Ana Esther Ceceña
Dra. en Relaciones Económicas Internacionales especialista en geopolítica. Investigadora del Instituto de Investigaciones Económicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

 

El cambio climático, eufemismo que esconde el desastre ecológico al que ha conducido el modo de organizar la vida del capitalismo, no se resuelve con mantener algunos sumideros de carbono o impulsar fuentes alternativas de energía. Si no se inicia por un cuestionamiento radical de los principios sobre los que se asienta el mundo contemporáneo, en su versión capitalista, la sexta extinción anunciada por los científicos seguirá su curso inexorablemente. Cabe señalar que los teóricos de la sexta extinción[1] ya no admiten la posibilidad de detener el proceso, aun intentando aplicar algunos frenos. Otros somos escépticos en cuanto a la disposición de refundación político-epistemológica de quienes han generado este desequilibrio a cambio de ingentes ganancias que -por supuesto- pretenden seguir obteniendo, pero no descartamos la emergencia de fuerzas capaces de redefinir los cauces y de abrir nuevas (o viejas y actualizadas) rutas sistémicas.

Lo alarmante de los datos, reveladores de una situación que empeora aceleradamente, no incomoda mucho a los agentes de la catástrofe como no sea porque sus efectos abren o cierran perspectivas de ganancia o porque desatan procesos sociales de algún modo amenazantes. A ese respecto, se ven atisbos de preocupación en el Foro de Davos proponiendo un great reset que enverdezca el planeta por un lado mientras todo sigue su curso: cambio hacia coches híbridos, por ejemplo, pero sin desechar los anteriores, lo que no hace sino incrementar el daño al sumar más unidades (muy similar a la promoción de los bonos de carbono); o edificar las llamadas ciudades sustentables, que claramente son guetos para los sectores privilegiados, cuando fuera de ellas aumenta la precarización. Las soluciones que ofrece Davos para ello, en voz de su organizador y vocero pero sin referirse a la brecha social sino a asuntos de cultura ambiental, consisten en la implantación de un sistema autoritario de vigilancia, control y sanción dirigido a la población en general para que se comporte en correspondencia a las reglas que podrían ser diseñadas por el capitalismo verde, a manera de educación forzosa e inapelable, y en la contrastante tolerancia con las empresas, que tendrán la posibilidad de ir cambiando paulatinamente, en la medida que el mercado vaya marcándoles el rumbo.

No muy distinto es el resultado de la COP26, como se preveía. Los (no) compromisos asumidos en la cumbre revelan una indolencia notable y evidentemente los participantes no se responsabilizan de intentar solucionar el problema. Más bien, a pesar de todos los argumentos, quedó explícitamente asentada la reiteración de la misma ruta predatoria, sólo con un ligero disimulo y pequeñas alteraciones no sustanciales.

En otro tono, intentando sacudir las conciencias y provocar un quiebre en las concepciones y prácticas productivas, en agosto de 2021 la IPCC (siglas por su nombre en inglés Intergovernmental Panel on Climate Change, o Grupo intergubernamental de expertos sobre cambio climático) había emitido llamados de alerta de tal dramatismo que deberían haber parado el mundo. No ocurrió. Ni los poderosos del globo reunidos en Davos a inicios de año, ni la COP26 en noviembre, permiten prever un cambio tal en el modo de vida en consecuencia de la emergencia señalada por la IPCC.

Es penoso pero ni el IPCC con respecto al clima, ni el Consejo de Seguridad del mismo organismo mundial en relación a las guerras, parecen tener capacidad de incidencia efectiva frente a las grandes corporaciones mineras, energéticas, automotrices, armamentísticas, farmacéuticas o alimenticias, que son las principales agentes causantes del desastre socioambiental que vivimos. Presente desastroso y futuro incierto. El desafío y el riesgo son de una envergadura nunca antes enfrentada por la especie humana.

 

 

Los riesgos

Calentamiento global

Uno de los más graves problemas que ha generado el calentamiento global es la modificación de la geografía planetaria. Regiones congeladas devienen lagos, desaparecen islas, y el comportamiento de los seres vivos se modifica. Los corales mueren por no aguantar las altas temperaturas y al dejar de funcionar como barreras protectoras permiten el paso de sargazos o tiburones y otras especies que se convierten en plagas y que incluso contribuyen al desarrollo del mismo daño y de otros. Los seres vivos se han descompensado. Sus sistemas de vida se han roto o desequilibrado y rehacerlos implica un reacomodo integral.

La destrucción del tejido ecológico, la especie humana incluida, parece estar ganando la carrera. Las cadenas tróficas luchan por reconstruir sus eslabonamientos contra la irreversibilidad de procesos que han rebasado los puntos de no retorno. Las costas pierden terreno provocando desplazamientos pero las islas ya ofrecen poco territorio interior y tendrán que ir siendo vaciadas.

Es interesante que muchas islas pequeñas, perdidas en una inmensidad de agua, son espacios de alojamiento de posiciones militares estratégicas que cuidan el tránsito por los mares, como parte de un sistema de control del espacio y de la economía mundial. Una investigación reciente de Michael Klare[2] destaca las preocupaciones del Pentágono sobre el cambio de condiciones para la vigilancia estratégica que implica la elevación del nivel del mar.

