchas veces está muy alejado de los circuitos productivos y también, en ciertos casos a veces, se vuelven hacia una ortodoxia que es muy difícil de asesorar.

 

En función de tu experiencia en el tema ¿qué tipo de políticas públicas podrían colaborar con la difusión y ampliación de propuestas agroecológicas en los estratos de la producción familiar?

La principal política para el desarrollo de la agroecología implicaría discutir la tenencia de la tierra y su redistribución, lo que podríamos denominar un proceso de reforma agraria integral y popular. Ello con el objetivo principal de potenciar el arraigo en los pueblos y el repoblamiento de la Argentina, potenciar el desarrollo de localidades existentes o incluso fundar nuevas localidades y que nuestros jóvenes puedan permanecer allí. Para eso es necesario motorizar el desarrollo de industrias locales y las comodidades necesarias en cada uno de los pueblos y en el interior del país. Que los productores puedan contar con escuelas para llevar a sus niños, tengan acceso a internet, etcétera. Otro punto necesario es el fortalecimiento o fomento de la agroecología tanto en las líneas de investigación de las universidades como en los diseños curriculares de los planes de estudio, y por supuesto en las instituciones de investigación para el desarrollo de maquinarias y técnicas aplicadas para el sector de la agricultura familiar. En cuanto a leyes específicas, es necesario establecer canales y compras del Estado para la producción agroecológica, que se establezcan prioridades también en las góndolas de los supermercados en las grandes ciudades. Por otra parte, si bien existe un avance de las políticas educativas en los niveles primarios y secundarios sobre la huerta, el consumo y la nutrición, es importante fomentar estos aspectos y también el desarrollo de huertas de autoconsumo en barrios urbanos y en las áreas periurbanas.

Otro punto importante en cuanto a las políticas se refiere al cuidado de las semillas y la generación de semillas propias adaptadas a las condiciones climáticas y edáficas de las diferentes regiones productivas de nuestro país y el rescate y desarrollo de variedades de cada cultivo. Asimismo, es necesario el fomento de las cooperativas dentro de los circuitos de productores en función de favorecer el desarrollo de canales de comercialización y distribución de los productos agroecológicos. Por ejemplo, en la producción hortícola o en actividades ganaderas (carne y leche) para desarrollar la perspectiva de los alimentos de cercanía. Muchas veces no se sabe cuántos kilómetros recorre un litro de leche o un pedazo de carne para llegar a los centros de consumo debido a los elevados niveles de concentración en algunas fases o eslabones de las cadenas productivas. En ese sentido deberían desarrollarse los frigoríficos municipales o plantas lácteas zonales en diferentes puntos del país, es una cuestión muy importante.

 

 

Entrevista a Santiago Sarandón
“Estamos ante el colapso, el fracaso de un modelo; y mientras más rápido nos demos cuenta, más rápido vamos a poder restaurar los sistemas productivos y minimizar los problemas”

 

Para este cuaderno entrevistamos a Santiago Sarandón, investigador con una extensa trayectoria vinculada al estudio de la agroecología y los modelos agrícolas en Argentina, que analiza y reflexiona en esta nota sobre los cuestionamientos sociales y la crisis que afecta al modelo centrado en los agronegocios, las razones de su posible futuro colapso y las realidades, potencialidades y retos que enfrenta hoy la agroecología en nuestro país. Sarandón es ingeniero agrónomo de la Facultad de Ciencias Agrarias y Forestales de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) y profesor titular de la Cátedra de Agroecología de dicha Facultad; y también profesor de Ecología de los Sistemas Agrícolas en la Maestría Protección Vegetal (UNLP).

 

Considerando que la agroecología se nutre de diferentes disciplinas y que al interior del movimiento agroecológico conviven perspectivas distintas, en tu opinión ¿cuáles son los rasgos fundamentales del enfoque agroecológico?

Bueno, yo creo que la agroecología es una revolución del pensamiento en las ciencias agrarias, un nuevo paradigma. No es una mirada ambientalista que se proponga minimizar los efectos nocivos o usar productos de banda verde o naturales en vez de sintéticos. Es mucho más que eso. Es un replanteo total de la ciencia agronómica que hemos vivido hasta ahora. Parte de un diagnóstico crítico, de entender que todos los problemas socioambientales, que cada vez son más evidentes, son signos inequívocos del colapso de un modelo, de un modo de ver la relación entre el ser humano y la naturaleza. La agroecología replantea todo ello desde otro lugar, desde la complejidad, con una visión holística, global en vez de reduccionista, que piensa en el largo plazo, y donde el componente ético es fundamental. Asimismo, es una perspectiva pluriepistemológica, es decir que admite distintos tipos de conocimiento y por eso dialoga con agricultores/as que tienen conocimientos diferentes —local, situado, empírico— y con los que tenemos un conocimiento teórico, científico. Ese es el rasgo fundamental. Es un enfoque diferente que permite reubicar tecnologías, ver problemas que no se perciben y encontrar soluciones que hoy no se encuentran dentro del mismo nivel que generó los problemas.

