El miércoles 10 de octubre realizamos la primera reunión de Debates de Coyuntura dedicada a la crisis argentina. En esta ocasión participaron como expositores Paula Belloni (Economista, docente e investigadora de la UNLP, Integrante del Colectivo de Trabajo en Economía Política del Instituto), Emiliano López (Economista, Investigador del Conicet y Coordinador de ese colectivo) y Adrián Piva (Sociólogo, docente de la Unqui y la Uba e Investigador del Conicet). A continuación transcribimos las tres intervenciones.

 

Paula Belloni

La crisis en la argentina actual es una crisis que, en primera medida, se manifiesta en la economía. No hay, por ahora, ningún indicador macroeconómico que esté dando bien. El último dato de actividad marca una caída en julio del 2,7% interanual, pero si la comparamos con 2015 es más del 3%. La balanza comercial es muy deficitaria (importaciones menos exportaciones), hay un creciente desempleo y un empleo más precario y más basado en servicios. La inflación durante estos tres años de gobierno de Cambiemos es muy alta, con dos años (2016 y 2018) de las más altas en las últimas décadas. En cuanto al gasto público en 2019 se prevé una caída del 6% en términos reales respecto a este año, en el que ya hay un ajuste muy grande. A su vez, se puede prever que bajo el acuerdo con el FMI y la búsqueda de su convalidación en el presupuesto 2019 a futuro la situación va a ser mucho peor de la que vivimos hasta ahora.

Ante este escenario me voy a concentrar en discutir en términos económicos el balance de la propuesta económica de Cambiemos, para dar cuenta que de alguna manera fracasó desde el día cero. Fracasó en el sentido de que cuando asumieron, el esquema económico se basó en lo que llamaron “la pesada herencia” o lo que nosotros llamamos los límites del modelo kirchnerista, que en los últimos años se habían manifestado de forma bastante explícita: la restricción externa, la inflación, menor ritmo de crecimiento y/o estancamiento, menos empleo, salarios reales a la baja, déficit fiscal (eje que para el nuevo gobierno parece ser muy importante). El “modelo” de Cambiemos partió de esas limitaciones y tensiones, en un momento en que no estaba manifestada todavía una crisis económica. A partir de ahí se implementaron una enorme batería de medidas, sobre todo en los primeros meses, presentándolas como solución a los problemas “heredados”. A grandes rasgos estas se caracterizaron por la desregularización comercial y financiera y un plan de ajuste fiscal acompañado con una caída de los ingresos fiscales a partir de la eliminación y/o reducción de impuestos.

Para evaluar el resultado del esquema económico llevado adelante por Cambiemos vamos a ordenarlo a partir de cuatro áreas macroeconómicas: monetaria, fiscal, sector externo y endeudamiento, que hasta inicios de este año fue el “salvavidas” del gobierno para que las contradicciones que se generaron en los otros tres frentes no fueran tan visibles. En cada una de estas áreas se mezclan políticas ortodoxas, neoliberales con algunas políticas que algunos llaman de la “nueva derecha”, en el sentido que no es sólo ajuste sino también una búsqueda de generar consenso, sobre todo para conservar la base electoral que los votó. Por lo que en algunos casos no es lisa y llanamente un ajuste ortodoxo y las medidas económicas regresivas se ocultan bajo algún “maquillaje”.

En primer lugar revisemos la política monetaria, en la que sí se ve un perfil más ortodoxo. Al asumir el gobierno planteó una elevación de las tasas de interés fijandola a niveles muy altos. Desde su esquema esta iniciativa pretendió ser una alternativa al dólar ante la liberalización a la compra-venta de dólares de diciembre de 2015, para que la devaluación no pegue tan fuerte. Las letras del Tesoro, como las Lebacs, también se plantearon como una alternativa rentable, en un contexto de liberalización y desregulación financiera en el que se permite que los capitales puedan entrar, pero también irse, con más facilidad. Hasta 2015 había encajes y límites a la remisión de utilidades. Todo eso se eliminó o se hizo muy laxo y sumado a las tasas altas, con un dólar que en los primeros años se mantuvo relativamente estable, ese esquema se planteaba como una alternativa al dólar y para reducir la circulación monetaria, bajo la premisa de que la circulación monetaria es la que genera inflación.

¿Qué resultado hubo? La inflación claramente no se resolvió en estos años, los precios internos no pararon de aumentar. En cambio, el resultado fue un crecimiento de la rentabilidad financiera y la vuelta de la bicicleta financiera que la desregulación y la liberalización habilitaron. A su vez, hubo un desplazamiento de la inversión productiva, porque quién se va a poner a invertir en algo productivo cuando es tan rentable el mercado financiero, casi sin riesgos, y hubo una acumulación enorme de las Lebacs, que llegó a igualar la base monetaria y las reservas del Banco Central en dólares.

¿Cuáles fueron los sectores que ganaron? Si pensamos en el bloque que sustenta a Cambiemos, claramente el capital financiero especulativo. Los más desfavorecidos fueron el capital industrial y las/os trabajadores con un estancamiento y caída de la producción y deterioro de la calidad del empleo desde 2016 para acá.