El reverso de la moneda son los efectos que se asumen como oportunidades en una visión corporativa inmediatista y que destacan el facilitamiento para extraer petróleo de las zonas polares, entre otros. No obstante, esta apertura de oportunidades de rentabilidad no sólo se acompaña del calentamiento de las aguas y del incremento del nivel del mar sino de un fenómeno un poco más silencioso que nos coloca inmediatamente en la larga duración: el despertar de virus, bacterias y personajes de las profundidades de la historia de la Tierra que empiezan a recolonizar el mundo en un proceso que se asemeja al de una guerra bacteriológica, sólo que, en este caso, con un margen de azar mucho mayor y escasas posibilidades de control, por lo menos en el corto plazo.

 

Desertificación

Como efecto del calentamiento general del planeta, y notablemente de las prácticas productivas y extractivas; es decir, del tipo de materialidad creada por el sistema moderno capitalista que hace de toda forma de vida objetos útiles para la acumulación de capital y para la concentración del poder, el encogimiento de selvas y bosques, la disminución de la diversidad biológica, la extinción de especies de manera cada vez más acelerada y fenómenos colindantes, están llevando a territorios antes abundantes a una desertificación grave y extendida.

El planeta se debilita, sus signos vitales palidecen[3] y las poblaciones que tienen condiciones de migrar han iniciado una marcha sin destino. Animales, incluso plantas y seres humanos que pierden condiciones de reproducción de la vida en sus lugares de origen se desplazan casi intuitivamente, con un punto de destino imaginario o ficticio que se va diluyendo en la medida que el tiempo corre y nuevos contingentes de migrantes se incorporan a ese creciente magma.

La desertificación afecta la dotación de alimentos y bienes elementales como el agua aunque este proceso no proviene solamente de fenómenos relativamente naturales sino del modo de organización social que coloca como agentes principales a las grandes corporaciones, con capacidad política, e incluso militar, para acaparar, monopolizar, escatimar y hasta destruir ésas que son las condiciones básicas de reproducción y, por tanto también, del control y disciplinamiento de poblaciones, que son colocadas en situaciones extremas de enorme tensión.

 

Militarización y descomposición social

Esbozadas así, muy rápidamente, las líneas de despliegue hacia el futuro de las tensiones sistémicas, irreversibles mientras el marco de las relaciones globales no rompa esa coraza sistémica, no sólo viviremos acosados imparablemente por pandemias sino que los niveles de exclusión y precarización llevarán -como están llevando- a condiciones infrahumanas de existencia, hablando en términos reales y no metafóricos.

Observando la situación presente y las tendencias hacia el futuro; sin embargo, pueden vislumbrarse resquicios importantes en todo este panorama apocalíptico. Los desposeídos, los expulsados, los migrantes sin rumbo y sin regreso posible, que son los desechables desde la perspectiva sistémica, están convirtiéndose en sujetos activos con un potencial crítico radical inevitable. Asimismo, la conciencia sobre los límites históricos de un sistema que se muerde la cola ha conducido a la invención, reelaboración o reafirmación de alternativas sistémicas diferentes, no capitalistas, más fuertes y presentes mientras más avanza el proceso de depredación.

Gran desafío. Al punto que la migración y las pandemias se han incorporado a la lista de amenazas estratégicas en los documentos del Pentágono y son también tomadas como focos de atención centrales de las cúpulas militares de otras potencias del planeta como China, Rusia y la Unión Europea. ¿Mejorar las condiciones generales de reproducción aunque afecte las ganancias? ¿Detener la producción y cambiar modo de vida hegemónicos de la actualidad? No. La alternativa que encuentra el sistema para hacer frente a estas tensiones es autoritarismo y militarización: más guerras, muchas de ellas extendidas, difusas y no localizadas o delimitadas que se extienden como mancha de aceite; vigilancia, control y sanción represiva; persecución y aniquilamiento; manipulación a través del consumo, la educación, la dotación o no de servicios sociales o bienes básicos, en total, acoso de espectro completo.

El sistema no sólo ha logrado calentar el planeta e iniciar la era de la sexta extinción sino que no se responsabiliza y continúa profundizando esas líneas ofreciendo, como contraparte, instalar definitivamente los estados de excepción para ahogar cualquier disidencia o resistencia posible.

Un harakiri. Un suicidio irresponsable que tendrá que dar paso a la vida que se le sale de las manos y emerge con mil proyectos, con imaginarios y utopías que no se parecen nada al capitalismo. Sólo esa emergencia parará el calentamiento global. Sólo esa emergencia restablecerá el metabolismo de la vida roto por la modernidad capitalista. Ya es inocultable que no hay alternativa dentro del capitalismo, el sistema se volvió insustentable. Urge reunir conciencias, voluntades y sensibilidades para huir definitivamente de este sistema de muerte y diseñar vidas que quieran ser vividas.

 


Referencias

[1] Ver sobre ello los escritos de Elizabeth Kolbert; por ejemplo, su libro La sexta extinción. Una historia nada natural (2019, Ed. Crítica)

[2] Klare, Michael 2019 All hell breaking loose. The Pentagon’s Perspective on Climate Change (Nueva York: Metropolitan Books)

[3] Ver sobre ello, entre otros, Ripple, William et al 2021 World Scientists’ Warning of a Climate Emergency, BioScience, Volumen 71, Número 9, septiembre (Londres: Oxford Press)