 

Durante los últimos años en Argentina han proliferado una enorme cantidad de experiencias productivas alternativas al modelo de producción predominante —incluso en explotaciones dedicadas a la agricultura extensiva—, algunas de ellas inscriptas en procesos de transición hacia la agroecología, ¿a qué se debe ello?

Se debe a dos cosas. Por un lado, la visión cada vez más clara del colapso de un sistema y del fracaso de buscar alternativas dentro del mismo modelo. Cada vez se ve con más claridad que las alternativas de cambiar de productos, de aplicar distintas dosis, de aplicaciones combinadas con otros productos, con equipos especializados, no están dando resultados. La velocidad con que se producen los fracasos, la resistencia a los plaguicidas (malezas resistentes), los costos crecientes, la sociedad que se vuelve cada vez más crítica, la búsqueda de una comida sana, claramente nos están diciendo que hay una ruptura, una percepción de un modelo que se cae. La sensación de muchos productores o productoras de verse señalados y presionados en muchos pueblos por una sociedad que ya no tolera lo que toleraba antes.

Por otro lado, simultáneamente, la percepción también cada vez más clara de que otro modelo es posible. La visualización de experiencias exitosas basadas en la agroecología, sistematizadas, la creación de sociedades científicas que permiten tener congresos donde se visibilizan dichas experiencias dándole un valor científico, con publicaciones que antes no existían; todo eso configura un escenario totalmente novedoso que se ha desarrollado a una gran velocidad y hace que la posibilidad de volcarse hacia una forma de producir diferente, que se puede llamar agroecológica, sea cada vez más rápida.

Y como el ejemplo cunde rápidamente muchos productores o productoras van viendo que puede funcionar, que reducen costos tremendamente y no tienen el problema de la presión de la sociedad y además producen alimentos de mejor calidad. También el cambio en la dieta, en la percepción de los consumidores acerca del valor de los alimentos, de su origen —cuestión sobre la que la pandemia incidió— también está generando una tracción hacia un modelo con uso de menos pesticidas y mucho más diverso que es lo que la agroecología promueve.

 

Muchos vinculan el surgimiento de estos planteos alternativos con una crisis profunda del modelo de producción agraria que se instaló en Argentina desde mediados de los años noventa, sintetizado en la tríada Siembra Directa-Soja RR-Glifosato. En tu opinión, ¿se trata de un agotamiento definitivo de esa forma de practicar la agricultura o el modelo aún puede encontrar soluciones a las problemáticas instaladas?

Sin duda mirando a mediano y largo plazo creo que es un agotamiento definitivo, un colapso de un modelo que no tiene alternativa, lo que no quiere decir que no pueda persistir todavía y durar algunos años más ni que haya gente que promueva soluciones dentro del modelo que le permitan perdurar un poco más, pero no resuelven los problemas. Más eventos transgénicos, nuevos productos, drones, robótica, nanotecnología, agricultura de precisión, agricultura por ambientes, agricultura inteligente, un montón de términos que tienden a tratar de resolver los problemas dentro del modelo pero que claramente no son la solución. Para muchos, para mí, estamos ante el colapso, el fracaso de un modelo y mientras más rápido nos demos cuenta, lo aceptemos y cambiemos, más rápidamente vamos a poder restaurar los sistemas productivos, minimizar los problemas y ampliar el acceso a estos sistemas por parte de cada vez más productores y productoras.

 

Desde tu perspectiva ¿cuál es la principal potencia de la agroecología en los escenarios actuales?