En cuanto a la política fiscal, se planteó desde un inicio la idea del “déficit cero” que vuelve a aparecer con fuerza en el acuerdo con el FMI y en el presupuesto 2019. Para alcanzarlo hubo un ajuste del gasto pero selectivo, porque no es que todo el gasto se redujo. Desde el inicio hubo un ataque a las/os trabajadores estatales, que no es el mayor ahorro que se podía conseguir sino que es más bien un gesto político hacia el sector privado: una especia de señal o vía libre para despedir. Si consideramos el presupuesto para 2019, el salario de las/os trabajadores estatales (tomando la masa salarial, es decir los despidos también) caerá un 14% desde que asumió Cambiemos (tomando como referencia la inflación estimada en el proyecto de presupuesto 2019, por lo que seguramente la pérdida será mayor). Como ya sabemos, hubo reducción de subsidios a las empresas prestadoras de servicios, a las que también se les liberalizó la fijación de tarifas. La reducción del gasto también se vio en la obra pública, aunque algo se hizo durante el año electoral (con un carácter temporal y fácil de recortar al año siguiente).

Pero, en paralelo, y a partir del enorme proceso de endeudamiento, el gasto en intereses de la deuda aumentó muchísimo bajo el gobierno de Cambiemos. Tanto es así que los intereses de la deuda equiparan desde 2017 en gasto a lo que se paga en masa salarial. Este gasto sigue aumentando aunque los salarios van en retroceso en un contexto inflacionario. Además también se redujo el gasto en salud, educación, etc, aunque hasta ahora respondía más a una reducción y reorientación de las capacidades estatales. Ya que al tiempo que estás áreas se desfinancian se crearon otras que absorbían los recursos, como modernización.

A su vez, la reducción selectiva del gasto estuvo acompañada de una menor recaudación dada por la eliminación y/o reducción de impuestos tales como los derechos a la exportación (sacaron retenciones a algunos productos del agro como el trigo y el maíz y redujeron las de la soja y las de la minería), ganancias y bienes personales. En el mismo sentido, en el presupuesto 2019 aparece la rebaja a los impuestos patronales. Hay una rebaja parcial del impuesto a las ganancias de las empresas, y no hay impuestos a la tenencia de bienes personales en el exterior, hay un aumento de retenciones pedido por el propio FMI y hay una generalización de a qué productos se aplica. También aparece la venta de activos del Estado como una posibilidad de financiamiento para lograr el “déficit 0”.

Los ganadores de la pata fiscal son los sectores exportadores, agro y minería, y también las empresas de servicios públicos, en donde se dieron incrementos de tarifas superiores al 1700%. ¿Los perdedores? En principio las/os trabajadores estatales porque además de la pérdida salarial tienen condiciones de trabajo más precarias, ya que luego de la ola de despidos muchas de las reincorporaciones (y las nuevas incorporaciones) se hicieron bajo modalidad de contratos temporales. Pero, a su vez, la precarización del trabajo estatal implica una reducción de las capacidades estatales para generar política. Y ahí hubo una política de ajuste focalizada: en DDHH, en salud, en educación, en ciencia y tecnología, etc.

En este marco, el déficit fiscal no sólo no se redujo, sino que aumentó.

En el sector externo hubo una apuesta a ser el “supermercado del mundo”, recurrentemente mencionada por el presidente. Se trata de una apuesta por un perfil exportador primarizado y una confianza llamativa en lo que se llamó “la lluvia de inversiones” para atraer capital extranjero. Tampoco acá se dieron los resultados enunciados, en una economía mundial que no termina de repuntar las exportaciones no aumentaron. Lo que sí existió fue una reprimarización de los productos que se exportan, las industriales cayeron muchísimo. Las exportaciones de los primeros meses de 2016 crecieron porque los previos hubo mucha retención de cosecha esperando la devaluación anunciada por Cambiemos, pero a partir de ahí no crecieron. En cambio, las que sí se movieron mucho fueron fuertemente fueron las importaciones, crecieron aproximadamente el doble de las exportaciones, esto dio lugar al déficit histórico en balanza comercial que hoy en día es muy alto.

Hay algunas cuestiones a destacar. Las importaciones aumentaron aún cuando se devaluó muchísimo y por ende se encarecieron. Y lo hicieron incluso en un marco de estancamiento y recesión, cuando lo que se espera, dado la estructura desarticulada y trunca, es que aumenten cuando crece el PBI (por compra de insumos y maquinarias en el exterior). Respecto del capital extranjero si comparamos entrada y salida, el balance es negativo: 500 millones de dólares los primeros dos años y este año se mantiene.

¿Cuáles fueron los capitales más favorecidos con estas medidas? El agro y la minería. Los perdedores el capital industrial y las/os trabajadores, teniendo en cuenta que el agro no es el sector que más empleo genera. Sin embargo, no hubo una reactivación del agro tampoco. El modelo del “supermercado del mundo” requiere un cambio productivo muy grande que incremente la productividad y el rinde muy difícil de lograr, y a su vez, depende de la demanda externa.

