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DossierNº 79

El avance del neofascismo y los desafíos de la izquierda en América Latina

Este dossier ofrece una visión general de la política, la economía y el debate cultural de la extrema derecha en América Latina.

 
Pablo Kalaka (Chile), Sin título, para Lendemains solidaires no 2, 2022.

Túlio Carapiá e Clara Cerqueira (Brasil), Guerra híbrida, 2020.

Introducción

La nueva ola progresista latinoamericana ha creado una gran expectativa en la izquierda, no solo del continente, sino del mundo. Sabemos de la importancia de las victorias institucionales contra la extrema derecha en las elecciones presidenciales, pero incluso cuando esto ocurre, todavía queda un largo y arduo camino por recorrer para enterrar al neofascismo que, más allá de los gobiernos, se ha posicionado cotidianamente de forma organizada en diversos frentes, absorbiendo a una parte importante de la clase trabajadora en un proyecto de muerte.

Este dossier ofrece un panorama general sobre la política, la economía y el debate cultural de la extrema derecha en América Latina, a partir de reflexiones, investigaciones, acciones políticas y experiencias de las oficinas de América Latina del Instituto Tricontinental de Investigación Social.

El documento analiza el avance del neoliberalismo en todo el continente, sus consecuencias para la realidad material de la clase trabajadora y los mecanismos ideológicos y culturales de este modelo económico para convencer a una parte significativa de los sectores populares de defender un proyecto en el que ellos y ellas son las principales víctimas. Estos discursos no fueron impulsados por la derecha “tradicional” o “moderada”, dado su distanciamiento del campo popular. La conexión entre la derecha y las clases populares se ha alcanzado en la fase más reciente del neoliberalismo, que trae consigo un enfoque más radical y populista conocido como neofascismo.

Vivimos, por tanto, un momento histórico de parálisis de las fuerzas sociales y sus proyectos de mundo, pues ni el neoliberalismo ni el progresismo actual —sin inclinación revolucionaria— son capaces de presentar un horizonte de futuro para las y los trabajadores que no sea el retorno a las políticas de las últimas tres décadas. Para el teórico y ex vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera, vivimos un momento de “estupor colectivo, de cierta parálisis, en el que el tiempo pareciera estar suspendido” (2022: 60).

Más que mirar esas realidades a distancia, este dossier pretende relatar experiencias concretas de confrontación vividas en los países latinoamericanos para elaborar una perspectiva regional y pensar en un proyecto común para superar las cuestiones estructurales que afectan al continente. Como tal, este documento es una invitación a crear nuevos espacios de debate, formación y lucha de forma continua e integrada.


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Neoliberalismo: de la política institucional a la ideología

La victoria electoral de candidatos progresistas en América Latina en el último período ha sido caracterizada como la “segunda ola rosa” y ha generado expectativas en la izquierda (Tricontinental, 2023). Sin embargo, a diferencia de la “primera ola” progresista, cuando se apostó por la integración latinoamericana y la construcción de una soberanía geopolítica que desafiaba frontalmente al imperialismo estadounidense, la segunda ola parece más frágil. Los actuales gobiernos progresistas surgen en una coyuntura internacional e interna desfavorable, con una extrema derecha que se ha fortalecido mucho más allá del campo institucional. Por ejemplo, la experiencia neofascista de los cuatro años de Jair Bolsonaro (2019-2022) en la presidencia de Brasil hizo que el campo progresista ganara las elecciones del brazo de enemigos clásicos de la izquierda, ya que era necesario reaccionar ante la posibilidad de victoria de los candidatos de extrema derecha. La segunda ola está pasando, por tanto, por una crisis de su proyecto político, incapaz de repetir las recetas del pasado. Entre estos factores, se destacan los siguientes:

  1. La crisis financiera y ambiental mundial divide a los países de la región sobre el camino a seguir.
  2. La recuperación del control de Estados Unidos sobre los recursos naturales y laborales de la región, que había perdido como consecuencia de la primera ola progresista. EEUU. veía esa pérdida como resultado de la entrada de China en los mercados latinoamericanos.
  3. La creciente uberización de los mercados laborales ha creado unas condiciones de vida mucho más precarias para las y los trabajadores y ha afectado negativamente a la capacidad de la clase trabajadora para organizarse en masa. Esto ha provocado un importante retroceso de los derechos laborales y ha debilitado el poder de la clase trabajadora.
  4. La reconfiguración del régimen de reproducción social con base en la desinversión pública en políticas de bienestar social, manteniendo la responsabilidad de los cuidados en la esfera privada, sobrecargando principalmente a las mujeres.
  5. El crecimiento del poder militar de EE. UU. en la región frente al declive de su poder económico como principal instrumento de dominación.
  6. El hecho de que China haya surgido como principal socio comercial de América Latina, sin buscar desafiar frontalmente la agenda estadounidense para garantizar su hegemonía sobre el continente. Los gobiernos regionales no tuvieron la capacidad de impulsar una agenda de soberanía al no aprovechar la influencia económica de China y las oportunidades que presenta.1
  7. La fragmentación de los gobiernos progresistas y el ascenso del neofascismo en las Américas, que impiden el crecimiento de una agenda progresista regional, incluidas políticas para la integración continental semejantes a las propuestas durante la primera ola progresista.