Bueno, yo creo que la potencia que tiene la agroecología está asociada a su origen que es de abajo hacia arriba; su potencia viene de la sumatoria de muchas comunidades, de personas que han visto en esta propuesta la respuesta a los problemas. La agroecología no fue promovida o no vino de instituciones, del Estado, de institutos de investigación, de empresas nacionales o internacionales —como la Revolución Verde o la ola de la biotecnología—; sino que nace desde las bases y eso le da un enorme potencial. Cuando existen épocas, gobiernos locales, municipales, provinciales, nacionales —como ha ocurrido— que propician o que son más favorables a este modelo, este avanza un poco más rápido. Pero incluso no se detiene cuando eso no sucede, como en Brasil, Uruguay, etcétera. Ni se debe a los gobiernos el avance ni retrocede cuando esto no ocurre; eso le da una capacidad buffer, una capacidad de permanecer, una resistencia, digamos una jerarquía de origen, que hace muy difícil que desaparezca. Otra característica de la potencia de la agroecología es que cuando las personas —sean académicos/as, investigadores/as, productores/as, consumidores/as— ven este nuevo paradigma, entienden, comprenden que no hay vuelta atrás. O sea, la actitud cambia y permanece para siempre. Quienes producen no vuelven atrás. Cuando aprenden a llamarle veneno a lo que antes le llamaban “curar” o “remedios” a los fitosanitarios, ya nunca más los perciben de otra manera, esa es otra de las potencias que tiene.

Otra cosa que también he observado es que en las personas que deciden ir hacia la agroecología se genera algo que no estaba presente: orgullo, satisfacción, alegría, felicidad; palabras que parecían ajenas a una forma de producir donde rendimiento, competitividad, dinero, precio eran lo común. Ahora esa gente recupera el conocimiento que tenían sus padres, sus abuelos o sus abuelas. Esto es una característica también que se ve muy fácilmente en la agroecología: entusiasma. Y a los académicos/as también nos permite recuperar la pasión por el conocimiento, el sentir que estamos construyendo un conocimiento útil, que somos útiles; cuestión que en la ciencia convencional no necesariamente ocurre, donde hay mucho individualismo, mucha carrera por el paper individual, una hoguera de vanidades decían algunos.

 

Como todo enfoque supongo que debe presentar algunos aspectos de mayor debilidad. ¿Cuáles serían esas principales debilidades o falencias?

Bueno, creo que no tiene, en sí mismo no le veo debilidades. Sí que su crecimiento a una enorme velocidad trae aparejado un ruido de fondo acerca de qué es exactamente la agroecología. ¿A qué cosas se le llama agroecología? gente que aparece queriendo  vender su producto como agroecológico frente a la demanda creciente y no existe una legislación que defina, que determine qué es y qué no es agroecología. Por eso aparecen los mercados de confianza mutua, sistemas participativos donde hay una garantía para los consumidores de que ese producto es diferente. No está claro exactamente porque no hay un protocolo que resguarde esta producción, esa es una debilidad. Lo otro que hay que fortalecer es que no tenemos tantos investigadores en el campo de la agroecología. Ello requiere un cambio profundo. No es agregar un tratamiento más orgánico sino replantearse la ciencia desde otro lugar; requiere bastante tiempo, reflexión y hoy no contamos en América Latina con un número crítico de docentes, investigadores, extensionistas formados desde ese otro lugar, en Argentina tampoco. Estamos muchísimo mejor que antes pero todavía eso es una debilidad.

Y lo otro es el prejuicio que mucha gente tiene acerca de la agroecología. Imaginan una agricultura de traspatio con uso de ciertos productos, medio esotérica, con personas a las que llaman hippies, que no es seria, que no es científica. No es una debilidad propia de la agroecología, pero es algo que no contribuye a que pueda ser introducida, por ejemplo, en las universidades, donde todavía hay mucho que desarrollar. Por estos prejuicios, mucha gente no la ve como algo científico, a pesar de que sí lo es y además mucho más compleja de lo que parece a primera vista.

Finalmente, es una ciencia más difícil; para entender la complejidad misma de la interacción la agronomía es solo una de las disciplinas requeridas, la necesidad de un trabajo interdisciplinario hace más complejo el camino. Por otra parte, la obligación académica de publicar en  revistas para permanecer en el sistema, a pesar de que a muchos de nosotros nos parece injusto y obsoleto, es y va a ser un problema por mucho tiempo.

 

Los principales voceros del modelo hegemónico de producción agraria sostienen que la disminución en el uso de agroquímicos desencadenaría menores rendimientos por hectárea y un menor volumen físico total de los principales cereales y oleaginosas producidos, impactando de manera desfavorable en la dinámica del complejo agroalimentario y en el ingreso de divisas. ¿Cuál es tu opinión al respecto?