Estas contradicciones pudieron ser relativizadas con un costoso salvavidas que fue el endeudamiento. Esto implicó acordar con los fondos buitres (todo lo que pedían), y a partir de ahí llevar a cabo un endeudamiento sostenido. La deuda pública total pasó de un 52% del PBI a un 87% y si tomamos la neta (sacando la contraída con organismos estatales) pasó del 22% al 52%. Un proceso de endeudamiento fenomenal que, como vaíamos en la parte fiscal, tiene la enorme carga de los intereses y los vencimientos.

¿Para qué sirvió este endeudamiento? Básicamente para garantizar una redistribución regresiva del ingreso. La enorme deuda asumida es la contracara de la bicicleta financiera. La fuga de capitales es casi igual al endeudamiento. Los capitales entran, invierten en Lebacs, ganan con los intereses, compran dólares y se vuelven a ir. A su vez, se financió la remisión de utilidades de las empresas extranjeras, que bajo el kirchnerismo estaba contenida por el control del dólar, aunque seguramente esos capitales encontraban otra forma de remitir sus ganancias al exterior. Por otro lado, una partecita de ese endeudamiento se ocupó para cubrir el déficit fiscal en el marco de la enorme redistribución del ingreso que implican las reformas impositivas.

A modo de balance, los grandes ganadores de esta política son los capitales financieros que estuvieron jugando a la bicicleta financiera estos años. Pero también las empresas transnacionales, las de servicios públicos y las agroexportadoras.

Entonces estas medidas lejos de resolver los problemas que ellos plantearon como “pesada herencia”, es decir las tensiones que había en el kirchnerismo, aumentaron los problemas estructurales a costa de una transferencia de ingresos enorme desde las clases populares a los sectores concentrados del capital. Fracasaron en resolver lo que dijeron que iban a resolver: el déficit, la inflación, la pobreza y en parte esto tiene que ver no sólo con lo económico en sí sino que estas medidas articulan intereses de los sectores dominantes que sustentan el modelo. Son medidas que tienen contradicciones en sí porque mientras quieren reducir el déficit se endeudan y los intereses hacen crecer el gasto, reducen la base monetaria pero entran dólares por medio del endeudamiento, entonces crean las Lebacs y así… Hay un montón de contradicciones del funcionamiento económico, pero la contradicción fundamental es política, y en este contexto de crisis aún más: es cómo se entrelazan los intereses de los capitales más concentrados y ahí si vemos un cambio en lo que es la importancia que ganó el capital financiero y también ganaron, en comparación con los años previos, los capitales asociados a los servicios públicos.

Así llegamos al acuerdo con el FMI, que se ve claramente a partir del fracaso en la pata monetaria, porque se dejó servida la posibilidad de que los sectores financieros (al no tener regulaciones) con mucho poder a nivel mundial puedan hacer una corrida cambiaria, en un contexto en donde EEUU venía diciendo que iba a subir la tasa de interés y de hecho lo hizo. Cuando esa tasa aumentó, esos capitales se movieron en busca de rentabilidad y a partir de ahí se sucedieron devaluaciones constantes del peso, que hicieron superara los $40 por dólar y bajo fallidas intervenciones del banco central una considerable pérdida de reservas.

Básicamente, el gobierno acude al FMI para convalidar el ajuste que venía haciendo, intentando no enfrentar el costo porque es algo que viene de afuera. ¿Qué implica el acuerdo? como se ve en el presupuesto 2019, una profundización del ajuste en el gasto: del 2015 al 2019 el gasto se achica un 18% y ese recorte es un 27% en educación, 16% en salud y 31% en ciencia y técnica. Esto utilizando la inflación estimada por el gobierno en el presupuesto, por lo que obviamente el ajuste va a ser superior.

El acuerdo con el FMI plantea un ajuste medio engañoso porque estos ajustes se producen mientras crecen los intereses de deuda. Y lo que se acuerda es el “déficit cero” pero sin contar los gastos en intereses que son cada vez más cuantiosos. Para el año que viene los intereses de deuda van a ser el 2,3 % de PBI.

A su vez, el plan del gobierno y del FMI se apoya en la ilusión de que vendrá un boom de exportaciones a partir de la devaluación y eso puede que tenga un efecto en otras economías, no tan dependientes, pero en nuestra economía las exportaciones no se mueven fundamentalmente por el tipo de cambio: durante el gobierno de Cambiemos pasamos de $9 a $40 por dólar y las exportaciones básicamente no se han movido. No tenemos por qué esperar que eso suceda. Todo el presupuesto del año que viene se basa en el supuesto de que las exportaciones crecen un 20%, mientras que el resto de los componentes del PBI caen. Si la devaluación no surte ese efecto, el presupuesto se cae porque depende de esa entrada de dólares. Por eso se incluye un cláusula de revisión de deuda. Bajo el supuesto de crecimiento de las exportaciones el presupuesto 2019 daría lugar a pagar los intereses y la amortización de deuda como pretende el FMI, pero no a enfrentar la fuga de capitales y está todo muy justo. Por eso se incrementan las disputas entre los capitales que fueron favorecidos hasta entonces.