Es en este escenario, en la periferia del capitalismo, donde emerge un tipo particular de neofascismo como fenómeno político y social. Como en el siglo XX, la actual decadencia del orden liberal como dominación capitalista precedió a la emergencia de variantes del fascismo en el mundo y ha dado espacio para retrocesos políticos, económicos y culturales impensables.

Los más de 40 años de neoliberalismo han dado como resultado el bajo crecimiento económico, el aumento del desempleo, la inseguridad en el mercado laboral, el desmantelamiento de infraestructuras públicas y comunitarias y el aumento de las desigualdades de renta con la acumulación de enormes fortunas por parte de unos pocos poderosos.2 El modelo de desarrollo neoliberal es antagónico a la vida humana, creando un escenario de descontento y sufrimiento permanentes. No es de extrañar que el número de enfermedades psicosomáticas y el uso de antidepresivos haya aumentado exponencialmente, síntoma claro de una sociedad que incentiva la competencia entre los individuos a toda costa, en detrimento del ocio, la cultura, la educación liberadora y la solidaridad. Bajo el neoliberalismo, las ideas del mundo empresarial son impuestas en todas las esferas de la vida, moldeando la subjetividad de las personas. La vida pasa a tener como referencia los parámetros del mundo privado, que exacerban el individualismo, el consumo y el mercado como las principales características de las relaciones humanas.

Alejo R. Romero (Cuba), NEO_liberalismo, 2020.

La ideología neoliberal en América Latina y el Caribe se aprovechó de un Estado que resultó ser permanentemente insuficiente e ineficaz para la mayoría de la población, como lo demuestra el mantenimiento de estructuras históricas de desigualdad. Los países latinoamericanos pasaron por profundas crisis fiscales y de descontrol inflacionario a partir de la década de 1980 y, como resultado, las ideas del “Estado ineficiente” y “Estado derrochador” (o “Estado elefante”, como se dice en Argentina) comenzaron a ganar los corazones y mentes de las sociedades latinoamericanas.

A partir de la década de 1990, se pusieron en práctica una serie de proyectos neoliberales. Las principales medidas fueron privatizaciones, desregulación de los mercados exterior, financiero y laboral, así como políticas económicas que priorizaban las cuentas públicas en detrimento de la inversión social. Sin embargo, fue a partir de la crisis financiera de 2007-2008 que el discurso neoliberal se radicalizó y consiguió llegar a una parte significativa de las masas.

Durante la prolongada crisis económica que inició en 2007,3 asistimos en la región a una serie de golpes de Estado4 y/o procesos intencionales para debilitar a los gobiernos de izquierda y progresistas que tenían algún compromiso con políticas sociales. Estos golpes fueron realizados por las clases dominantes nacionales y el capital internacional —con participación del gobierno estadounidense—, y contaron con el apoyo de los grandes medios de comunicación nacionales. Después de la crisis económica, fue como si la manta se hubiera acortado y, para los fines del capital financiero, ya no hubiera espacio para que los gobiernos progresistas se mantuvieran en el poder con sus políticas sociales. Aunque algunos países han conseguido mantener una cohesión social y utilizar el Estado para apoyar a quienes más lo necesitan, la orden fue otra ronda profundización del neoliberalismo, con reformas laborales, de pensiones y la adopción de políticas económicas ultraliberales, todo lo cual condujo a una profundización de la superexplotación del trabajo.

Los procesos de desgaste, derrocamiento de gobiernos progresistas y ascenso de la extrema derecha en América Latina no se dieron de manera lineal ni simultánea, pues cada proceso tiene sus especificidades. No obstante, forman parte de un mismo ciclo de crisis del capitalismo neoliberal y de reacción del capital financiero para mantener los mecanismos de acumulación. La representación política y los diferentes espectros políticos en la sociedad son factores fundamentales en este escenario.

Como ejemplos de este movimiento podemos destacar los golpes contra Manuel Zelaya en Honduras en 2009; Fernando Lugo en Paraguay en 2012; Dilma Rousseff en Brasil en 2016; Evo Morales en Bolivia en 2019; el encarcelamiento de Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil en 2018; y la persecución política e intento de asesinato contra Cristina Kirchner en Argentina en 2022.

Ese proceso general de rearticulación de la derecha en la región tuvo muchos factores en común, como el uso de una combinación de medios legales e ilegales y la prioridad que se le dio a la batalla de ideas —o “batalla cultural”— en la estrategia política. No obstante, el proceso asumió características distintas en cada país, e incluso en cada etapa o momento político específico dentro de un mismo país.