No conozco ningún trabajo científico que avale eso. Me parece que es una afirmación que no tiene ningún respaldo, una presunción; particularmente teniendo en cuenta que los sistemas de base agroecológica se fundamentan en un fomento de la biodiversidad y que hay mucha evidencia científica acerca de que el cultivo de diversas especies en un mismo espacio es mucho más eficiente en la captura de recursos —agua, luz, nutrientes— que cualquier monocultivo. Y en un país como Argentina con un territorio enorme, sistemas basados en la agroecología claramente podrían brindar excedentes para exportar y traer dólares. Nada impide que esto ocurra. Así que no hay ningún asidero, ninguna demostración, me gustaría leer esos papers que dicen que la agroecología generaría esos problemas. Otro tema que se considera cierto —y tampoco he visto trabajos científicos que lo respalden— es que el rendimiento va a ser tan bajo que no van a alcanzar los alimentos para cubrir las necesidades de la población. No conozco evidencia científica que fundamente eso, creo que es falso. La posible ocurrencia de hambruna, de gente que tenga hambre, se usa como un argumento acerca de lo que podría ocurrir si la agroecología fuera el modelo predominante. No sabemos qué ocurriría si la agroecología fuera el modelo predominante dentro de 20 años; pero sí podemos aplicar este indicador al modelo actual y claramente la FAO nos dice que hoy tenemos 1.000 millones de personas con hambre. Por lo tanto, está claro que este modelo es malo y creemos que la agroecología puede reemplazarlo y superar ampliamente este problema. Por otra parte, en el modelo predominante hoy tres cultivos (trigo, arroz y maíz) representan más del 50 % de todo lo que se produce. Que la alimentación humana dependa de tres cultivos tiene dos problemas severos. En primer lugar, la vulnerabilidad ecológica que significa depender de tres especies. Hay muchos casos (el hambre de Irlanda y otros más) que demuestran que no es una buena idea tener muy poca variabilidad; que es lo que ocurre con este modelo. En segundo lugar, la consecuencia de este modelo es que la dieta es mala y muy pobre. La agroecología promovería una mayor biodiversidad de alimentos, una dieta mucho más sana y un sistema mucho más resiliente y menos vulnerable.

 

Teniendo en cuenta la magnitud del ingreso de divisas vinculado a los principales cultivos extensivos —en buena medida producidos bajo planteos convencionales— y su relevancia para las cuentas nacionales, al menos en nuestra actual inserción en el mercado mundial, cualquier discusión que involucre a dichos rubros del agro adquiere gran notoriedad y la necesidad de dar ciertas respuestas.

Hay que tener en cuenta que hoy esas divisas son una resultante de una resta y suma entre las que ingresan y las que salen para comprar los productos de los cuales dependemos. La agricultura argentina, como muchas en otros países, tiene una gran dependencia de insumos físicos, conocimientos, mecánicos, etcétera. Si existiera una traba para importar fertilizantes, plaguicidas, repuestos, etcétera., la agricultura argentina colapsaría o tendría muchos problemas. Es decir, el modelo está mal estructurado, es un diseño bastante cuestionable que no asegura la soberanía alimentaria. Un sistema agroecológico, entre otras cosas, haría disminuir la necesidad de comprar esos insumos, con sistemas muchísimo más soberanos, mucho más independientes de conocimientos e insumos importados. Al estar más basado en recursos locales, sería mucho menos vulnerable y sin duda podría exportarse con una mayor diferencia porque no tendría que comprar o gastar dólares en comprar tantos insumos como ocurre hoy. Por lo tanto, hasta podrían ingresar más dólares. Por otra parte, habría que ver si esos dólares que han ingresado por el agronegocio sirven para compensar o no los costos ecológicos del deterioro, por ejemplo, de los suelos argentinos, que es algo que no se tiene en cuenta, los costos ocultos.

 

¿Cómo imaginas un proceso de transición agroecológica en las principales actividades agrícolas a escala nacional?

Tiene que ser un proceso gradual. Es imposible hacerlo en el corto plazo porque es un cambio de paradigma, eso lleva por lo menos una generación o más. Tiene que haber, por un lado, gente capaz de llevarlo a cabo tanto productores/as, como científicos/as, asesores/as. No existe hoy la cantidad suficiente para promover la agroecología a gran escala en todo el país y en todo el mundo. Se están formando, la velocidad en que se forman es enorme, pero se requeriría un tiempo de transición. Claramente, en este tiempo debieran prohibirse cada vez más los productos peligrosos, los plaguicidas. Eso sí se podría hacer en 20 o 30 años. Establecer un horizonte para prohibir el uso de plaguicidas como ha ocurrido en las zonas alrededor de los pueblos, eso incentivaría el cambio. Por otra parte, las instituciones como el INTA, los ministerios, deberían promover investigaciones en agroecología. El campo experimental sería solamente un pequeño apoyo de una investigación que se haría en campos de agricultores y agricultoras; las publicaciones serían un subproducto y no el producto principal; el objetivo principal sería generar conocimiento y, por supuesto, también publicarlo: pero esta carrera por los papers no ayuda; o sea, habría que reestructurar todo. Las escuelas primarias, las escuelas agropecuarias secundarias, las universidades, etcétera. Deberían replantearse para formar gente a mediano plazo y también formar en el corto plazo agricultores/as, extensionistas y nuevos investigadores/as. Creo que es totalmente factible esa transformación, pero no puede tardar menos de 25 años. Tiene que ser un proceso gradual y no creo que esté en condiciones ningún gobierno todavía de llevarlo a cabo. No existe la convicción a nivel gubernamental para hacerlo, pero puede sí ir ocurriendo, como está ocurriendo, de abajo para arriba.