Está por verse si estas políticas económicas tan regresivas derivan o no en una crisis política del gobierno. Una crisis que puede ser más general y abarcar a la política tradicional, porque aun frente a este escenario regresivo y con un presupuesto que plantea una crisis enorme para el año que viene Cambiemos todavía tiene bastantes chances de ganar las elecciones y ser gobierno otros cuatro años. Por lo que el balance de lo económico también tiene que ir de la mano de las alternativas que podamos plantear al ajuste. Las tensiones que generan las medidas que se llevaron adelante están en pleno desarrollo. Queda por ver el escenario del año que viene y analizar qué alternativas proponemos, teniendo en cuenta los debates pendientes en torno a los límites económicos del kirchnerismo. Hay un vacío político enorme en la oposición partidaria y es necesario plantear alternativas acompañando la movilización que se da en la calle.

 

Emiliano López

En mi caso voy a aprovechar la intervención de Paula y voy a centrarme en plantear cuales son las estrategias que han tenido los sectores del gran empresariado y ver el efecto que tuvieron en algunas de las políticas económicas.

Hay una cuestión que es necesario retomar del periodo previo. Entre 2012 y 2015 hubo tensiones que se acentuaron: en la balanza de pagos, que viene del 2007 con vaivenes, desde 2012 hay fuga de capitales, eso hizo que la balanza comercial y financiera tenga tensiones fuertes. Por otro lado, había también una tensión inflacionaria. Parte de ese conflicto era con los formadores de precios que logran imponer precios y después negociar salarios (al revés de lo que plantea la teoría del ajuste donde la inflación surge a partir de los salarios altos).

Otra tensión que es relevante para pensar la salida que elaboraron los sectores más concentrados es el tipo de cambio. El tipo de cambio que les interesa a los exportadores es el tipo de cambio real, teniendo en cuenta el nivel de precios de la economía. Esto se plantea con eufemismos como la competitividad, reducir costos, etc. Si miramos la serie después de 2002 se va cayendo el tipo de cambio real, eso sin cambios tecnológicos o sin reducir costos de otra forma hace que quienes exportan reciban ingresos más bajos. Eso afecta diferencialmente a la estructura productiva. Los capitales más concentrados y poderosos no se ven tan afectados pero a los pequeños y medianos los afecta inmediatamente. Después de 2009 esos sectores empiezan a plantear este problema, que históricamente tuvo la misma respuesta: la devaluación.

La otra cuestión que está vinculada a estas tensiones económicas, es de las más relevantes en términos de propuesta económica que tiene que ver con el tema de lo que ellos llaman “los costos”, pero sobre todo el salario. Empezaron a evaluar la necesidad de reducir el costo en dólares del salario argentino y para ellos todavía es alto, aún hoy. Hay una serie de evaluaciones y recomendaciones que hacen antes de 2015 relacionadas con la reducción de costos salariales y de transporte, mayor financiamiento, liberalización y desregulación. Esos son los núcleos centrales del programa económico de Cambiemos y más fundamentalmente la reducción de costos.

Esta es la agenda y la búsqueda, esta es mi hipotesis, del gran empresariado argentino, previa al 2015. En principio con el radicalismo post 2008, luego con un sector del peronismo, después con algún outsider y terminaron cerrando con el armado de Cambiemos. Es ahí que se termina de conformar una herramienta político electoral del sector del gran empresariado argentino. El gran empresariado es el articulador de este programa, el resto del empresariado se subordina de alguna manera. Si rastreamos los debates de la UIA podemos ver después del 2012 como se pliega casi enteramente a estos reclamos más allá de algunos sectores en minoría que no tienen mucho peso en sus ramas. Hay que rastrear estos antecedentes y ver cómo en parte esta ofensiva neoliberal para la región engarza con un sector del empresariado nacional, aunque que no necesariamente es nacional en términos de orígenes del capital.

Algunas cuestiones sobre este punto son relevantes como debate. En principio, a partir de este programa, el gobierno ha cumplido casi a rajatabla uno de los pedidos del empresariado que es el de reducir salarios. Casi un 45 % del salario en dólares, sumando tipo de cambio más la inflación. Pero de todas maneras no les alcanza, sobre todo por una cuestión ideológica fuerte que hay en el gobierno. La creencia de que una política monetaria restrictiva podría resolver el problema inflacionario liberalizando el tipo de cambio es ridícula, desde una perspectiva pragmática. Eso nunca sucedió y menos en Argentina. Liberalizar el tipo de cambio teniendo una política monetaria restrictiva, en un proceso con desempleo relativamente bajo, no tenía por qué mantener el diferencial de ganancia exportadora que ellos querían mantener después de la devaluación del 2016. Ese porcentaje de devaluación con altos niveles de inflación hizo que en dos meses el margen desaparezca. Y hasta que se va sturzenegger del Banco Central la política monetaria siguió siendo la misma. Esto hace que pierdan competitividad los sectores que sostienen el modelo, más allá de cumplir con la reducción del salario real. No hay forma de mantener un tipo de cambio alto devaluando constantemente y menos con la importancia que tiene la especulación financiera.

Acá hay una posición que es más ideológica que pragmática. Hace falta mirar un poco los libros de historia y ver que siempre la devaluación ha traido impacto inflacionario, siempre, y sobre todo en los commodities porque exportamos eso. Llama la atención que hayan tomado esa política, hay una cuota de torpeza, sobre todo en el manejo monetario, enmarcado en una política que es de decisión, claramente.

Hay otro elemento que es el de la lógica financiera sobre el tipo de cambio. Hasta ahí, la política monetaria tuvo un enfoque que se llama “el enfoque monetario de la balanza de pagos”, que consiste en elevar la tasa de interés, reducir la cantidad de dinero y atraer capitales por la tasa. Si uno mira los aumentos de mayor tasa de interés y el ingreso de capital son negativos crecientemente. Es exactamente lo contrario a lo que querían hacer. Porque pensar que subir la tasa de interés como país hace que fluyan capitales para acá es no entender en qué mundo vivís, sobre todo porque hay otros países centrales (principalmente EEUU) que están ofreciendo mejores tasas y absorbiendo los dólares que están circulando. En ese contexto nadie va a llevar sus capitales a los países de ingresos medios. Ese contexto internacional no estuvo muy tenido en cuenta. Y simplemente pensaron que si hay un diferencial entre nuestra tasa y la de EEUU o Europa los capitales van a venir acá, pero eso no pasó. Vinieron a lo específico: las Lebacs y las Leliq. Y vino fuertemente un capital especulativo a comprar bonos los años anteriores, pero no por la tasa de interés sino porque hubo una cantidad de deuda gigante que les convino.

Entonces ahí hay un mecanismo perverso entre tasa de interés y tipo de cambio y estos tipos de bonos a corto plazo, que hace que obtengan una rentabilidad de corto plazo y en un momento esa plata la convierten en dólares para llevársela, eso aumenta la demanda y genera una suba en el tipo de cambio, Peor que eso, el ejemplo de cuando Macri salió con un mensaje de un minuto a avisar que el gobierno le iba a pedir un adelanto al FMI. La conclusión del tipo que especuló en pesos fue que iba a haber los dólares suficientes para comprar y mandarlos a Estados Unidos para aprovechar la tasa de interés. Todo muy ridículo.

Me parece que el último acuerdo con el FMI hay que leerlo desde una lógica que va más allá del ajuste del gasto. Por ejemplo, en relación a los activos nacionales que pueden ser atractivos para cierto capital, como el caso del Banco Nación. Otra cuestión es una forma de aplicar el ajuste y de reestructuración de la deuda de manera permanente como en Grecia. Esto es algo que debe estar discutido en la mesa chica del gobierno, aunque claro está que son sociedades muy distintas por el grado de resistencia.

La otra dimensión a tener en cuenta es por donde pasa la alternativa si esto no funciona. Por ejemplo, con la imposición de la banda de flotación cambiaria ¿por qué dejaría de haber especulación? ¿por qué se puede estabilizar el tipo de cambio sin ningún mecanismo coercitivo? Para mí hay un elemento que empezó a circular y hay que ver hasta qué punto es una opción para el FMI y es la dolarización o algún tipo de paridad fija. En su momento, en 2001/2002 no tuvo asidero en la clase dominante, pero hoy no se si es así. Sería una opción muy negativa, obviamente, pero creo que existe en las intenciones políticas de un sector, sobre todo el sector financiero y de servicios públicos y de energía en general que virtualmente dolarizaron tarifas y precios. Puede sonar un tanto a teoría conspirativa pero a mí me llama la atención que apliquen la flotación ¿no será que vamos a un escenario que se presente como de irreversibilidad? Es algo que tenemos que tener en cuenta.

La última cuestión, creo que es muy difícil de pensar una salida de la crisis en los términos que el gobierno plantea, una salida devaluatoria y exportadora. Por ejemplo, en 2002 si uno toma las exportaciones netas (exportaciones menos importaciones) eso representaba un 4 o 5 % del PBI y el gobierno está planteando ahora llegar a un crecimiento del 20% del PBI de exportaciones. Es inviable con esta característica inflacionaria, devaluatoria y con un salario que no ajustó a la baja con la magnitud de aquel momento. Por eso no hay margen para una reactivación exportadora así. Al mismo tiempo, siguen acentuando la caída del consumo popular y con la inversión productiva no hay ningún indicio de que pueda ser el motor de una reactivación, menos la especulación financiera. Yo creo que el escenario es de empeoramiento de esas condiciones, pero hay que ver cuánto impacta en el sentido común en relación a la crisis. Todo indica que los indicadores de la macroeconomía empeoran, aunque habrá que ver, si se dan algunos datos de estabilización parcial, cómo impacta en la percepción de la crisis.

 

Adrián Piva

Yo me voy a apoyar en lo que plantearon los compañeros porque respecto de este período más allá de matices no hay mucha discusión. Voy a tratar de enfocarme en los fundamentos de esta dinámica económica en la lucha de clases. Antes que nada presento dos cuestiones para después retomarlas en términos de una pregunta: ¿qué significa que los sectores populares obtengan una victoria o que sean derrotados en este contexto?. La respuesta no es tan simple. Si tomamos como ejemplo la manera en que se resuelve la crisis de 2001 básicamente yo evalúo como una victoria lo que pasó en 2001 porque la movilización rompe con el mecanismo político que implicaba la convertibilidad. La convertibilidad suponía la unidad del capital por arriba y la fragmentación de los trabajadores por abajo. La salida deflacionaria implicaba la unidad del capital en torno a más ajuste, bajar salarios, etc. Los trabajadores rompen ese mecanismo, y eso fractura la clase dominante y abre espacio no solo a una salida de la crisis que no obtura el proceso de la recomposición de la clase trabajadora que se inicia en ’96/’97 sino que la recomposición del poder del Estado que se da a partir de 2003 tenga en cuenta, aunque sea de manera limitada, las demandas populares. Digo esto porque la salida devaluatoria implicó una inflación y una caída de los salarios que fue en enorme en 2002. A lo que voy es que como no hay salida progresista a las crisis en los marcos del capitalismo la respuesta a la pregunta que planteé no puede verse en los niveles del salario por ejemplo. No hay en la historia del capitalismo una crisis de la que se haya salido aumentado salarios y aumentando el consumo. En general esto sucede después de que se produjo una destrucción de capital, una reducción de salarios, etc. Y también es así en la crisis de 2002/2003 cuando asume el gobierno de Kirchner la economía ya estaba en crecimiento desde el último trimestre de 2002.

Me concentro entonces en algunas continuidades y rupturas en las relaciones de fuerza que enfrenta la clase trabajadora –respecto de ese proceso de recomposición que se da desde 2003– y en algunas fases de la crisis. A pesar de esa recomposición persiste la fragmentación o la dualidad de la clase obrera, y este punto ayuda a entender la capacidad de contención que muestra la CGT. En este sentido creo que el sector ocupado privado sigue siendo estratégico pensando en las posibilidades del gobierno para estabilizar la situación política y encontrar un aliado en la CGT para contenerla. Los sectores que representan las organizaciones de la economía popular tienen un papel más importante en momentos de desborde y de movilización. Cuando no se da ese marco sus movilizaciones pueden generar un efecto en el sistema político pero no una ruptura. Como por ejemplo en diciembre de 2017 cuando en el marco del desborde esos sectores pueden tener un papel más protagónico.

Por otra parte hay diferencias con 2001 que son importantes para entender esta amenaza de estallido que nunca ocurre. Una tiene que ver con la mayor institucionalización de la conflictividad. En 2001 primó una acción colectiva extra institucional o directamente anti institucional donde tuvieron mucha relevancia los saqueos, el movimiento piquetero, la irrupción callejera. La situación actual es bastante distinta porque uno de los legados del kirchnerismo es la institucionalización, desde las paritarias para el movimiento obrero ocupado hasta las negociaciones con las organizaciones sociales, lo que representa un progreso por los niveles de organización y la capacidad de interpelación al estado y al mismo tiempo representa un dique de contención para los procesos de ruptura. Algo de esto se ve en las tensiones que atraviesan a las organizaciones ante presiones de sus propias bases, como por ejemplo la situación que se vivió en el Puente Pueyrredón el día de la movilización en el último paro o el día de los enfrentamientos en Congreso en diciembre del año pasado. Por otra parte el desempleo sigue siendo elevado, porque en este ciclo nunca perforó ciertos pisos que fueron los techos en los ’80. Entonces el resultado es: una clase obrera que tiene signos de recomposición pero que muestra ciertas diferencias de lo que era la clase obrera de los ’80, porque está más fracturada y más débil, y un conflicto que está más institucionalizado. Esto sirve para entender ciertas dinámicas.

Esto hace que la fase de estancamiento con tendencia a la crisis que empieza en 2012 sea muy distinta a la de 2001 y a las crisis de los ’80. A su vez, la crisis del ’89 y la de 2001 ofrecen dos modelos polares de resolución. La primera de derrota y la otra permite darle continuidad al proceso de recomposición a partir de 2003.

Yendo a la crisis actual, lo primero es inscribirla en una etapa más larga que podemos ubicar desde 2012, para no perder de vista algunas cuestiones. Al hablar de las causas de esta crisis, creo que el gobierno cometió muchos errores, pero también creo que las crisis siempre son difíciles de manejar. Obviamente coincido con los errores del gobierno, con que hay cuestiones de anteojeras ideológicas, sobre todo al comienzo del gobierno cuando se cree que bajando retenciones y arreglando con los buitres iba a haber un boom exportador y una lluvia de inversiones. Algo que solo era compatible con un diagnóstico en el cual el problema central era de expectativas, lo cual es un gran error. Pero los gobiernos en general suelen ser torpes porque la gestión de la crisis es muy difícil o directamente imposible. En este sentido, inscribir esta crisis en un proceso que empieza en 2012 permite plantear el agotamiento del modelo de acumulación anterior. Esto es importante para discutir con algunas ideas que creen que es posible recrear en un futuro próximo el mismo proceso de acumulación. Yo creo que no es posible, salvo obviamente que se reprodujeran las condiciones de ese momento y no creo que vuelvan a aparecer.

Sobre las fases de la crisis hay una primera fase 2012/2014 en la que se implementa el control de cambios y empieza a tener más relevancia la inversión y el consumo público. El debilitamiento de la inversión privada está de fondo en todo el período y se empieza a manifestar que hay un bloqueo político al ajuste porque para el kirchnerismo el ajuste no era funcional a su lógica política.

En 2014 con la devaluación se inicia una nueva fase que se extiende hasta abril de 2018, caracterizada por la inestabilidad cambiaria y una dinámica inflacionaria que se repite en la historia argentina en la que los techos que se dan hasta 2013, con un techo aproximado del 25%, se transforman en pisos en los años siguientes. Incluso las tasas de interés altas empiezan en ese momento, aunque lógicamente con rangos y roles distintos a los actuales. Se puede observar que saltan del 16 al 30 y que nunca bajan del 24%. Y eso tiene que ver con algo que es común a todo el período y que es la fuga de capitales, porque si bien el control de cambios había limitado la fuga y la remisión de utilidades, va a ser un dato de todo el período. En este periodo empieza a tener importancia la brecha cambiaria, en donde lo que hay que mirar no es tanto el dólar blue sino el dólar bolsa, que funcionó como un mecanismo de fuga de capitales. La tasa implícita que había entre la compra de bonos en Argentina (que empiezan a cotizar en Wall Street y se vendían allá) era un dato porque de hecho el dólar blue seguía al dólar bolsa. Entonces la tasa de interés empieza a funcionar como un mecanismo que conduce el período.

La dinámica de 2014 tiene muchos parecidos con la de 2016, en ese sentido forma parte de un mismo período. Esto no significa que no cambia nada a partir de la asunción del gobierno de Macri, incluso la tasa de interés da una pista de qué es lo que cambia porque pasa a cumplir además una pretendida función de torniquete monetario que busca generar un efecto disciplinario en los precios e inducir un tipo de restricción monetaria en el marco de una apertura de la economía, que genere a su vez algún tipo de recomposición de la competitividad industrial. Pero siempre pensando en un corto plazo, este gobierno fue todo el tiempo cortoplacista. Esto fracasa porque de hecho el gobierno se transforma en rehén de la tasa de inteŕés alta. Ya no es un mecanismo dominado por el gobierno y utilizado como forma de buscar un disciplinamiento social sino que hay una necesidad de mantenerla para que no se dispare una corrida. Eso marca las limitaciones que tuvo el gobierno para avanzar en su programa de fondo. Y ahí es donde aparece el problema del gradualismo. Porque cuando uno analiza el retroceso del salario éste no fue tan alto. El salario real en 2016 cayó entre un 6 y un 7% en promedio mientras que en 2014 había caído 4,8%. Lo mismo pasa con los índices de pobreza e indigencia, que crecen pero se mantienen en la franja que se da a partir de 2010. Y algo parecido se da con el ajuste en el Estado, donde más allá de los despidos que representaron alrededor del 1 % de la planta en 2016 y en 2017, hay crecimiento del empleo público en niveles subnacionales. Entonces creo que hubo dos cuestiones. Por un lado, la reducción de los ingresos (por la baja en retenciones, etc.) y por otro, hubo una lógica gradualista que para ser consistente con esa otra parte de la política tendría que haber sido mucho más fuerte y ahí la crítica desde la derecha que planteaba que el gradualismo también tenía que ser en la política monetaria tenía lógica. Esas inconsistencias son manifestaciones de la imposibilidad política. Ese problema del bloqueo al ajuste y la reestructuración está en todo ese período y trasciende al gobierno de Cambiemos. Por eso la dinámica del estancamiento que no termina de resolverse en crisis abierta pero tampoco en el sentido de un crecimiento continuado refleja esa dinámica política de fondo.

En abril de 2018 esa dinámica se rompe y entramos en crisis. En ese cambio se acabó el espacio para el gradualismo. Entramos en un momento de definición de esa relación de fuerzas. La incertidumbre es real y está ligada a que se abre un período de lucha en el que se rompe cualquier lógica objetiva que permita predecir eventos futuros.

Creo que están abiertas muchas posibilidades. Simplemente planteo algunas preguntas e hipótesis. Primero, retomando la pregunta inicial, ganar no significa que no caigan los salarios y que no haya una recomposición de la tasa de ganancia, salvo que tengamos un escenario de ruptura con el capitalismo. Sería un triunfo romper el mecanismo de contención e institucionalización del conflicto, y que el transcurso de la crisis muestre a los sectores que están resistiendo en la calle. Si eso ocurre cualquier recomposición política va a tener que tener en cuenta a esos grupos movilizados. Por lo tanto, para mí una derrota significa que se de un proceso de desmovilización. Que se imponga una transición que procese la resistencia institucionalmente, incluso si en términos económicos no hay tal transición gradual, es perder porque interrumpe el proceso de recomposición del que vengo hablando, supone un retroceso y no sabemos hasta donde.

¿Qué sería una victoria para la clase dominante? lo que vino a hacer este gobierno, es decir subordinar las demandas de la clase trabajadora y los sectores populares a ciertas restricciones impuestas por la dinámica de la acumulación. Esto es lo que no ocurrió durante el kirchnerismo. Lo que pasa desde 2005 en adelante es que el gobierno kirchnerista no hizo lo que en ese momento expresaba Lavagna (bajar el gasto público, enfriar la economía) y eso significó que esta cuestión quedará abierta.

Esto está abierto, puede pasar cualquiera de las dos cosas y todo depende de la capacidad de respuesta. Es cierto que hay una tradición de lucha en la clase obrera, pero es cierto que eso es posible perder. Si se logra disciplinar a los trabajadores, por ejemplo imponiendo formas de negociación como en Chile, donde los salarios aumentan según la productividad, aumenta la desigualdad al mismo tiempo que aumenta el salario real. Eso se hizo sobre la base de una clase obrera muy debilitada. Otro modelo puede ser el de Brasil donde se impuso una reforma laboral fenomenal. Esto es lo que se juega la clase dominante. Está en juego en esa disputa la posibilidad de mantenerse en competencia con las clases dominantes de la región, de no terminar en un proceso de internacionalización mayor. Una derrota de la clase capitalista local implica que se debilite frente al capital brasilero, al internacional.

La otra pregunta que plantearía es cuanto más se necesita de devaluación, ajuste, de baja del salario, etc. para que haya cierta recuperación. Porque yo acuerdo en que esto no se terminó acá, que el gobierno vaya a poder estabilizar las variables económicas. Pero no lo sabemos. Uno a veces apuesta todo a que se va a terminar pudriendo todo, pero como la crisis genera al mismo tiempo condiciones para una recuperación la cuestión es cuán lejos estamos de eso. No lo saben ellos y nosotros tampoco porque no se puede medir.

La otra pregunta es si hay algo más profundo que una devaluación y una caída de salarios. Si no hay un proceso de reestructuración que se está requiriendo más de fondo. Es una pregunta que me vengo haciendo. Efectivamente en los últimos ocho años hubo una ola de fusiones a nivel mundial, una transformación del capitalismo a nivel mundial de la cual no tenemos mucha información, no está muy analizada todavía y no comprendemos bien cuál es su magnitud. Y acá la última reestructuración fuerte del capital fue en los  ́90. Desde el 2003 en adelante la acumulación fue capital extensiva, es verdad que desde ahí en adelante pasaron cosas, pero me parece que hay una tarea para poder clarificar qué tipo de proceso está en curso ¿hay o no hay reestructuración? ¿hay sectores del capital que lo están requiriendo? Y esto condiciona una respuesta a la anterior pregunta, si hay una reestructuración profunda que se está demandando eso puede requerir una derrota mayor de la clase obrera.

Lo último ¿qué cuestiones hay a favor y en contra para un tipo de desenlace u otro de la crisis? A favor tenemos una capacidad de respuesta que todavía se ve. En el último paro, en la movilización del día anterior y también en los límites que encuentra el gobierno para garantizar el objetivo del déficit cero, como en el caso de las tarifas. Eso que parece anecdótico es clave, porque de eso y de la aprobación del presupuesto depende de hecho lo que lea el mercado y lo que hagan los capitales que pueden definir de un momento a otro irse a otro lugar. En contra creo que está la capacidad de control de la CGT, que es una capacidad de control de la movilización muy importante. Eso genera condiciones para una salida institucional de la crisis. En segundo lugar, algo que está latente es la cuestión del orden. Los mejores momentos del gobiernos en términos de lograr apoyo social fue cuando logró enlazar su proyecto de restauración de la autoridad del capital en el lugar de trabajo con el problema del orden en general. Con la restauración de la autoridad (el policía de la esquina, la maestra en la escuela) y el respeto a la ley, que no se viole la ley. Esto no hay que perderlo de vista porque además es parte del apoyo duro al gobierno y si miramos lo que pasó en Brasil más aún. Si comparamos la salida de la crisis de la hiperinflación como modelo de derrota, la salida fue una salida de orden. La hiperinflación generó una situación de caos y al Estado de Sitio se le respondió con repliegue, aceptando que era necesario respetar el orden. Una dinámica de crisis caracterizada por la devaluación y la inflación genera incertidumbre y angustia. Cuando a vos te bajan el salario es más claro quien te lo baja y eso da más condiciones para un mayor ordenamiento de la acción colectiva, pero en estos casos hay una sensación de descontrol que es distinta. En ese marco aparece la demanda de controlar la situación. Esto es un elemento a tener en cuenta porque a medida que la crisis se desarrolla es un elemento que se puede agudizar y una demanda de orden puede generar consenso en torno a este gobierno o a una solución del peronismo de derecha o lo que fuera que incluso puede ser peor que este gobierno porque tendría más apoyo. No digo que este sea el escenario, pero está abierto incluso a salidas de este tipo.