En Brasil, por ejemplo, la derecha “moderada” radicalizó sus discursos y tácticas, especialmente la derecha que comenzó a consolidarse tras el golpe contra la entonces presidenta Dilma Rousseff, del Partido de los Trabajadores. Tras perder las elecciones presidenciales frente a Dilma Rousseff en 2014, el candidato de la “derecha tradicional”, Aécio Neves, rechazó el resultado electoral y pidió un recuento de votos. Tal actitud generó inestabilidad política y fue la puerta de entrada al impeachment de la expresidenta dos años después. El golpe de 2016, por tanto, fue urdido por la derecha tradicional tras ser derrotada cuatro veces consecutivas en las elecciones presidenciales, abriendo el camino para que el neofascismo llegara al poder en 2018 con la figura de Jair Bolsonaro. Las consecuencias fueron devastadoras y el campo progresista tuvo que adoptar una agenda defensiva y gerenciar políticas neoliberales, en lugar de construir un proyecto de izquierda amplio para el país.

Mientras tanto, el monstruo neofascista sigue merodeando Brasil. Está presente en todos los espacios, desde el debate ambiental, con medidas y posiciones que niegan el cambio climático; el área educativa, con el discurso de la “Escuela sin partido”; dentro de las iglesias y junto al pueblo, en la construcción de un modelo de vida y valores morales que enaltecen el individualismo, la propiedad, el mercado y la “familia tradicional”. Las principales víctimas de estas políticas siguen siendo los sectores más pobres, en especial los negros, las mujeres y las disidencias sexuales y de género (Instituto Tricontinental, noviembre 2023). Todas estas ideas, que ya están presentes en la sociedad brasileña, se han difundido de forma inimaginable a través de una campaña de (des)información transmitida (y fomentada) por las Big techs.

En Argentina, a su vez, el triunfo electoral de Mauricio Macri en 2015 profundizó el uso de la justicia como herramienta política para la persecución de sus oponentes, en especial contra Cristina Kirchner. La derecha “moderada” hizo el trabajo sucio de extremar el escenario político con mentiras y de utilizar aparatos estatales bajo su influencia para actuar contra gobiernos progresistas. No obstante, con el tiempo, debido a que sus políticas no tenían conexión con las demandas sociales, esta derecha “moderada” no fue legitimada en las urnas y salió de escena, dando paso a figuras de la extrema derecha que se posicionaron como antisistema y adalides de la transformación social, lo que llevó a que Javier Milei asumiera la presidencia del país a finales de 2023.

Milei pretende refundar Argentina con el objetivo declarado de “acabar con el populismo”. Para ello, todas las iniciativas del gobierno procuran la pérdida de derechos laborales y sociales para la mayoría de la población, la “desregulación de los mercados” para favorecer a las grandes empresas —especialmente las grandes corporaciones extranjeras— y la reducción del papel del Estado en el conjunto de la economía, por medio de la privatización de empresas públicas y del desmantelamiento de casi todas las políticas de desarrollo social y cultural. Al mismo tiempo, como en otros países, desde el aparato del Estado se está promoviendo el discurso de odio, de la mano de voceros que tienen un largo historial de difusión de fake news, con el objetivo de atacar organizaciones que defienden los derechos de los pueblos y deslegitimar las ideas de cambio social, como los conceptos de redistribución económica o justicia social.

La apuesta por un “salvador” en detrimento del “político estándar” ha convencido a una parte significativa de la población. En este sentido, el neofascismo trae consigo la característica clásica del fascismo: la adhesión de las masas a un proyecto contra las masas.

Esa adhesión masiva a un proyecto antipopular forma parte de una estrategia económica, fruto de la crisis iniciada en 2007-2008. Los gobiernos latinoamericanos, en general, no han podido ampliar sus inversiones sociales como lo hicieron en años anteriores. A pesar de que uno de los principales motivos de la crisis fue la falta de regulaciones y un cierto descontrol estatal, la narrativa ganadora fue que el Estado y las políticas intervencionistas de los gobiernos progresistas eran las principales causas de los males sociales, y no que los esfuerzos de las políticas estatales se limitaban, en realidad, a apoyar aún más a las clases trabajadoras.

En Brasil, ese tipo de ideología se ha expandido ampliamente en la sociedad, afectando también a las capas más pobres de la población, apoyando una nueva ronda de reformas neoliberales. En 2017, la Fundação Perseu Abramo presentó una encuesta sobre los valores morales de los residentes de las periferias en la ciudad de São Paulo. Identificó que, aunque no estaban en contra de las políticas sociales, la ideología neoliberal era predominante en ese segmento. Para la mayoría de las personas entrevistadas el principal enfrentamiento en la sociedad era entre los individuos y el Estado, y no entre ricos y pobres, por ejemplo (2017).

En este país, el gobierno de Michel Temer, que asumió el poder tras el golpe de 2016 contra Dilma Rousseff, aprobó una Reforma Laboral que redujo los derechos de los trabajadores con el discurso de que la disminución de los costos laborales dinamizaría el mercado laboral. Durante el gobierno de Bolsonaro, en 2019, se aprobó la Reforma de la Seguridad Social, que aumentó la edad mínima para jubilarse y redujo el monto del beneficio a recibir. La retirada de derechos no generó la conmoción social suficiente para construir una movilización amplia contra estas reformas. Esta autocomplacencia tiene su origen en una variedad de estrategias exitosas que el proyecto neoliberal ha desarrollado para convencer a la opinión pública de su eficacia. Por ejemplo, la mencionada encuesta de la Fundação Perseu Abramo constató que muchos habitantes de las periferias querían ser emprendedores por los “beneficios” de dejar de tener jefe, tener más flexibilidad, aumentar sus ingresos y dejar herencia a la familia. Esa visión abre espacio para que gobiernos neoliberales amplíen sus políticas de reestructuración del mundo del trabajo, principalmente en lo que se refiere a la retirada de derechos sociales, sin mucha oposición por parte de la clase trabajadora.

Esas experiencias concretas tienen diversas características y denominaciones: populismo de derecha, nueva derecha, extrema derecha, ultraderecha. Así, el neofascismo en América Latina puede ser definido como un nuevo movimiento político, económico y cultural basado en cuatro elementos principales:

  1. La exitosa implantación de una ideología neoliberal, que incluye una clase media frustrada y resentida que basa su visión de mundo en las ideas de las elites y no ha creado su propio proyecto de clase.
  2. Un anti-intelectualismo de las elites, que promueven el culto a la acción y el rechazo de la razón, desafían los pilares de la ilustración (negacionismo científico) y movilizan el sentido común como explicación de las cuestiones más diversas y complejas de la sociedad.
  3. La producción de una identidad nacional a través de la síntesis única del “buen ciudadano”, con explicaciones simples para cualquier situación, destinadas a omitir, ignorar o negar las contradicciones —y evitar la disgregación— en torno a un pensamiento único con un discurso punitivo, militarista, negacionista, racista y misógino.
  4. La movilización de la ideología anticomunista, que, apoyada en el fundamentalismo religioso, fusiona conservadurismo social y moralismo político.

LaBogotana (Colombia), Narco > justicia, 2024.

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El progresismo latinoamericano y la incitación de un monstruo

Estos nuevos elementos del neofascismo en América Latina, vinculados a las transformaciones en la organización del trabajo debidas a la reestructuración productiva implementada por el neoliberalismo, marcan cambios estructurales en las formas organizativas y de acción de la clase trabajadora, como su fragmentación y aislamiento, en la medida en que las y los trabajadores ya no socializan como clase en el lugar de trabajo y en el sindicato. El contexto también desestructura los espacios de formación y debate, ya que la identidad de clase forja una visión de mundo colectiva capaz de contrarrestar las ideas neoliberales.5 Silicon Valley, como veremos más adelante, ocupa un papel estratégico en ese proceso, al proveer el contenido ideológico y el aparato estructural necesario para la difusión masiva de mensajes, la construcción de burbujas de aislamiento y el aumento de la vigilancia y la clasificación de los “votantes” y sus comportamientos.

Como consecuencia de estos cambios, se vuelven menos comunes los ejemplos concretos de organización y actividad colectiva; la perspectiva de cambio, cuando surge, parece opaca y vaga para la mayoría de las personas. En este contexto, las fuerzas progresistas —que aún dependen en gran medida de formas históricas de lucha que no responden plenamente a las condiciones materiales actuales y que siguen teniendo que lidiar con el fragmentado sentido de identidad de la clase— han tenido dificultades para crear nuevas formas de organización colectiva. Reivindicaciones como la reducción de la jornada laboral ya no resuenan entre las y los trabajadores en un sistema en el que, para muchos, cuantas más horas trabajan, más ganan. En otras palabras, muchos movimientos por los derechos de las y los trabajadores aún no han analizado el nuevo mundo laboral, mientras continúan insistiendo en tácticas anticuadas. Persistir en el trabajo de base es fundamental, pero debe tener en cuenta información concreta sobre quién es la o el trabajador actual, así como sus demandas subjetivas y objetivas, y hacer uso de las nuevas tecnologías de comunicación.

Al mismo tiempo, los gobiernos latinoamericanos de la segunda ola progresista no han sido capaces de enfrentar adecuadamente al monstruo neofascista. La correlación de fuerzas en el mundo no permitió a estos Estados avanzar en políticas estructurales que promuevan los intereses de los países de la periferia capitalista, debilidad que ha impedido proyectos y programas de gran envergadura que busquen trascender el sistema capitalista (Tricontinental, noviembre 2023). Se suma el hecho de que el ritmo de la lucha de clases en las sociedades de la periferia no favorece a la clase trabajadora y al campesinado, razón por la cual las fuerzas progresistas han sido incapaces de impulsar una agenda adecuada cuando llegan al poder.

La transición de un gobierno neoliberal o neofascista a un gobierno progresista capaz de promover transformaciones estructurales no es posible sin una amplia base de apoyo de la clase trabajadora. Por el momento, la coyuntura no favorece una amplia transformación estructural. Por esa razón, los proyectos electorales progresistas han tenido dificultades para conseguir un apoyo popular fuerte para sus limitados programas. La dificultad de construir un proyecto político de izquierda que pueda superar los problemas cotidianos del pueblo desvinculó a muchos de estos proyectos electorales progresistas de las necesidades de las masas. Esta desorientación ha llevado a sectores de la clase trabajadora y del campesinado a buscar refugio bajo la bandera del neofascismo.

La tendencia de sectores de la clase trabajadora hacia el neofascismo también está relacionada con el papel de las drogas y las mafias de las drogas en sus comunidades. El dominio de estas mafias ha empezado a determinar la realidad de su vida cotidiana, llena de miedo y violencia. América del Sur es una parte central de la cadena de producción, distribución y consumo de drogas, además de ser un laboratorio de políticas que criminalizan a lxs pobres y la pobreza. Los principales países productores de drogas de América del Sur (Bolivia, Colombia, Ecuador y Perú) están integrados en un sistema con los países distribuidores (Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay) en un ciclo acelerado de políticas fracasadas centradas en el encarcelamiento, la vigilancia policial y la fragmentación de los barrios urbanos (Shahadeh y André, 2024). Este abordaje de darwinismo social violento vincula a América Latina con la globalización del capitalismo contemporáneo a través de la economía criminal, ya que el narcotráfico está ligado al mercado de armas, a los fabricantes de armas y al sistema financiero.

Salvo contadas excepciones, en general los gobiernos de América Latina, incluidos varios progresistas, han adherido a las directrices y políticas de la guerra a las drogas de Estados Unidos para responder a la creciente violencia en diversos centros urbanos marcados por el aumento de las desigualdades, utilizando la fuerza para ejercer control sobre los barrios de la clase trabajadora. Sin una política que contrarreste la guerra contra las drogas, el progresismo latinoamericano tiene como principal debilidad el tema de la seguridad ciudadana, que el neofascismo ha aprovechado para politizar y ampliar su base social, como en el caso de los gobiernos de Nayib Bukele en El Salvador y Daniel Noboa en Ecuador. Se produce así un encuentro necesario entre el neoliberalismo y un componente indispensable del neofascismo: el militarismo.

En el caso de Brasil, la amplia permeabilidad del Estado y del empresariado nacional ha hecho que esa mafia y las milicias se consoliden y se expandan por todo el aparato estatal, con expresión política en partidos y líderes neofascistas, entre los que destaca la familia Bolsonaro, que llegó a la presidencia de la República en 2018 y hoy lidera el movimiento neofascista conocido como “bolsonarismo”. Fue también en la década de 1970 que las dos mayores empresas criminales de Brasil, Primeiro Comando da Capital y Comando Vermelho [Comando Rojo], fueron creadas dentro del sistema carcelario de la dictadura empresarial-militar. Actualmente, según el Fórum Brasileiro de Segurança Pública, más de 70 corporaciones de la economía criminal operan en el país, algunas de las cuales actúan internacionalmente y operan en red con mafias de todo el mundo. En la última década, hubo una nacionalización de las organizaciones que actúan como milicias, la mayoría de cuyos miembros están directa e indirectamente vinculados a las instituciones estatales de seguridad pública y las Fuerzas Armadas, además de empresas privadas pequeñas y medianas que incluso llegan a ganar licitaciones públicas para prestar servicios básicos (Zylbercan, 2024). La guerra contra las drogas ha hecho proliferar gobiernos armados en los amplios territorios urbanos donde la clase trabajadora sobrevive y socializa. A través de estas empresas criminales, este gobierno armado controla y explota las actividades económicas, regula la resolución de conflictos y, especialmente en el caso de las milicias, ha producido un creciente control neofascista del voto electoral en estos territorios. En Río de Janeiro, prácticamente el 80% del territorio del estado está sometido a gobiernos armados (Fogo Cruzado, 2022).

Los partidos progresistas se han convertido en rehenes de los mensajes electorales de la derecha, que tiene una posición autoritaria, punitivista y de encarcelamiento en masa en materia de seguridad ciudadana porque es cada vez más popular en el electorado. Desde el punto de vista ideológico, la pobreza —y principalmente los pobres— están asociados cada vez más a la imagen de un enemigo a combatir: el joven narcotraficante de los barrios más pobres. Todos los días, las noticias bombardean el país con retratos del “buenito” y del “delincuente”, legitimando este concepto de “enemigo”. Cualquier persona que se parezca a este perfil construido —joven, negro y pobre— puede ser eliminada sin grandes repercusiones, pero no existen políticas sociales eficaces para las personas que encajan en este perfil. En la práctica, esto significa que la policía tiene licencia para exterminarlos.

Gabrielle Sodré (Brasil), Fake news y la batalla de ideas, 2020.

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¿Internacional neofascista?

Uno de los factores que pueden contribuir con el auge del neofascismo es la tradición anticomunista, incluida la reactivación de antiguas redes internacionales en torno a la unificación de un discurso ideológico de movilización social y justificación política. Otro punto en debate es si existe una organización y acción coordinadas del neofascismo a nivel internacional. A diferencia de Europa, donde estos grupos se reúnen en torno a los viejos partidos fascistas, en América Latina el neofascismo se organiza a través de think tanks, estimulados por organizaciones parecidas a las de Estados Unidos y España.

En Brasil, el neofascismo ha buscado articularse internacionalmente bajo el liderazgo de Eduardo Bolsonaro, diputado federal y uno de los hijos de Jair Bolsonaro. En los últimos años, Eduardo ha promovido una versión brasileña de la Conferencia de Acción Política Conservadora de EE. UU. (CPAC – Conservative Political Action Conference, en inglés). Desde la derrota electoral en 2022, Eduardo ha mantenido cinco reuniones con 43 líderes neofascistas latinoamericanos y 82 estadounidenses (Maciel y otros, 2023). Otro factor es su alianza con Silicon Valley, que ocupa una posición estratégica en la tecnología para la producción de consenso social en torno al neofascismo, como es el caso de Elon Musk, empresario del área de la tecnología y una de las personas más ricas del mundo.

En la última década, las redes sociales se han convertido en un poderoso instrumento en la batalla por corazones y mentes. Se ha hecho posible recoger información individualizada sobre sentimientos, emociones y percepciones sobre los temas más diversos de un amplio contingente de la población, especialmente de la clase trabajadora. Brasil es el país que más consume redes sociales en el continente y el tercero en el mundo (Jiménez, 2023). En estas redes, donde el modelo de negocio favorece el discurso de odio, el contenido ideológico predominante ha expresado la ideología hegemónica de nuestro tiempo, el neoliberalismo, en una nueva confluencia con el fundamentalismo religioso, la teología de la prosperidad y el punitivismo. Las redes sociales han sido el campo de batalla clave en una guerra cultural librada por el neofascismo. Lejos de ser un producto espontáneo de la indignación de grupos resentidos con las políticas neoliberales, esta guerra cultural tiene organización, centralización y enorme financiamiento. Es a través de las redes sociales que los diversos grupos asociados al neofascismo en todo el mundo han buscado producir cohesión.

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Neofascismo, fundamentalismo religioso y anticomunismo

Aunque el lenguaje del neofascismo pueda ser más refinado y las técnicas de guerra cultural más sofisticadas que las del fascismo tradicional, el objetivo sigue siendo el mismo: fragmentar a la clase trabajadora y desmovilizar la lucha de clases. La batalla de ideas y emociones se libra en la vida cotidiana mediante la creación de valores que resuenan en la gente de forma concreta. A pesar de las numerosas victorias institucionales de las fuerzas progresistas en América Latina, el neofascismo consiguió capitalizar el futuro incierto de la clase trabajadora, asegurándole un papel destacado en el debate público.

Sin duda, la religión ha sido uno de los principales campos de batalla para conquistar los corazones y mentes de la clase trabajadora. Si en el pasado la religión fue el motor de los movimientos de liberación latinoamericanos, hoy, en su vertiente conservadora, se ha convertido en un arma indispensable de la derecha para llegar al pueblo en su vida cotidiana. El proyecto neoliberal utilizó el fundamentalismo religioso cristiano para atrincherarse en toda América Latina, ocupando espacios institucionales y haciendo sentir su presencia en la vida cotidiana de la población. Mientras las narrativas religiosas llenan el mundo con la teología de la prosperidad, en la cual la riqueza y el bienestar son frutos de la fe individual y racional (sustituyendo la justicia social por el éxito personal), la derecha latinoamericana promueve la misma visión, ofreciendo también el emprendimiento como la única salida de los problemas que existen en el mundo del trabajo. El emprendimiento individual se asocia a la visión de que solo sobreviven los fuertes, el sacrificio es el medio para alcanzar una vida digna y los derechos sociales no son derechos, sino ventajas concedidas a un grupo parasitario. En este contexto económico, sociocultural y político, grandes corporaciones como la multinacional de transportes Uber y la empresa brasileña de entrega de comida iFood encuentran terreno fértil para reclutar trabajadores y trabajadoras para sus plataformas digitales, en las que los derechos laborales brillan por su ausencia y la remuneración se basa exclusivamente en los resultados.

El neofascismo utiliza la religión de diversas formas, como para atacar los derechos sexuales y reproductivos mediante una guerra discursiva que promueve un concepto heteronormativo de familia y condena todo lo que se aleje. Cualquier cuestionamiento de esta forma limitada de existir en el mundo se encuadra como “ideología de género”, provocando pánico moral. Los neofascistas condenan y atacan diversos modelos de familia por considerarlos anormales. Estos actores promueven el discurso de odio y fomentan que la sociedad “rectifique” lo que consideran actitudes desviadas, lo que provoca una escalada de violencia contra la población de las disidencias sexuales. Por ejemplo, en mayo de 2024, un hombre prendió fuego a una habitación de hotel popular en la Ciudad de Buenos Aires en la que convivían cuatro lesbianas y les impidió escapar, en un ataque motivado por el odio. Tres de ellas murieron.

Más allá de los casos concretos de violencia, el mantenimiento de la familia heterosexual tradicional como modelo a defender perpetúa el status quo con relación a las políticas públicas: las mujeres como procreadoras y principales cuidadoras responsables por niñeces, personas enfermas y mayores. Es decir, los cuidados seguirán siendo responsabilidad del mundo privado de las mujeres (Tricontinental, marzo 2021), mientras sus cuerpos permanecen en las hogueras de la condena, culpabilizados por las violencias que sufren y alienadas del derecho de decidir sobre un embarazo no deseado, por ejemplo.

En Brasil, en marzo de 2024 la encuesta Datafolha proporcionó datos alarmantes sobre la percepción de la sociedad respecto al derecho al aborto, tema fundamental para los movimientos feministas en el continente. Apenas el 6% de la población brasileña apoya la legalización del aborto en cualquier circunstancia (ese porcentaje es muy bajo también entre las mujeres, 7%) y más de la mitad de la población (52%) considera que las mujeres que abortan, en cualquier circunstancia, deberían ir presas (Damasceno, 2024). La mayoría de las mujeres o ya abortaron o conocen alguna mujer cercana que abortó. En otras palabras, aunque conozcan las particularidades de cada vida que optó por interrumpir un embarazo, la condena penal es imperativa para una parte significativa de esas mujeres. En este contexto, la religión, con la reproducción de una representación limitada y cis-heteronormativa, juega un papel significativo al transformar la diversidad familiar en un crimen, soslayando un debate importante en el continente en defensa de un Estado laico.

Luciléia da Silva Vieira (Brasil), Violación culposa, 2020.

Otro elemento insólito en las últimas décadas es el hecho de que en algunos países la derecha haya salido masivamente a las calles para manifestarse —un espacio tan tradicional para la movilización de la izquierda—, como sucedió en Perú y en Brasil (Tricontinental, noviembre 2023), especialmente en lo que se refiere a las llamadas “cuestiones morales”.

El “pánico moral” ha sido empleado con fines electorales utilizando el término “cultura de la muerte”, al asociar la defensa del aborto con el asesinato, olvidando la profundidad y complejidad de raza, clase y género que el tema involucra. Grupos religiosos, de la mano del conservadurismo de las elites latinoamericanas, han construido estrategias comunes contra la legalización del aborto. La alianza entre religiosos y políticos conservadores tiene el mismo discurso y la misma estética en varios países, involucrando principalmente a jóvenes y mujeres, creando movimientos articulados en las redes sociales, en las iglesias y en las calles. La inserción del fundamentalismo religioso en la disputa por la aprobación de leyes ha sido muchas veces decisiva para frenar agendas importantes y ampliamente debatidas por los sectores progresistas contra el patriarcado.

En Perú, la campaña “Con mis hijos no te metas”, un movimiento para acabar con la llamada “ideología de género” en las escuelas, ha llegado a las calles y ha modificado la percepción de lo que debe o no ser dicho en la educación básica. La campaña se multiplicó en países de América Latina, Europa y en otros lugares. Aunque las acciones más conservadoras son protagonizadas por evangélicos, los católicos también avanzan con acciones legales basadas en visiones fundamentalistas. En Venezuela, son la principal fuerza contra la legalización del aborto. En Ecuador, varias vertientes religiosas han participado en protestas callejeras con un ropaje laico, pero al observarlas de cerca se puede identificar la agenda fundamentalista en sus discursos y disputas. La “defensa de la vida” contra la legalización del aborto también se lleva a cabo en círculos académicos de varios países latinoamericanos, a partir de supuestos datos científicos que miden cuándo un feto puede realmente considerarse vida (Faúndes y Peñas, 2020).

El neofascismo también utiliza la religión en su movilización constante contra un “enemigo” declarado. Este método es complementario al ataque contra los derechos sexuales y reproductivos descrito anteriormente. El concepto de enemigo es central en los discursos fundamentalistas —como la Teología del dominio— y está íntimamente ligado a la idea de “batalla espiritual” —la lucha contra un enemigo siempre presente—. En este discurso, el enemigo histórico de la derecha del continente es el comunismo, que continúa siendo utilizado arbitrariamente. El anticomunismo adopta varias formas, lo que refleja su naturaleza plural, fantástica y polifacética. Diferentes períodos y contextos han visto surgir frentes políticos y sociales de derecha unificados contra el comunismo como enemigo común. Sus reivindicaciones giran en torno a la reverencia absoluta a la propriedad privada, la cohesión familiar —basada en un modelo familiar unitario— el orden y la defensa de una cosmovisión centrada en los principios cristianos.

En Brasil, vemos la asociación del Partido de los Trabajadores (PT) con el comunismo, aunque siempre haya sido un partido progresista con características moderadas, más de conciliación que de ruptura radical con los sistemas políticos y/o económicos imperantes. Una encuesta divulgada en marzo de 2023 por Inteligencia em Pesquisa e Consultoria Estratégica (IPEC), señala que el 44% está totalmente (31%) o en parte (13%) de acuerdo con la afirmación de que Brasil puede volverse comunista con Lula en la presidencia (Focus, 2023). Hay una interconexión entre anticomunismo y antipetismo en los últimos años en el país, y mucho de lo que se ha fomentado viene de los sectores religiosos fundamentalistas cristianos. Eso resulta en un imaginario en que el PT en el poder significa un ataque a las iglesias cristianas, a la moral y a las buenas costumbres.

El debate sobre derechos sociales y cualquier manifestación de fortalecimiento del Estado también abastecen este imaginario anticomunista. Existe la opinión, muy influenciada por Estados Unidos, de que garantizar el papel del Estado en la lucha por los derechos es una agenda comunista y, consecuentemente, el Estado como proveedor de derechos es un enemigo que combatir.

La construcción del “enemigo” no es en absoluto un fenómeno nuevo. El continente latinoamericano pasó por arduos años de dictaduras en la segunda mitad del siglo XX que marcaron profundamente su historia. Son heridas abiertas que muchas veces siguen sangrando sin cicatrizar. En ese caldo de luchas, una fue la lucha por la libertad. Se quemaron libros, se censuraron canciones y el silencio fue muchas veces la única defensa posible contra las persecuciones y la muerte. Hoy, los sectores neofascistas claman por lo que llaman libertad de expresión y de opinión, enterrando un pasado sangriento de luchas de la izquierda.

El lema derechista “Dios, patria y familia” ha cobrado un nuevo significado, impensable después de todo lo que América Latina vivió. Esta apropiación del concepto de libertad constituye una dolorosa ironía dada la historia de represión del continente y permite que se cometan crímenes impunemente, ayudados por las redes sociales bajo el control de grandes empresas tecnológicas. Además, los neofascistas siguen defendiendo que la izquierda se ha convertido en enemiga de la libertad y la consideran autoritaria porque coarta la libertad individual de decir lo que se piensa. Se trata de la instrumentalización de un concepto fundamental de los pueblos que luchan por la justicia para justificar atrocidades que son defendidas descaradamente por el campo conservador y reaccionario en el continente latinoamericano.

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Antifascismo y una nueva utopía de futuro

Aunque los gobiernos latinoamericanos apuntan hacia una mayoría progresista o moderada, siendo los neofascistas una minoría ruidosa, la extrema derecha está presente con fuerza en diversas instancias, como el poder legislativo, los partidos políticos y grupos de la sociedad civil. Derrotarla no será tarea fácil y esa derrota no está circunscrita al ámbito electoral. Las acciones de los movimientos sociales organizados, con sus valores que se contraponen a la ideología neoliberal, como la solidaridad y la colectividad, y las acciones gubernamentales que priorizan el fortalecimiento de los derechos y políticas dirigidas al bienestar de nuestros pueblos, son fundamentales en esta disputa.

Parte de lo que tenemos que hacer es reconectar la política con las necesidades, dolores y anhelos de nuestros pueblos, pero sobre todo, recuperar y avanzar en las calles, en los barrios, en la movilización y en la organización social —hoy debilitada— para enfrentar la violencia y la criminalidad de estos grupos de ultraderecha, que se extienden por todo el continente. Miguel Stédile, coordinador de la oficina del Tricontinental en Brasil, alerta que “para hacer frente a los monstruos del fascismo, la izquierda necesita reencontrarse a sí misma. Frente a los problemas estructurales contemporáneos —la catástrofe climática, la catástrofe migratoria, los conflictos bélicos— la izquierda debe atreverse a proponer salidas igualmente estructurales. La moderación y la gestión de crisis […] son insuficientes para lograr cambios reales” (Stédile, 2024). Articular la teoría y las realidades concretas de las y los trabajadores en sus propios contextos mediante la creatividad y de la construcción colectiva de nuevas utopías es una tarea urgente que debe ser emprendida todos los días.


Villy (Argentina), Nadie se salva solo, 2023.

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Notas

1 Para más información sobre cómo la inversión económica y el poder geopolítico de China podrían abrir nuevas posibilidades para América Latina y el Caribe, así como para un nuevo tipo de integración regional, ver Tricontinental, 2022.

2 En 2018, la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) lanzó un estudio mostrando que el rendimiento medio del 10% más rico era 9,5 veces mayor que el rendimiento del 10% más pobre. En el inicio de la década de 1990, ese rendimiento era 7 veces mayor, lo que significa que la concentración del ingreso ha empeorado un 35% en 25 años (OECD, 2018).

3 Para saber más sobre la crisis, ver Instituto Tricontinental de Investigación Social, abril de 2022 y también octubre de 2023.

4 Desde los primeros años del siglo XXI, se ha pasado de los golpes militares clásicos del siglo XX a golpes de Estado de nuevo tipo, con características híbridas que combinan los medios de lucha desde una perspectiva multidimensional —política, judicial, militar, económica, psicológica, mediática— y que incluyen la movilización social en su estrategia.

5 Para saber más sobre esas transformaciones en el mundo del trabajo y su impacto en la organización y acción de la clase trabajadora, ver Instituto Tricontinental, 2018.

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