 

Durante los últimos años un conjunto de instituciones, organizaciones y asociaciones de productores han desarrollado diferentes propuestas de comercialización de productos agroecológicos en el marco de circuitos cortos de producción (venta directa del productor al consumidor). No obstante, el grueso de la producción extensiva se canaliza a través de circuitos largos de comercialización. ¿Qué tipo de avances en términos de comercialización de este tipo de productos deberían darse para incentivar los planteos agroecológicos?

Bueno, claramente la agroecología promueve la idea de los circuitos cortos en la medida de lo posible. Depende de qué se produzca y dónde se consuma; pero sí,  claramente, los mercados de cercanía, de confianza, de conocimiento, son la base. No creo que sean lo único; también el comercio transnacional se va a dar porque los países no producen todo lo que consumen, pero me parece que la idea sería minimizar los costos de fletes y los costos de energía. Producir alimentos para ganado aquí (soja) para exportarla en barcos llevando esas toneladas para que coman cerdos en otro país como en China y sus deyecciones contengan los nutrientes que salieron de estos suelos es totalmente irracional. Estos sistemas se pueden replantear para que de alguna manera minimicen estos costos ecológicos y sean mucho más racionales.

 

¿Cuál es tu respuesta frente a aquellas posturas —a veces surgidas desde el propio seno del movimiento agroecológico— que conciben la agroecología como un retorno al pasado? ¿Cuál es o son los rasgos de novedad de la propuesta agroecológica?

Bueno, hay muchas voces que por supuesto lo ven desde afuera. Creo que quienes señalan una vuelta al pasado no han leído, no se han preocupado, no entienden lo que es la agroecología, pero esto también es parte del escenario. Mucha gente sin entender lo que es la agroecología asume —a veces con buena fe, a veces no— que la agroecología es algo de baja escala, imposible, inviable, hippie, una vuelta al pasado, al atraso; dando a entender que hay un paradigma donde la modernidad es un valor en sí mismo. Si uno no es moderno, es atrasado; pero creo que cada vez tiene menos peso, la agroecología crece a pesar de todo eso y no se va a detener.

 


Referencias

[1] Este artículo se basa en el capítulo de libro “Agroquímicos en el agro pampeano: agotamiento de un modelo y alternativas productivas emergentes. Avances de investigación” (Vértiz, Mattos y García, 2022).

[2] Ingeniero agrónomo, Magister en Procesos Locales de Innovación y Desarrollo Rural y Doctor en Ciencias Sociales, ambos de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Es profesor en el Curso de extensión rural del Depto. de Desarrollo Rural (UNLP) e investigador de la UNLP.

[3] Economista y Director del Instituto para el Desarrollo Productivo y la Innovación de la Universidad Nacional de José C. Paz (UNPAZ) Es investigador del Programa de Investigación sobre Comercio de Granos (Universidad de Buenos Aires, UBA) y del CCC, profesor de la UBA y UNPAZ y en la Cátedra de economía Arturo Jauretche.

[4] Sociólogo y Doctor en Desarrollo Económico (Universidad Nacional de Quilmes) Profesor en la Universidad de Buenos Aires y en UNPAZ, becario doctoral del CONICET.

[5] Se hace referencia al evento transgénico del cultivo de soja más conocido como soja RR, en alusión a su resistencia al herbicida Roundup Ready, denominación del glifosato comercializado por la compañía Monsanto durante esos años.

[6] Doctora en Ciencias Sociales y Humanas (UNQ) y profesora en la Universidad Nacional de La Plata. Integra el Instituto de Investigaciones sobre Economía y Sociedad en la Argentina Contemporánea (IESAC) y el Programa Hegemonía ambos de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ)